Luego de la constante insistencia del taxista y de varias miradas de contrariedad, mi amiga cedió el volante del auto del servicio público y, además, tuvo que comprarle una ensalada de mango para poder contentarlo y permitir que pusiera su estación de radio favorita.
Alex y yo nos sentamos en la parte trasera del auto y Mell en el puesto delantero, pero con un ojo en la nuca observando el mínimo movimiento que pudiera darse en la parte de atrás.
Mi acompañante le pasó la dirección al taxista en una pequeña tarjeta de papel. Eché un ligero vistazo de reojo, pero fue en vano; no logré ver nada. De todas formas, daba igual a donde fuéramos, lo que me importaba era hablar con él y pedirle una explicación.
El taxista asintió y encendió el auto, me acomodé un poco y lancé una mirada a mi amiga que me veía detenidamente por el retrovisor, abrí mi boca al notar que con sus labios preguntaba si me gustaba Alex y lo señalaba con un dedo de forma disimulada. Enarqué una ceja y asentí con la cabeza simulando que bailaba mientras tarareaba una de las canciones favoritas de mi amiga que sonaba en el auto. Ella abrió sus ojos un poco y sonrió un poco, guiñó un ojo y con un gesto de su mano entendí que luego hablaríamos de eso.
A medida que el camino avanzaba, Queen se acercaba más a mí, acortando los pocos centímetros que nos separaban. Bostezó con disimulo y levantó un brazo, pasándolo detrás de mi espalda por encima de mis hombros. Según él, era algo disimulado, pero yo ya lo veía venir, era muy evidente su deseo de acercarse porque no apartaba su mirada de mí y se movía cada cinco segundos.
Sonreí con suficiencia porque para ser sincera, sentir su calor era algo que me hacía sentir mejor. Su delicioso olor se fundió en mi piel cuando coloqué mi cabeza en su pecho. Cerré mis ojos un instante y recordé lo hermoso que había sido ese beso y de forma involuntaria, mordí mi labio inferior, deseando que se repitiera una y mil veces más. Él depositó un beso en mi cabeza y abrí mis ojos, decidí mirar por la ventana y mi corazón se aceleró cuando el camino se me hizo familiar: el super mercado de la esquina; el parque; los locales comerciales a un lado de la calle, entre otras cosas que mis ojos ya habían visto tantas veces en un subir y bajar de mi rutina.
Mi corazón se aceleró y mis nervios se pusieron de punta. Tragué saliva con dificultad y me reincorporé al ver cómo cada vez más nos íbamos acercando.
¡No! ¡No podía ser! ¿Acaso él sabía que yo estaba al tanto de la verdad? ¿Alex conocía mi secreto?
Mell se giró con rapidez al notar lo mismo que yo. Me miró desconcertada e hizo un tipo de gruñido intentando decirme algo, miré otra vez y volví a tragar saliva. Alex nos miraba extrañado y con expresión confusa sin entender qué era lo que provocaba tanto revuelo.
¿De todas las panaderías del mundo había escogido esa: la de Matt?
—Alex… ¿dónde estamos? —pregunté temerosa, pero fingiendo naturalidad, incluso, traté de no respirar mucho para que no sintiera cómo el aire salía gélido porque en mi interior lo que había era una gran tormenta. Quizás sí notó mi inseguridad porque las palabras salieron con dificultad de mi boca, sin embargo, no dio indicio de ello. Decidí observarlo y giró su cabeza para mirar por la ventana antes de responder.
—Vamos a una panadería, te invité a un postre… ¿recuerdas?
Asentí y tragué saliva, lo miré y pude sentir cómo mis manos comenzaban a temblar, estaba asustada por lo que pudiera suceder, además de que no había ido al trabajo y de que le había dicho a Matt que había tenido una urgencia, ahora llegaría con su excuñado a mi empleo como si nada. Y, por otro lado, ahora que estaba por descubrir una verdad o recibir una explicación de Alex, todo se complicaba porque nos dirigíamos a la panadería donde estaba el asesino de su hermana y de su pequeño sobrino, y por si fuera poco, era mi empleo.
—Ese parque que ves ahí era el favorito de mi hermana —murmuró y dejó escapar un suspiro de tristeza, interrumpiendo mis pensamientos—. Y esa banca —agregó al mismo tiempo que señaló hacia el mismo asiento donde yo había pasado toda la tarde, esa vez que conocí a Matt—, era su preferida. Le gustaba venir a escuchar música en su reproductor de mp3 y…
—Samantha es una buena chica, me gusta mucho su cabello —murmuró Mell con suavidad—. ¿Por qué hablas en pasado? ¿Ya no le gusta venir?
La miré en señal de advertencia, estaba entrando al lago prohibido. Yo sabía que hacía eso para sacarle información a Alex sobre su hermana Amy, ya que supuestamente nosotras no sabíamos nada, pero no era el mejor momento sabiendo que nos acercábamos a la panadería del supuesto asesino y que lo que estaba por formarse era una gran guerra.
Apartamos nuestra vista de las ventanas y Alex dejó escapar un suspiro, cerró sus ojos y Mell y yo aprovechamos para mirarnos un poco; ella hizo un gesto con su boca y la regañé con la mirada. Aunque, a pesar de todo, mi subconsciente estaba seguro de que era el momento clave para saber la verdad, de modo que dejé que las cosas sucedieran y preferí no interrumpir, Alex se veía dispuesto a contestar y preferí dejar que los instantes transcurrieran hasta que se sintiera preparado para responder.
—Sam es mi niña, mi hermana menor… pero no es de ella de quién… —balbuceó Alex cuando abrió los ojos y puso su vista fija en sus dedos—, hablo. Es…
—Señor, hemos llegado —interrumpió el taxista con voz áspera y cansina, interrumpiendo las palabras que salían con gran dificultad de los labios de Alex.
¡Me dieron ganas de abalanzarme sobre él y tirar del poco cabello que le quedaba!
Justo tenía que interrumpir en el momento crucial de toda esa historia de suspenso.
Pero no sólo era eso.
¡No, qué va!
¡Todo era mucho peor!
No estábamos frente a la panadería de Matt. La conversación en el taxi me había distraído un poco y no me había dado cuenta de que el lugar que estaba frente a mis ojos no era ni más ni menos que la panadería de la competencia. ¡Sí, la que nos robaba clientes!
Mi mente seguía tejiendo el laberinto de preguntas en el que siempre sobresalía: ¿por qué mi destino me hacía malas jugadas todo el tiempo?
Alex recobró su postura y sacó su billetera de un bolsillo de sus pantalones y luego un billete que le pasó al señor taxista, a quien, por cierto, le dediqué una mirada furiosa apenas tuve la oportunidad.copy right hot novel pub