―Déjame entenderlo, ―pausé, sintiendo que en mi cerebro un río de información incontrolable se desbordaba con locura, llevándose todo a su paso. Aspiré profundo, quizá era demasiada información para una sola noche; y eso que apenas pasaban veinte minutos desde que dieron las 24 horas.
―Los guardianes, ¿son ángeles muertos? ―pregunté sosteniendo el libro abierto contra mis palmas abiertas, aun cuando había una mesa a solo tres centímetros del derecho de mis manos.
El guardián de la biblioteca seguía sin revelarme nada, aunque sabía las respuestas no era el camino que seguiría, al menos no si quería hacerme depender de él mucho más tiempo. Y sabía que, aunque no pudiera revelarlo todo para mí, si podía guiarme a los lugares o libros que tenían la respuesta.
Sin embargo, todo guardián era astuto, este me mostraba información que sabía que me interesaría, pero no la que yo específicamente buscaba. Sabía por qué, él intentaba despertar mi curiosidad y hacer mi camino mas largo, por lo tanto, prolongar mi estadía en la biblioteca, en consecuencia, mi compañía con él.
Aun no tenía ni un solo atisbo de información sobre Kuolema, Tod, o como estábamos conectadas mucho más allá de lo que sus nombres y mi estatus como guardiana de muertos en el pasado.
Pero si estaba descubriendo unas cuantas cosas sobre mí, sobre el pasado, cosas que me ayudaban a entender que era lo que sucedió conmigo, con mis padres.
―A diferencia de los humanos, que todo en ellos muere cuando dejan de respirar, los ángeles son espíritus, ellos no pueden morir; así que técnicamente, lo más cercano que llega un ángel a la muerte, es ser un guardián. ―Pero ¿por qué?
―Todos, ángeles o humanos, tenemos un precio que pagar. ―respondió de manera rotunda.
Miré de nuevo el libro antiguo que se hallaba en mis manos, estaba escrito en un extraño idioma de antaño que no conocía antes de esa noche. Pero solo tenía que tocar un libro de ese idioma para aprenderlo y así entender este otro. Según el guardián, yo no debía por qué tener limitaciones; él quizá sabía con certeza por qué no, pero yo aun no lo entendía, ni siquiera sabía exactamente que era lo que yo era ahora.
Sabía que fui una guardiana, y que ahora tengo alas.
No entendía aun por qué fui un guardiana, tenías que ser un ángel antes de serlo; pero yo nací humana, y mamá también, así que aun tenía varias, o millones, de piezas perdidas sobre este concepto.
¿Y por qué solo a mí me salieron alas luego de liberada?
En todo caso, ¿no tendría mamá que tenerlas también?
―Tienes una guerra interior ―dijo el guardián, mirándome, él se hallaba con su mejilla derecha apoyada sobre el puño de su mano derecha, cual codo se hallaba apoyado en la mesa.
― ¿Por qué lo dices?
Él, en respuesta, usó su mano izquierda para recorrer la cadena que colgaba de mi cuello y levantar la roca, la roca que aun llevaba conmigo, la que desenterré del cementerio.
―Ella me lo dijo, ―aclaró.
Yo dejé el libro y tomé la roca entre mis manos, el color cambiaba continuamente, colores oscuros, de sentimientos negativos, iban y venían, lo que demostraba que no sabía que sentir; pero lo menos que sentía era amor o felicidad por esto, ya que no me hallaba contenta de encontrar mas preguntas que respuestas.
― ¿Qué tiene que ver ella en todo esto?
Él hizo como si inhalara, pero era un guardián, simulaban ser humanos, pero estaban muertos.
―Eso tienes que preguntárselo a tus amigas españolas―respondió.
Yo bufé, era un pista más que no obtendría una respuesta esa noche.
Lo miré, reclinado, inclinando la silla en dos patas mientras se mecía, con ambas manos en su cuello.
Era atractivo, y parecía no sufrir del síndrome de la dosis de horror que la guardiana de cementerios; con sus labios agrietados, palidez extrema, misterio lúgubre, terror de fantasma.
Él no parecía en lo absoluto algo como eso.
Su piel era bronceada y veraniega, como si todos los días tomara sol en la playa, su cabello estaba corto, enredado en mil rulos y sonreía como si la experiencia de ser un guardián no fuera espantosa.
Era ese típico chico caribeño, extrovertido, lleno de vida y humor.
El precio no era lo suficientemente caro para él, por lo visto.
― ¿Cómo te llamabas? Ya sabes, antes dé ―indagué.
―Hënë, ¿enserio necesitas preguntar eso? ―Me miró con una ceja en alto; parte de la condena de un guardián era no recordar su vida anterior a la condena. Lo que, por supuesto, incluía tu nombre.
― ¿Cómo sabes si eres un ángel condenado u humano?
Pasé a la siguiente pregunta.
Él no me respondió, solo miró el techo y simuló respirar; pero el libro frente a mí reaccionó a mi pregunta, ósea, él estaba pasando las páginas para mí hacia el lugar en el que podría, o no, encontrar la respuesta.
Cuando se detuvo, pasé mis dedos sobre las letras y lo entendí.
―Sin cuerpo, ―me respondí a mi misma según lo que había leído―. El guardián que fue humano protegerá a su cuerpo físico como sagrado en vistas a su liberación, a pesar de que no saben que se trata de ellos mismos, ni qué es lo que los salvará. ―Eso era lo que le sucedió a mi madre; pero yo era una guardiana viva, y no llegué a estar muerta el tiempo suficiente para saber sobre lo que pasaría con mi cuerpo, o de que forma me liberaría.
―Ser guardián, no se hereda ―dijo él.
Mirándome de manera fija y monótona, sincronizándose a tema con mis pensamientos.
Era algo que no llegué a pensar, jamás me incliné hacia la idea de que hubiera heredado la maldición de mamá. Ahora que él lo mencionaba, entendía que no fui guardiana por herencia, si no por alguna otra razón desconocida.
¡Hurra! ¡Una pregunta más de la que no pensaba tener que buscar respuesta!
Pero necesito saberlo.
―Pero...―Alzó la voz y pausó, obteniendo toda mi atención en un chistar―; si quieres llamarme por un nombre, ―prosiguió, y de inmediato me decepcioné, claro, era de esperarse―, puedes decirme Ruach.
―Espíritu.copy right hot novel pub