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Tormenta de antaño

Epílogo.

En cuanto aparqué mi auto al borde de la calle frente al bar un par de manos atacaron mi puerta, en segundos Ángeles cayó sentada a mi lado y me tomó de los hombros para luego besarme una mejilla tras otra repetidas veces hasta que la detuve.

La miré con un signo de interrogación en mi rostro, esperando una explicación.

―Necesito que vayas a la librería por mí, encuentra este libro. ―Ella tomó mi mano y plantó en mi palma una hoja de papel arrugada―. Es urgente, lo necesito para mi segunda clase; pero no puedo recogerlo yo misma porque ahorita mismo tengo una exposición. Lo sé, es muy temprano, pero a veces así es la vida. Ahora ve y salva mi pellejo. ―Con ello, ella abrió la puerta del auto y salió, dejándome ligeramente confundida.

―Buen día para ti también ―susurré, de manera tardía.

Cerré las ventanas de mi auto, tomé las llaves del arranque y salí del auto, luego coloqué la alarma.

Miré el papel que Ángeles me había dado, eran mas garabatos que letras. Había unas cien librerías al rededor de la universidad, ¿así que a cual se supone que debía ir?

Tanteé la hoja entre mis dedos, pensando que hacer con esto. Ya casi no se utilizaban libros, todo era digital y PDF, MOBI o EPUB, de vez en cuando siempre necesitábamos recurrir a los remedios de antaño; pero no estaba dispuesta a recorrer cada librería, así que necesitaba un lugar mas confiable y efectivo...

La biblioteca.

―Hola, necesito saber si tienen este libro. ―Extendí el papel hacia la recepcionista, que me miró con desprecio y arrogancia sobre las lunas de sus gafas de leer.

Hizo una bomba de chicle y la explotó antes de responder.

O, mejor dicho, antes de arrancar el papel de mi mano y salir de detrás de la mesa de la recepción.

Ella simplemente se fue, sin decir nada.

―Mira, regresaste. ―Ruach se apreció a mi lado, fue tan repentino que incluso logró sobresaltarme.

Los espíritus no despedían energía, así que no pude verlo venir.

―Casi me provocas un paro cardíaco. ―Toqué mi pecho, del lado de mi corazón y él me miró con ironía mientras apoyaba su espalda contra la tarima de la recepcionista.

―Los demonios no pueden morir.

―Hay algo que no entiendo...

―Hay muchas cosas que no entiendes ―irrumpió.

―Cállate. ―Lo señalé―. Déjame terminar. Ángeles, son invisibles, aunque, bueno, Kuolema no era invisible, y Sagasta tampoco. Los fantasmas y esas cosas...

―Son guardianes, ―aclaró, de nuevo, interrumpiéndome.

― ¿Por qué si soy un demonio puedo hacer todo como un humano? Siempre creí que los demonios eran invisibles, al igual que los ángeles.

―Los guardianes liberados son algo así como una clase de humano mitad ángel.

― ¿Cómo los nefilim?

―Algo como eso.

― ¡Lo sabía! ―retumbó una voz alterada no muy lejos de nosotros, Peter estaba allí, señalando a Ruach.

Esto confirmaba que, de hecho, él se hallaba detrás de mi casi a tiempo completo.

― ¿Qué sabías? ―pregunté.

―Aun había uno, ―señaló a Ruach, yo fruncí el ceño.

― ¿Cómo es que esta cosa puede verme? ―preguntó Ruach, señalando a Peter.copy right hot novel pub

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