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Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés]

CAPÍTULO 29

Tapé mis ojos con una mano porque la luz era demasiado intensa y me empezaba a encandilar. Ambos miramos en dirección a la puerta y descubrí la silueta de mi amiga, que golpeaba con fuerza y enojo, aquel vidrio que nos separaba. La claridad provenía de su auto porque tenía las lámparas encendidas frente a nosotros.

—No debí hacer eso —masculló incómodo y sacudió su cabeza—, lo siento, eso solo empeora las cosas.

—Pero…

—Te lo cuento después Bella, lo prometo. Tú amiga me mira mal, mejor vete antes de que entre y me saque los ojos —bromeó y esbozó una sonrisa triste.

Su sonrisa iluminó su semblante, sus ojos se veían limpios pero tristes, carecían de brillo y algunas veces había notado su mirada perdida en este tiempo que había visto su reacción. Fue una de las sonrisas más dolorosas que había visto, de las que funcionan como una barrera para no dejar escapar tus lágrimas.

—Creo que tú lo necesitas más que yo —agregué y saqué la barra de chocolate que me había regalado algunos días antes y que aún guardaba en el bolsillo del abrigo.

—¿Cómo crees? ¡Yo te la regalé! —exclamó con desconcierto—. No es de un caballero, aceptarlo.

¿Los hombres siempre son así de orgullosos?

Tomé la barra entre mis manos y la abrí con cuidado, de inmediato el lugar se llenó del olor a dulce. Lo partí por fuera de la envoltura y sin tocarlo, pues tenía las manos sucias, le extendí la mitad.

—No acepto un no —repuse, imitando su voz como cuando me ofrecía comida gratis y soltó una risita. La tomó, pero se acercó y besó mi frente con ternura. Cerré mis ojos y se alejó a paso rápido por el pasillo.

—¡Abre la puerta o la quiebro! —gritó mi amiga, golpeando el vidrio con fuerza y amenazando con el tacón de su zapato, que tenía en la mano.

—Matt...

—Bella, lo siento mucho —repuso a lo lejos, deteniendo su paso, pero cuando creí que iba a añadir algo más, solo negó con la cabeza y se dio la vuelta para entrar a la cocina, dejándome con mil dudas y sin saber si aún recordaba como besar.

El golpeteo intenso en el vidrio me recordó lo que me esperaba y rodé los ojos antes de salir.

Cuando salí bajo la lluvia copiosa, el frio se apoderó de mi cuerpo, mi amiga me esperaba con una expresión furiosa, sin embargo, no dijo nada y solo me tapó con el paraguas que llevaba, hasta llegar al auto. Nos subimos y ella me miró con rabia.

—¿Estás loca, Bella? —cuestionó con el ceño fruncido y sus facciones tensas—. ¿Qué rayos crees que haces? ¿No era que no tenían nada que ver?

Resoplé y negué con la cabeza. Miré por la ventana y vi la silueta de Matt entre las gotas de lluvia que cubrían el vidrio.

—Me mentiste. ¡Rayos, me mentiste! —exclamó y le pegó con fuerza al volante—. Creí que Julia era la que mentía.

Giré mi rostro hasta verla, estaba alterada, fuera de sí misma, como si la rabia la hubiera poseído.

—¿Por qué lo hiciste? —estallé furiosa y al borde del llanto—. No tienes derecho a hacerlo, Mellisa.

—¿Qué por qué lo hice? —cuestionó incrédula y negó con la cabeza—. ¿Querías besarte con un desconocido?

—Matt no es un desconocido —repliqué en un murmullo—. Es un buen chico, es mi jefe.

El recuerdo de ese beso fallido aún seguía rondando en mi cabeza, pero el bufido de mi amiga me recordó que estábamos en el presente y que todo ya había pasado.

—Anoche me dijiste que no tenían nada, que era solo tu jefe y que no querías saber nada de él más que como tu empleador —refutó molesta—. Pero hoy vengo y lo que me encuentro es todo lo contrario.

—¡Pero es que no tenemos nada! —exclamé con fastidio.

—¡Estaban por besarse! —discutió y dejó caer sus manos con fuerza sobre el volante.

—Ya lo sé —repuse y restregué mi frente con las manos—. Estoy confundida, Mell, no sé qué es lo que pasa conmigo —susurré y cerré mis ojos.

—Tenemos que hablar —susurró, calmándose un poco y suspiró.

Luego se acomodó el cabello y se puso el zapato para poder conducir, encendió el auto y nos alejamos unas cuantas cuadras bajo aquella lluvia torrencial. Mi mente trataba de procesar cada suceso de la última media hora y no entendía qué era lo que estaba pasando, primero aquella actitud de mi jefe, luego un beso fallido y ahora la histeria de mi amiga. Necesitaba calmarme, procesar y digerir todo, si no, pronto me volvería loca.

—¿Qué hacemos aquí? —cuestioné desconcertada al ver que nos encontrábamos frente a un cementerio y abrí mis ojos lo más que pude—. Mell, ¿por qué estamos aquí?

—Es el mejor lugar para hablar —repuso de inmediato y apagó el motor del auto.copy right hot novel pub

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