Apreté mis puños con fuerza e intenté respirar de forma pausada para controlar la rabia que crecía en mí. Nunca me había caído bien, pero verla acercarse por el pasillo de la casa de mi mejor amiga, contorneando esas caderas con aires de superioridad, solo me provocaba repulsión y unas tremendas ganas de vomitar.
Mell reaccionó antes de que yo pudiera seguir en mi ensimismamiento y se adelantó unos pasos, pero interpuse mi brazo frente a su cuerpo para evitar que se le abalanzara encima y le arrancara los cabellos, me provocaba curiosidad el motivo de esa detestable visita, así que intenté calmarla con una mirada tranquilizadora y ella gruño un poco, pero accedió a mi petición de que no arrancara sus ojos.
—Hola, Fernanda —saludé con frivolidad y cada palabra cargada de ironía—, qué susto verte.
Sus labios se fruncieron y cada facción de su rostro se tornó dura, dio unos pasos hasta llegar frente a nosotras y se cruzó de brazos.
—Hola niñata, lo mismo digo —repuso de inmediato y su voz sonó tan despiadada—, me estoy muriendo de la alegría por verte. —Esbozó una sonrisa terrorífica y me miró directo a los ojos.
—Lo sé, aunque la verdad, me encantaría que te murieras y no de la emoción precisamente —espeté con sarcasmo y sonreí de la misma forma en que ella lo hacía. Sus labios borraron todo rastro de sonrisa y me sentí triunfante. Ya no lograba provocarme temor, ya no era la niña que se dejaba manipular o intimidar, yo sabía muchas cosas sobre su familia y estaba preparada para cantárselas de ser necesario.
—¿A qué debemos tu asquerosa presencia? —cuestioné manteniendo el mismo hilo del tono que llevábamos.
—Como si venir hasta aquí no fuera ya una asquerosidad —respondió y lanzó una mirada asqueada a su alrededor, mirando con una expresión desagradable cada centímetro de la estancia.
Mell tomó un jarrón que había en la mesa de centro de su sala y lo levantó en el aire, su rabia estaba al nivel máximo y la entendía, pero no podía permitir que cometiera un crimen.
—Cálmate, Mell —susurré y ella me miró enojada, asentí y respiré hondo, luego volví a mirarla, pero de una forma más suplicante y ella resopló y dejó el jarrón donde estaba. Había entendido mi mensaje.
—Fernanda, vete por favor —imploró mi madre, quien se había mantenido en silencio desde que llegó mi ex suegra.
—Ya dime de una vez, ¿qué demonios haces aquí? —pregunté cuando pude dejar a Mell más tranquila, aunque sus pupilas estaban al tanto de cada movimiento de la vieja arpía—. Pensé que nunca en la vida volvería a sentir estas ganas de vomitar que me provoca verte.
Entrecerró sus ojos con rabia e hizo un mohín en su rostro, me miró con asco y su mirada recorrió todo mi cuerpo y me provocó un terrible escalofrío cuando se posó en mi vientre.
—¿No se lo has dicho? —preguntó en un gruñido y su vista pasó de mi vientre, a un punto fijo: detrás de mí.
La rabia se intensificó y la cabeza empezó a dolerme. Me giré con mucha parsimonia y lentitud, para ver a quién le hablaba, aunque era obvio a quién se refería. Cuando terminé de girar mis talones, me encontré con el rostro pálido de mi madre y una mirada nerviosa. Giré mi rostro de un lado y entrecerré mis ojos.copy right hot novel pub