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Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés]

CAPÍTULO 36

Al día siguiente me costó mucho levantarme por el enorme cansancio que me había provocado el paseo a la playa y después la divertida cena y el maratón de la saga de Harry Potter; pero tuve que hacerlo porque debía asistir a mi trabajo.

La mañana era calurosa; el sol pegaba con toda su fuerza; el cielo despejado lucía su intenso color celeste, sus matices eran perfectos, algunos claros, otros oscuros, pero hacían una armonía admirable.

Caminaba hacia la panadería, era sábado y preferí decirle a Mell que se quedara en casa con Javi., el día anterior habíamos pasado juntas cada hora y ellos necesitaban tiempo y espacio, además, no me hacía mal hacer un poco de ejercicio. Desde que vivía con Mell iba y venía en auto a todos lados y se notaba en mi condición física, pues solo había dado algunos pasos y ya estaba cansada.

Llevaba conmigo una botella enorme de agua, me sentía deshidratada después de haber pasado casi ocho horas en la playa; mi piel estaba bronceada y me ardía. Pero, mis piernas me dolían después de que tuve que salir corriendo en busca de mi ropa, porque Mell me pidió que me midiera el bikini y escondió la ropa que llevaba, luego me obligó a buscarla por toda la playa y nunca la encontré. Fueron muchas las miradas que recibí por llevar un traje de baño tan sensual y tuve que permanecer en el agua dos horas hasta que se anocheciera un poco y la gente no me viera.

Esa mañana me había armado de mucha rabia, estaba decidida a decirle a Julia sus verdades. Desde el día de la ecografía solo había ido un día al trabajo y por casualidad, ese día ella se ausentó, pero ahora, no se iba a salvar.

Mis pasos eran rápidos y aun así, la calle se me hacía infinita. Me dolía el cuerpo y la piel me ardía con mucha intensidad debido al sol fulgoroso que me hacía transpirar. Me detuve en medio de la acera, saqué una toalla de algodón y me sequé la frente; destapé la botella, bebí grandes sorbos de agua y rápidamente sentí mi garganta refrescarse y mi cuerpo tomar algo de fuerzas.

Seguí caminando a paso medio, ni rápido ni lento. Si seguía casi trotando, me iba a morir antes de llegar a la panadería, así que opté por llevar una velocidad media. Iba observando las casas, eran grandísimas y lujosas; sus colores armonizaban con los grandes jardines y patios. Como mi día nunca podía ser de suerte, al poner mi pie en la dura acera sentí una cosa blanda en mi zapatilla. De inmediato bajé mi mirada hacia mi calzado y me llevé una asquerosa sorpresa.

¡Materia fecal de perro pegada a la suela de mi zapatilla! Hice la peor expresión de asco y resoplé con enojo y frustración. Me había costado tanto dejar mis zapatos blancos para que viniera una popó a ensuciarlos.

Chillé con rabia y decidí dar algunos pasos, pero lo peor llegó: choqué con un poste de luz, por ir de distraída mirando las mansiones de los posibles dueños del animal del que provenía el regalo que llevaba aplastado en mis pies. No me había dado cuenta de que tenía que bordear un enorme poste de concreto y me pegué en la frente.

Tuve ganas de llorar, mi día apenas empezaba y ya se estaba convirtiendo en una odisea.

En ese momento no preveía ni sabía que lo peor estaba por suceder, aunque mi destino, como siempre, sí lo sabía. Todo era obra del maldito destino.

—¡Coco! —gritó una voz haciendo eco por las calles vacías y resonando en mis oídos. Me quedé pasmada; había escuchado esa voz antes y siempre lograba la misma reacción en mí. Lo más extraño era que no sabía a quién llamaba. ¿A Coco? ¿El de la película? ¿O la fruta?

Además, ¿a qué loco se le ocurría llamar a un objeto?

Un roce en mis piernas me hizo erizar los vellos. ¡Y era algo que se movía! ¡Algo peludo! Di un salto despavorido que me hizo perder el equilibrio y esta vez el poste me sirvió de apoyo.

Abrí mis ojos ante el monstruo que me estaba acechando y mi sorpresa fue enorme cuando distinguí entre sombras a un perro enorme y peludo que se movía entre mis piernas rozando su cuerpo con el mío, quizás era el autor y dueño de ese excremento espantoso. ¡Había llegado a vengarse por mis malos pensamientos!

—¡Coco! —repitió una voz masculina en un llamado insistente—. ¿Dónde estás, Coco?

Mi corazón se agitó aún más. La intranquilidad me perseguía de la mano de esa persona que no quería ver. ¡No podía ser posible, no en ese momento!

Traté de seguir caminando para buscar refugio en algún rincón y evitar encontrarme con él. Pero el perro, que al parecer se llamaba Coco, me seguía y ladraba con alegría como si me conociera de toda la vida. Escuché el sonido de una puerta abrirse y vi el cabello de alguien al otro lado de la cerca. Temía que fueran ciertas mis sospechas y que fuese ese alguien que me había decepcionado tanto.

Desesperada, traté de dar unos pasos más y alejarme. Sin embargo, el perro se interpuso al frente. Movía su cola con frenesí y ladraba con alegría e insistencia.

¿Qué quería ese perro? Me encantaban los animales, pero ese lindo canino me estaba acosando y me impedía huir de ese lugar manteniéndome a unos pasos de quien no quería ver.

—¿Coco? —cuestioné en voz baja, agachándome un poco y acariciando su oreja con suavidad.

El perro, que además era muy inteligente, sabía su nombre, porque movió la gran cola peluda como respondiendo a mi pregunta y se sentó sobre el asfalto, luego sacó su lengua y jadeó.

—Buen chico —murmuré mientras acariciaba su húmedo hocico—. Necesito que me dejes ir, voy a llegar tarde al trabajo y además, si tu dueño es quien estoy pensando...

—¿Qué pasa si soy su dueño? —susurró una voz en mi oído y de inmediato me hizo erizar cada vello de mi cuerpo.

¿Cómo le había hecho para llegar hasta donde yo estaba sin darme cuenta? ¿Cómo no sentí su presencia?

—No me has contestado. ¿Qué pasa si soy su dueño? —susurró con voz ronca insistiendo ante mi silencio.

Mi corazón palpitaba como si quisiera salirse de mi cuerpo y mi respiración se agitó al sentirlo más cerca poco a poco.

Coco se había echado sobre la acera y mantenía la cabeza apoyada en el duro asfalto. Sus ojos estaban cerrados y se había dormido. Me había metido en un gran problema y luego me había dejado sola.

Mis piernas empezaban a adormecerse. Debía levantarme, me dolían los músculos de estar en esa incómoda posición. Me erguí poco a poco mientras pensaba qué decirle, había metido la pata, pero él la había metido peor.

Decidí lanzarle un ganchazo de esos en los que la rabia es la que gana.

—¿Cómo va tu hijo? —pregunté con frialdad y tratando de esquivar su mirada.

—¡Pero si yo no estoy embarazado! ¡La embarazada eres tú! —exclamó al instante con una risita—. Soy hombre, no puedo estar embarazado.

No me hizo ni una pizca de gracia lo que dijo, así que me limité a rodar los ojos y hacer una mueca simulando una sonrisa, pero me salió como una mueca de disgusto.

—No te hagas el gracioso —gruñí entre dientes—. No te queda, Alex.

—Es que no me hago, solo te respondo con la verdad —repuso desconcertado y rascó un poco su nuca—. ¿Te gustaron las rosas?

Me limité al silencio y miré hacia un punto fijo, no deseaba hablar con él.copy right hot novel pub

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