Doria cogió la copa de Édgar y tomó un sorbo.
Era un vino dulce y sabía muy bien.
Esto hizo a Doria recordar aquella vez que el gilipollas la había engañado para que bebiera.
Doria dejó la copa de vino, miró de reojo a Édgar y dijo,
—Señor Édgar.
El hombre respondió con una voz baja,
—¿Qué?
—Aquella vez que me emborrachaste en el Club Crepúsculo, ¿me llevaste a casa o vino Claudia a recogerme?
Édgar no esperaba que ella mencionara esto de repente y dijo sonriendo,
—¿Qué opinas?
Doria resopló,
—Ya sabía que no tenías buenas intenciones cuando me hiciste emborracharme.
De hecho, fue el momento más borracho de su vida y no recordaba nada cuando se despertó.
«El gilipollas sabe aprovecharse de la mínima oportunidad».
Pensando en esto, Doria preguntó nuevamente,
—¿Qué hiciste mientras estaba borracha?
El gilipollas planeó todo esto con tanta dedicación y no sería solo para emborracharla, sino debió haber hecho algo atroz.
Édgar arqueó las cejas y contestó,
—Si te hubiera hecho algo, ¿no lo notarías?
Doria se quedó sin voz.
«Vaya, tiene razón, pero sigo sin poder creerlo».
Cuando se terminó la botella de vino, Doria se sintió un poco mareada, se apoyó sobre el hombro de Édgar y miró al mar a lo lejos. Sintió que su cuerpo y alma estaban relajados.
Parecía que había estado ocurriendo tantas cosas en los últimos meses y cada una de ellas eran tan desesperantes que casi la derrumbaba.
A veces ni siquiera sabía si su elección era correcta o incorrecta.
Antes del divorcio, nunca hubiera pensado que algún día ella y Édgar se sentarían juntos y mirarían el mar en silencio de esta manera.
La vida era tan extraña, que se tenía que experimentar y perder para saber lo que uno realmente quería.
La voz grave de Édgar sonó,
—¿Estás borracha?
Doria negó con la cabeza,
—No.
Édgar giró la cabeza para mirarla y descubrió que su mirada estaba desenfocada,
—¿Doria?
—¿Qué...?
Édgar no continuó, estaba pensativo y posó su mirada en la brisa nocturna.
Pero Doria estaba obsesionada con las palabras que no había dicho Édgar, después de esperar un buen rato, no escuchó más sonidos y tocaba la cintura de Édgar con insatisfacción.
Édgar cogió su mano, la miró con sus ojos oscuros y habló con una voz ronca,
—¿Qué haces?
—Me llamaste porque tienes algo que decirme, ¿no? ¿Por qué no lo dices?
—Simplemente te quería llamar.
—No te creo.
Édgar se rio diciendo,
—Es cierto.copy right hot novel pub