Empujó aquel vestido, sin pensar en lo delicado y caro que pudiera ser, dentro de una de sus atestadas maletas. Sencillamente lo apuñó, y lo golpeó hasta que se hundió en la ropa y pudo conseguir que la valija se cerrara. Luego de ello, se dejó caer en su cama, dando un ahogado suspiro de alivio, había recurrido a algo de fuerza para hacer aquello.
Dejó su mirada fija en el techo de su habitación, dejando que aquella blanca pintura sobre ella le sirviera como un lienzo, uno en el cual poder vaciar su imaginación.
Intentaba pensar en cómo sería su futuro, qué haría con su vida a partir del día en que al fin escapara de esa casa, de esa isla. Suspiró para luego cerrar los ojos, no era capaz de entender qué sería de ella después de ese día, lo intentaba todo; pero no podía pensar, simplemente, actuar desprevenidamente.
¿Qué era lo que quería?
Se irguió sentándose en la cama, con su mirada buscó una de las maletas que preparó, una de las pequeñas, cuando la encontró dejó su lugar y caminó hasta ella, así tomándola para volver a su lugar, sentándose en la misma posición. Abrió la pequeña valija, exponiendo sobre su contenido una caja de madera ligera, la yema de sus dedos recorrió el borde superior plano, en otras palabras, la tapa. Dudó en abrirla; pero eso era justo lo que quería. Tomó la cerradura de la caja y la destapó, exponiendo aquellas hojas y objetos llenos de recuerdos que habían dentro.
¿Por qué la había empacado?
Todo en ella tenía que ver con Andy. Se suponía que dejaría su pasado atrás, entonces, no había sentido en llevar aquellos recuerdos con ella.
Ojeó un poco dentro, fotografías de cuando era niña, canicas, cromos, joyas de juegos y alguna que otra tontería que significara algo, adquirida en un momento que no quería olvidar. Tantas cosas de niños, sueños, fantasías, creencias de una mente infante inocente. Había tanto por descubrir y tantas decepciones que llevarse.
Sacó del fondo un pequeño libro, era como un diminuto diario; pero en lugar de escribir sus secretos en él, ella dibujó junto a Andy sus sueños, todo lo que actuaban e imaginaban cuando estaban en su tierna juventud, posterior a su primera década de vida.
Sonrió al mirar los destartalados dibujos, crayones, plumas, lapiceras, marcadores, todo lo que tuvieran a mano serviría para pintar una historia fantástica, cuento de hadas y dragones, magia, amor y poder.
Ella era una princesa en sus fantasías, hija de reyes, hermosa, dinámica, valiente. Andy se dibujó como un caballero de brillante armadura, raro, audaz, lleno de coraje y hermosura andante, luchador, vencedor, héroe.
Su vida ya no era una fantasía, no, ahora todo era su cruda realidad. Incluso su vieja mascota estaba allí, si, pintado como un feroz dragón protector de la princesa. Su mejor amigo y compañero.
Paola volteó a mirar a Hipo, él no formaba parte de aquello, no porque no lo quisiera, sino, porque para aquel entonces no existía.
Ella dejó su cama, y caminó hasta uno de los escritorios, se sentó a la mesa, encendió la lámpara y tomó una pluma. Comenzó a dibujar, puede que ya nada de eso valiera; pero no podía dejar de soñar porque su vida fuera mejor.
Dejó fluir su imaginación, plantando en la última página lo que quedaba de un sueño de la infancia, incluyendo a su pequeño y peludo mejor amigo en ello. Esta vez, su mascota no sería un dragón, quería algo más original y sabía lo que encajaría perfectamente con él, si, sería un Hipogrifo.
―Hipo… ¿Te gusta? ―le preguntó enseñándole el dibujo y el enseguida ladró mostrando su conformidad.
De entre las páginas de aquel diario se escurrió una pequeña hoja, no una hoja de escribir, una hoja natural, caído de un árbol, la levantó más cerca de su vista y su memoria se activó, sus ojos se dilataron al recordar el momento en el que ella tomó aquella pequeña hoja.
Jugaba a los exploradores con Andy, tenían ocho años y jamás habían pasado un día de su vida el que no compartieran. Corrieron más allá de los límites de la propiedad, escabulléndose de la mirada de sus nanas, sirvientes y mayordomos. Mamá y Papá no estaban en casa para vigilar aquel par de aventureros.
De pronto vieron una luz brillar, Andy gritó sorprendido al contemplarla, ella solo logró ver la estela de luz como escarcha que había dejado al marcharse. Enseguida, el pequeño Andy la jaló de la muñeca y la hizo correr a toda velocidad detrás del rastro de lo que parecía ser brillantina, mientras gritaba: “¡Es una Pixie!”. Fue así como llegaron a encontrar su lugar especial, el río de agua dulce y clara en medio de la isla, las hermosas flores y plantas preciosas, era de fantasía; ella jamás creyó que aquello que dejara el rastro de brillantina por el bosque fuera una pixie, esas cosas no existen. De todos modos, su fascinación por el lugar que los rodeaba los hizo olvidarse de lo que supuestamente seguían, Paola tomó la hoja del suelo al marcharse, quería recordar ese momento y cómo habían llegado allí. Quizá era algo más que debía dejar atrás.copy right hot novel pub