Él giró en su dirección, sin dar crédito a lo que oía.
–¿Qué fue lo que dijiste?
–Tienes un asunto que atender. –Dijo sin verlo–. No quiero hablar más contigo, así que vete ya.
–Repítelo. –Su tono rabioso la hizo resoplar.
–Aprendí algo de Alessandro Ferrari; no repetir las cosas dos veces. –Se cruzó de brazos sintiendo sus ojos más húmedos–. Dije que te vayas, ¿no me escuchast...?
No terminó de hablar cuando sus hombros fueron apresados por él, levantándola de sopetón. No tardó en sentir un brazo envolviendo su cintura.
–¿Qué haces? –Lo miró con sorpresa.
–¿Eso fue lo único que aprendiste de mí?
Estaba tan cerca, podía olerlo; percibir su fragancia, esa que la embrujaba.
–¿Qué importa lo que aprendí o lo que no? Si ni siquiera eres capaz de tocarme.
Alessandro elevó las cejas mirando hacia abajo. Ella hizo lo mismo, viendo el inexistente espacio que había entre ellos, estando a punto de completamentarse en uno solo por su proximidad.
–Bueno, pues ni de besarme.
Él se acercó, sus narices se rozaban; su aliento chocaba contra su boca.
–Bésame. –Lo retó mirándolo a los ojos.
A un sólo milímetro de sus labios, se detuvo. Aurore vio una mueca de dolor atravesar su rostro. Aurore intentó quitar su brazo, pero él la apretó más.
–¿Qué sentido tiene lo que haces? Alessandro, respóndeme. Me tomas de esta forma, pero no puedes darme aunque sea un beso. Sólo demuestras lo que dije.
–No pongas en duda mi amor.
–¿Qué debo pensar con tu comportamiento?
Lo notó suspirar sobre ella.
–¿No te hago sentir incomoda?
Aurore entrecerró la mirada.
–¿Qué dices?
–Al tocarte, ¿te sientes a gusto?
–No entiendo nada de lo que dices. ¿Qué se supone que estás diciendo?
–Ven, siéntate aquí.
La guió a la cama, haciéndola sentar. Él hizo lo mismo frente a ella. Aurore lo vio con confusión, sin procesar su forma de actuar. Parecía furioso, pero desde que había llegado no alzó la voz. Sin embargo, al mismo tiempo, se veía agotado, y no estaba segura de que fuese físicamente. Algo dentro de él no iba bien.
–Jacob. –Resopló desviando su mirada–. Maldición...
–¿Qué pasa con él?
–Él me mostró una copia de los vídeos.
Aurore frunció el ceño por un momento sin comprender, para terminar entreabriendo los labios en sorpresa. El dolor se asentó de nuevo en su pecho, y ese horrible nudo, el cual conocía a la perfección, se formó en su garganta.
–Sí, los vi. –La rabia podía percibirse en su voz.
–¿Y... –Hizo una pausa por la falta de aire–. Por eso no quieres tocarme? ¿Te desagrado?
–¿Qué? –Intentó tomar su mano, pero ella se apartó–. Jamás, ¿me escuchas? En la vida podría suceder algo así.
–No entiendo por qué te mostró eso sin mi permiso, yo no quería decirte...
–Lo hizo porque sabe que te amo.
–Alessandro, quiero que te vayas. –Susurró.
–Primero escúchame.
–No, ya no quiero que me digas nada. No me siento bien.
–Aurore... –Agarró su mano antes de que la apartara de nuevo–. Me vas a entender, quería decírtelo después.
Ella lo vio a los ojos, secó rápidamente la lágrima que cayó. No quería llorar.
–Por favor, vete. Por favor...
–Puede que esas malditas pesadillas hayan sido por mí culpa. –Aurore lo vio ceñuda–. Hablé con un profesional, y es habitual tenerlas después de un accidente o... –Cerró los ojos un instante, reprimiendo la rabia–. Un abuso físico.
–Yo no soñaba con ese monstruo. Siempre era Rose, y cada pesadilla era diferente.
–Un trauma va enlazado a otro.
–¿Un trauma?
–Cabe la posibilidad que nuestro primer encuentro sexual las haya provocado.
–N-no fue así. Las pesadillas empezaron mucho antes. Desde que descubrí quién era realmente Rose.
–En Francia, estuvimos a punto de hacerlo. El haberte tocado de esa forma pudo haberlas ocasionado.
Él se encontraba completamente serio, y ella no podía procesar lo que escuchaba.
–Alessandro no tienes sentido lo que dices. En realidad... –Se llevó las manos al rostro suspirando–. No estoy segura de que fueran reales. Puede que sólo sean eso, pesadillas. Quiero creerlo, todo este tiempo me he preguntado si lo son o no. Pero ya no puedo más, deseo imaginar que no pasé por eso, pensar que la niña presente en esos vídeos no soy yo, quiero... –Un sollozo la paró, respiro hondo–. Quiero olvidar los gritos de esa madre desesperada por salvar a su hija. Por algún motivo mi mente olvidó la mayoría, y prefiero dejarlo así. No quiero saber si es real, o si no lo es. Estoy cansada de esto, quiero olvidarlo...
–Mírame... –Susurró con tono sereno. Al no hacerlo, sus manos apartaron las suyas de su rostro. Su vista era borrosa por las lágrimas acumuladas–. ¿Quieres que se acabe? –Deslizó el pulgar ahuecando su mejilla–. ¿Deseas que esto se termine?
–Sí... –Su contestación sonó como un murmullo, por su garganta apretada.
Él asintió.
–¿Las pesadillas terminaron? –Preguntó acariciado con suavidad su mejilla.
–Ya no tengo pesadillas. Te lo juro. –Lo vio con ansiedad–. Por favor no actúes de esa forma. Me duele que me trates así...
Alessandro arrimó su rostro al suyo, acarició sus labios húmedos con el pulgar sin dejar de mirarla.
Ella sin poder aguantarse hizo desaparecer el poco espacio entre ellos para estampar sus labios contra los suyos. Sentir su calor y su olor hizo que todos sus temores desaparecieran. Él que se había quedado inmóvil, no tardó en abrirse paso en su interior embistiéndola sin ninguna privación, notaba la desesperación en sus jadeos, se había reprimido demasiado tiempo, podía percibirlo en sus arrebatadores besos, despejándole cualquier pensamiento que pudiera mortificarla. Sus manos bajaron hasta sus muslos, sintiendo sus dedos acariciar con ansias su piel, subiendo el final de la bata de hospital.
De pronto se detuvo dejándola en blanco. Aurore lo observó jadeando.
–¿Qué sucede? –Lo besó sin esperar su respuesta, tenía tantas ganas de él.
–¿Estás segura que las pesadillas desaparecieron? –Notaba la preocupación en su tono, lo cual contradecía a su rostro que decía todo lo contrario.
Aurore sonrió.
–Completamente. –Susurró agarrando el cuello de su camisa llevándolo de nuevo hacia ella–. Te necesito... –Confesó con pasión y no tardó en sentir su lengua acariciarla, esa que era capaz de hacerle perder la cordura. Notaba su agitación; su ansiedad en sus besos y caricias. De pronto sintió que la elevaba en sus brazos sin despegarse de sus labios–. ¿A dónde me llevas? –Le dio tiempo a preguntar cuando la liberó antes de volver a besarla.
Notaba que se acercaban a la puerta.copy right hot novel pub