Me alegra inmensamente que Linda, encuentre al amor verdadero, me siento feliz por ella. Aunque la tristeza no abandone mi cuerpo.
Me levanto de la cama y camino hasta llegar al despacho de Luis, hay una idea que ha dado vueltas y vueltas en mi cabeza, y que cada día toma más fuerza.
Yo tengo la manera de acabar con mi sufrimiento, en mis manos está el ser libre, libre de verdad. Libre de este sentimiento agonizante que me tortura día y noche. Libre de la sensación asfixiante que tengo cuando estoy despierta y de los terribles sueños que me atormentan por la noche.
Abro el cajón del escritorio y saco una pequeña llave, me dirijo a la vitrina de los trofeos y reconocimientos. Allí saco una pequeña caja, donde encuentro mi objetivo.
El arma de Luis Francisco. . .
Es una pistola calibre treinta y ocho, la tomo con manos temblorosas, pensando en que ha llegado el final de mi vida y no porque otro lo decida y quiera arrebatármela, como lo hicieron con mi amado Federico, sino porque yo decido dejar de sufrir.
La acaricio, acariciando así la idea de mi muerte. Seguramente suicidarme no sea la decisión más inteligente, pero si la que acabará con mi sufrimiento.
De pronto pienso en Luis Francisco, seguramente la noticia acabará con él. Perder a su hijo y luego a su esposa, quizás lo vuelva loco, pero no puedo. No puedo seguir viviendo así.
Me aseguro de poner las balas en su lugar, luego cierro el ama y quito el seguro.
Ha llegado la hora de partir. . .
Elevo mi brazo, hasta sentir el arma reposando junto a mi cabeza. Las lágrimas descienden de mis ojos con fluidez, mi corazón se agita con violencia
-Bueno- digo en un susurro- no será una linda imagen para quién me encuentre- es ilógico que piense en algo estético en este momento. Inhalé y exhalé tres veces y cuando ya me dispongo a tirar del gatillo. . . sencillamente no puedo. No tengo el valor para quitarme la vida, no tengo el valor para abandonar a Luis Francisco y dejarlo con aquella pena, no puedo hacerlo. . .
-No puedo, bebé. . . - caigo de rodillas al suelo. No puedo, a fin de cuentas soy solo una estúpida cobarde.
Me digo que no lo soy, no soy una cobarde. Cobarde sería quitarme la vida, dejando a mi esposo sumido en dolor, cobarde sería acabar con mi dolor y aumentar el dolor del hombre que amo, cobarde sería quitarme la vida para evitar enfrentarme al problema.
Paso el resto de la mañana y las dos primeras horas sentada en el sofá del recibidor, con la mirada perdida en la nada e inmersa en mis cavilaciones.
-Cariño. . . - la voz de Luis Francisco inunda mis oídos.
-Hola- lo miro con ojos tristes. Se acerca y me da un beso en la frente- has estado bebiendo de nuevo- le digo poniéndome en pie y encarándolo.
-Lo siento- baja su mirada y se observa la punta de los zapatos- yo. .copy right hot novel pub