–¿Me envías una foto tuya mi reina?
–Claro mi panda.
Veo aquella imagen desnuda ante mí y comienzo a felar mi pene. Le envío otro mensaje:
–El cáliz está encendido.
–Derrámalo sobre mí pecho.
–Muéstrame para ver esas dos cúpulas romanas.
–Lo haré, pero recuerda depositar tus ofrendas en mi cesta.
–Ya lo hago. Pero, me gustaría ver tu campana, pasar mi lengua por su borde y halar con mis dientes su badajo.
–Dos campanadas suenan, mi panda. Debo irme al teatro. Tengo función.
Ella es una mujer increíble. Desde que la conocí en el museo, me gustó. Fue una conexión inmediata a pesar de la diferencia de edades. Ella dieciocho, yo treinta y tres. Pero sabe como hacerme sentir y yo sé como hacerla sentir bien.
Esa tarde en el museo, ella se acercó y me pidió una tarjeta. Yo estaba en la cima de mi carrera como escritor. Saqué de mi bolsillo una y se la entregué, esa misma noche me escribió. Así que no dudé en invitarla a mi oficina.
Esa tarde llegó, mi secretaria Inés:
–Carlos, te solicita la señorita Alejandra Sotillo.
Me emocioné al oir su nombre y me apresuré a contestarle:
–Hazla pasar, mujer.
Ella entró, vestía una camisa negra ceñida a su esbelto cuerpo y con un descote que como diría Arjona “llevaba justo a la gloria” una falda a cuadros grises con blancos, de pliegues, que dejaban poco a la imaginación.
Me levanté para recibirla:
–Adelante, mi querida Alejandra–dije extendiendo mi mano.
Ella estrechó la mía. Su piel era suave y blanca. Tenía dedos finos y alargados, con uñas largas y prolijamente arregladas. No me contuve y besé su mano, con gesto caballeroso. Ella sonrió y se sentó.
Traía en sus manos una carpeta:
–Me gustaría dejarle mi currículo, tengo mucha experiencia en cuanto al arte en general–me dijo con cierto tono pícaro.
–Pero yo no estoy buscando empleadas mi querida dama.
–Lo sé, pero creo que podrías hacer alguna recomendación con alguno de tus amigos de teatro. Quiero ser actriz de teatro. Y creo que tengo talento para ello.
–Eso se nota–dije refiriéndome a su belleza física.
Ella volvió a sonreir, mientras humedecía sus labios con su lengua.
Este camino me había colocado en el lugar que deseaba, ese a donde las mujeres vienen como abejas al panal.
Desde que salí del seminario, mi tío me había prácticamente, adoptado como su pupilo. Allí conocí a Rubén, un joven escritor, que al igual que yo, intentaba huir de sus fantasmas internos. Se hizo mi amigo, desde el primer momento. Tenía mi misma edad y era incluso parecido a mí, antes de entrar al seminario. Tal vez por ello, nos hicimos tan buenos amigos muy rápido.
Asistíamos a los talleres de literatura de la Casa de la Poesía, todos los jueves.copy right hot novel pub