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Tenias que ser tu

¿Tú quién eres?

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El hombre se le quedo viendo con una sonrisa mientras la lluvia lo empapaba por completo. Sus bellos ojos café brillaban como siempre confirmándole a Paula que era él, Fernando Saramago.

―¿Disculpa?― Respondió él simpático.

―Eres Fernando ¿no?

―Sí, soy yo… ¿Tú quién eres? ― Preguntó y después de escuchar esa pregunta Paula sintió como su corazón se hacía un pequeñito. Ella pensó que al volverle todo sería como antes, que la amistad seguiría sobre todo después de las cartas que le había enviado.

―Soy…― murmuró y a lo lejos escuchó un trueno que cimbro el cielo― lo siento, te pareces mucho a otro Fernando que conozco.

―¡Ah!― Respondió él viendo a la mujer de cabello rubio.

Paula se acomodó la bolsa y miró al otro lado de la acera― bueno, ten más cuidado mientras manejas ¿quieres?, puede que esta sea una ciudad pero la mayoría de las personas manejan despacio.

―Lo siento, lo haré…¿estás segura que no te lastimé?― Preguntó para confirmar.

―Estoy segura.― Respondió Paula y sin decir más atravesó a la acera y continuó su camino.

Mientras se iba el hombre se quedó viéndola por un segundo, no sabía si quería asegurarse de que ella caminara bien o porque de pronto tuvo la pequeña corazonada de que ya la había visto antes.

Paula continuó caminando hacia su casa sintiéndose un poco rara, con una melancolía indescriptible que le hacia pensar que la madre de Fernando había logrado su cometido, no sólo envenenar a todos con habladurías y chismes sobre ella, si no también el que su hijo, su mejor amigo de la infancia, ya no la recordara jamás.

―¿Qué esperabas Paula? ― se preguntó mientras abría la puerta de su casa ―¿qué correría feliz a tus brazos?, ¿desde cuándo eres tan ingenua? ― Se regañó.

Entro a la casa obscura y silenciosa, se quitó los zapatos para dejarlos en el recibidor y caminó escaleras arriba por el piso de madera para entrar a su habitación quitarse la ropa y secarse. En unas horas debía estar de nuevo despierta lista para ir a trabajar y no parar hasta las siete u ocho de la noche. Pasó por la recámara de sus padres y notó que la puerta se encontraba abierta, con cuidado se asomó para saber si todo estaba bien sin embargo, encontró a su padre dormido, sentado sobre el sofá que tenía en la habitación y con una botella vacía de whisky al lado.

―¡Ay Pa!― murmuró mientras ponía dos de sus dedos sobre la muñeca para sentir su pulso, uno de sus peores miedos era que muriera de una congestión alcohólica y que nadie se diera cuenta.

―Estoy vivo.― Murmuró al sentir los dedos de su hija.

―Me alegro.― Respondió mientras lo ayudaba a levantarse.

―¡Déjame dormir!― Gritó cuando su hija lo enderezo y sentó.

―Shhhhh, no grites, es muy tarde y vas a despertar a mi tía y a Eugenia.

―Me vale.― Respondió.copy right hot novel pub

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