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Tenias que ser tu

¡Aléjala!

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Mientras Fernando exploraba la ciudad y se familiarizaba con todo lo que había rodeado su infancia. Su madre, se encargaba de que el regreso momentáneo de su hijo no se viese afectado por nada y mucho menos por Paula de la O, quién ya había tenido un fortuito encuentro y que ella haría todo para que no se volviera a repetir.

Así que, tan solo su hijo abandonó la casa, Minerva Saramago se dirigió a la casa de los de la O, una que por fuera parecía que estaba bien, pero que por dentro se caía a pedazos debido a los grandes descuidos que tanto Santiago como Francisca, la tía de Paula, le habían dado. La grandeza de la casa de los de la O había quedado atrás, cuando el padre perdió la compañía pesquera y convirtió los únicos ahorros que tenía en alcohol para ahogar así el dolor de la perdida de su mujer y de la manera en que lo hizo.

Francisca, quién se supone que había venido a cuidar a la hija de su hermana, no hizo más que alentar el alcoholismo de Santiago, diciéndole que el alcohol era una forma de aliviar el dolor e incitándolo a que tomara más y más. La tía de Paula, era una mujer guapísima igual que las mujeres de la familia, había sido dos veces viuda, primero casándose en la adolescencia con un hombre que la sacó del pequeño lugar de donde eran originarias ambas hermanas y después con un empresario que la había llevado a viajar por todo el mundo e incluso había vivido en Paris hasta la muerte de él, por lo que la actitud de la tía era altiva, se daba aires de ser mujer de sociedad y Paula, al no ser así, sufría las humillaciones que constantemente le decía. Así que el infierno de Paula no estaba solamente afuera en la calle, si no dentro de su propia casa, donde su tía altiva y sin ni un centavo se paseaba con sus mejores ropas, amarillentas y deslavadas por toda la casa.

Vestía una bata de seda japonesa cuando Francisca abrió la puerta de la casa de los de la O y vio a Minerva Saramago en frente de ella.

―¿Dónde está Paula?― Preguntó seria viéndola a los ojos.

―Buenas tardes― respondió Francisca haciendo notar su educación― ¿gustas pasar?

―¿Dónde está Paula? ― Insistió y camino a paso firme hacia la sala de la casa, cuyas ventanas se encontraban completamente abiertas para que el aire corriera y tranquilizara el calor infernal.

―Paula no está, se encuentra trabajando, ¿quieres un poco de limonada?, Eugenia prepara una “que te mueres”.― Hablo Francisca ignorando la pregunta de Minerva.

―No te hagas la amable conmigo, yo no vine aquí para socializar, vine a hablar con Paula, es urgente, o al menos con Santiago para que le ponga un alto.

―¿Pero Minerva?, ¿qué es lo que está pasando?― preguntó Francisca sentándose en el sofá― no vienes a visitarnos hace años y ahora estás aquí utilizando ese tono de emergencia, como si hubiese pasado una catástrofe.

―Para eso estoy aquí, para evitar una, por eso es necesario que hable con tu sobrina.

Francisca levantó la ceja, puso un rostro de cinismo y luego sonrío― ¿y ahora que pasó con Paula?, ¿qué dice la gente de ella? O más bien, ¿qué dijiste de ella que la gente lo dice ahora?

―No dije nada, no sé de que hablas.― Respondió Minerva viendo por la ventana hacia la calle.

―Venga, mira, tú y yo sabemos que Paula es rebelde, posiblemente indomable pero esa no es nuestra culpa, Santiago no la supo controlar y la abandonó muy pequeña, ahora hace lo que quiere, pero últimamente no he escuchado que haya hecho algo que te afecte.

―Mi hijo regresó.― La calló Minerva con esa frase provocando una gran sonrisa que Francisca.copy right hot novel pub

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