Capítulo 499
Lamberto caminaba apresuradamente al escuchar desde lejos lo que parecía ser una discusión entre Bianca y Silvia. ¿Qué pasa, Bianca?” le preguntó ai acercarse.
Silvia miró a su tio con desden y, sin decir nada, resopló con molestia antes de correr hacia la villa.
“No es nada, solo un pequeño malentendido”, explicaba Bianca a su padre, manteniendo su sonrisa y sus hoyuelos apareciendo aun más profundos. “Papá, tú llévala a ver al abuelo. Mejor no subo con ustedes, podrían querer hablar de cosas en las que yo sobraría”
“Bianca, me haces sentir muy orgulloso, eres muy considerada. ¡Te lo agradezco mucho!”, exclamó Lamberto conmovido.
“Papá, ¿por qué dices eso? ¿No se supone que las hijas somos como el abrigo más cálido para sus padres?” Ella se enlazó del brazo de su padre, mostrando gran empatía. “Y no te enfades con mamá, ella solo necesita un poco más de tiempo para aceptarlo, espero que puedas entenderla.”
“Claro, la entiendo”, asintió Lamberto con un suspiro.
Después de todo, era comprensible que cualquier esposa tuviera dificultades para aceptar ciertas situaciones. La emoción era inevitable.
Lamberto se giró hacia Violeta y le dijo con una voz cálida, “Violeta, vamos adentro.”
Violeta finalmente habló, “Está bien…”
Una vez que los dos desaparecieron de la vista, la sonrisa de Bianca se desvaneció completamente para dar paso a un frío glacial en su mirada, tan afilada y peligrosa como una espada envenenada. Afortunadamente, no había nadie más en el patio para presenciarlo.
Violeta siguió a Lamberto hasta el segundo piso, deteniéndose frente a una biblioteca.
Al entrar, encontraron un ambiente que evocaba tiempos antiguos, con estantes llenos de libros y un suave olor a incienso en el aire. En el centro de la habitación, un anciano de cabello blanco estaba inmerso en un juego de ajedrez.
Parecía un poco más viejo que el abuelo Alves, con una barba blanca de unos centímetros. A pesar de compartir rasgos con Lamberto, su expresión era mucho más severa y no irradiaba la misma cordialidad, recordándole a Violeta la primera vez que conoció a Sebastián.
“Padre, he traido a Violeta”, le anunció Lamberto, emocionado y urgente, “Violeta, dale un saludo.”
Con un ligero titubeo bajo la expectante mirada de su padre, Violeta le dijo, “Abuelo…”
La palabra le resultaba extraña y hasta incómoda.
Luis, sin levantar la vista del tablero, continuó su juego hasta que finalmente, quitándose las gafas, observó a Violeta, ejerciendo una presión invisible.copy right hot novel pub