Antes del amanecer estaba en casa. No en mi pequeña habitación compartida en el campus de la universidad; no, estaba en casa, en mi hermosa casa en Dusseldorf. Apenas pasaron cinco minutos desde que dieron las seis de la mañana.
Yo tenía mi habitación vuelta hacia arriba buscando entre cajas y montañas de cosas viejas los archivos que databan de mi vida con Héller e Ilse.
No tenía la menor idea de dónde estaban y temía que se hubieran perdido en las mudanzas. Exhalé exasperada, debían estar en alguna parte...
Por algún lugar.
Me dejé caer acostada sobre la alfombra y grité de frustración. Alcé las manos sobre mi cabeza, llevaba unos viejos guantes de invierno con los dedos cortados...
Debía ser mi culpa.
Tomé el dije que colgaba de mi cuello con una de mis manos al mismo tiempo en que veía a mi izquierda y luego a mi derecha. Esas enormes cosas se hallaban extendidas debajo de mí.
Dejaron de doler en cuanto el sol salió, pero aun no sabía como se usaban.
¿Tenía que ver con esto?
Debía visitar a la abuela Mona, debía ir a Andhakära e investigar sobre esa estúpida leyenda. Parecía que la maldición encontraba nuevas maneras de revivir. Al parecer yo era su victima preferida.
Solía soñar muchas cosas, solía soñar con una chica, la guardiana, hasta con mis propios padres cuando aun no los conocía. No recordaba mucho de esos sueños, en realidad, no recordaba nada. Tenía solo seis o cinco años cuando escribí la mayoría.
Se suponía que aun ni sabía escribir, Ilse me llevó a psiquiatras desde que descubrió que, no solo yo escribía y leía sin que nadie me enseñara, sino que mis recurrentes historias trataban sobre la muerte, fantasmas, ángeles y demonios, para ella no era normal.
Lo de los psiquiatras y psicólogos no sirvió de mucho. Solo me hicieron mas rara de lo que ya era; así pasé de ser una niña rara a una niña casi diagnosticada loca. Con el tiempo me cansé, me harté de ellos, de sus pronósticos, de sus juicios y discriminaciones; me di a la tarea de aterrorizarlos, tanto a los doctores como a los niños que eran malos conmigo, a las nanas, a las maestras del jardín de niños e incluso los vecinos. Nadie me quería junto a ellos o a sus hijos, les di mucha lata a Héller e Ilse, pero siempre fueron pacientes y razonables conmigo.
Cuando Georg me llevó de ellos, charlaron conmigo e intentaron decirme que no querían dejarme, pero que ahora ellos no podían encargarse de mí. Interiormente los acusé de deshacerse de mí, e incluso les daba la razón si fuera el caso; yo los llevé a la bancarrota, ahuyenté a sus amigos, las personas los juzgaban tanto como a mí.copy right hot novel pub