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(COMPLETO) Las Crónicas de Aralia (1): Gemelos de sangre

LXXIV

Por fin había llegado. Aquella misma mañana se celebraba el juicio de Jared, Liccssie y Ania Rose, junto a todos los desertores. La condena sería acorde a los crímenes y delitos cometidos tanto en el mundo humano como en el mágico.

Una de las sirvientas humanas me despertó temprano y me hizo meterme en el baño para darme una ducha con agua caliente. El día iba a ser muy duro, o eso decía ella. Le hice caso y me relajé bajo el agua mientras mi mente y mi cuerpo se iban despertando. Después salí y me coloqué la ropa interior de color negro.

Salí del baño y allí me encontré a la humana colocando un hermoso vestido de color rojo como la sangre. Demasiado llamativo para mí, pero dejé que la mujer me apretara el corsé. Después me sentó en una silla y comenzó a desenredarme el cabello y a peinármelo, aunque al contrario de lo que supuse no me lo recogió. Ahuecó un poco las ondulaciones y las dejó caer sobre mi espalda para ponerse inmediatamente a maquillar suavemente mi rostro. Apenas entendía por qué todo aquello era necesario, pero estaba demasiado ensimismada en mis pensamientos como para oponerme o hacer preguntas.

Lo último fue el vestido. La falda era bastante amplia, aunque no demasiado. Las mangas eran largas y estrechas hasta mis muñecas y el escote era redondo, dejando ver mis muy marcadas clavículas, algo que no me gustó mucho. Mi cabello se fue secando con un poco de ayuda de un secador. Mis ojos tenían una suave sombra de color rojo y mis labios, un brillo muy tenue. Mis mejillas también tenían un toque de color. Estaba bastante guapa, lo cual no solía suceder en demasiadas ocasiones.

—¿Le gusta? —la mujer esbozó una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Quiere que cambie alguna cosa? ¿Necesita algo más?

—Esto es perfecto, gracias —le devolví la sonrisa—. ¿Iré a desayunar así?

—Sí, así es. Me temo que hoy las tres señoritas desayunaréis solas puesto que los demás están un poco ocupados —me informó—. Me encargaré de acompañarlas al comedor y después del desayuno podrán bajar para el comienzo de los juicios. Así ha planeado todo su majestad, el rey Tabak.

—Entonces será mejor que no le hagamos esperar.

La mujer abrió la puerta de mi habitación y me hizo pasar primero. Llamó a la puerta de la habitación de Kenzye y la abrió, pero volvió a cerrarla tras unos segundos.

—Aún le faltan algunos minutos —me explicó.

Se dirigió entonces a la habitación de Teresa y tras llamar y abrir la puerta esbozó una amplia sonrisa. Se apartó un poco y mi amiga salió. El vestido que llevaba era de un verde esmeralda, con mangas largas y amplias. La falda del vestido era menos voluminosa que la mía. Llevaba el pelo recogido en un moño desordenado y un maquillaje sencillo. Pero a pesar de lo bien que la habían preparado aún faltaba algo: su sonrisa. No hacía falta ser un genio para saber que no estaba bien. Sus ojeras se podían percibir a través del maquillaje y su mirada estaba cansada. Era como si estuviera enferma, como si no tuviera fuerzas para seguir adelante. El corazón se me encogió al verla en aquel estado.

Justo cuando iba a acercarme a ella para tratar de animarla, la puerta del dormitorio de Kenzye se abrió. Nuestra amiga salió con un precioso vestido de color gris con la falda igual de ancha que la de Teresa. Sus mangas eran largas y estrechas como las mías y el escote era cuadrado con los bordes en blanco. La parte delantera de su cabello estaba recogida hacia atrás en una cola, dejando el resto suelto por su espalda y hombros. Estaba realmente guapa, pero le ocurría lo mismo que a Teresa: no había luz en aquellos ojos verdes.

Por un momento me preocupó enormemente que mis amigas fueran desgraciadas en aquel castillo. Me sentía culpable por no haber pasado más tiempo con ellas, aunque no me arrepentía del tiempo aprovechado con Tabak. No obstante, debía recordar que ellas también eran personas importantes para mí que estaban pasando por un momento difícil.

—Vamos, seguidme —la mujer enfiló el pasillo, dirigiéndonos.

Y aunque nosotras sabíamos perfectamente cuál era el camino hasta el comedor, ninguna hizo ningún comentario.

Llegamos, nos sentamos y la mujer se fue para dejarnos desayunar con tranquilidad. ¡Al fin!

—Estaré esperando fuera. No tardéis demasiado —nos recordó antes de salir.

Sin aguantar ni un segundo más, abracé fuertemente a mis dos amigas, quienes al principio permanecieron inmóviles, pero acabaron correspondiendo a mi gesto de cariño. No deseaba soltarlas nunca, pasara lo que pasara. Habíamos pasado por mucho juntas y aunque había habido peleas no podía imaginarme la vida sin ellas. Necesitaba que estuvieran bien.

—No soporto veros así —confesé con un suspiro mientras me separaba—. ¿Puedo hacer algo? Lo que sea...

—Lo siento, Lidia —Teresa bajó la mirada con lágrimas en los ojos—. No puedes hacer nada, no es culpa tuya. Yo solo puedo esperar.copy right hot novel pub

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