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Tormenta de antaño

Capítulo 4 (Parte II): Maniático de las rocas

Seguí a Edrei hasta el edificio de residencia de los chicos.

No me sorprendió ver que era casi un basurero; pero bueno, era lo menos que podía esperar de los hombres. La mayoría de los chicos me miraban de más al pasar, algunos tenían una chica debajo del brazo e iban de acá para allá, sin parar a detenerse por mirarme. ¿Al fin se daban cuenta de que andaba en pijamas?

Aunque bueno, ya era de noche de nuevo

Al fin nos detuvimos en una de las tantas puertas que daban al pasillo principal; Edrei tocó con firmeza varias veces y esperamos, al menos, dos minutos.

―Disculpen, disculpen, estaba tomando un baño. ―El chico abrió la puerta al mismo tiempo en que terminaba de colocarse la camisa, tenía los lentes torcidos, prácticamente resbalando por la nariz―. Oh, hola. ―Se detuvo de pronto al mirarme, yo sonreí y levanté mi mano para saludarle con un movimiento de dedos.

―También estoy aquí ―se quejó Edrei.

Con ello, el chico volteó a mirarlo, arrugando la cara para intentar mantener los lentes en la punta de su nariz mientras examinaba al chico negro frente a él.

―Ah, Edrei, si. ¿En que puedo ayudarles? ―preguntó, él tenía una pegajosa voz, forzada y atravesada, bastante chistosa.

―Baldwin, ella es N, necesita un experto en rocas para que examine una piedra que tiene. Por supuesto, la referí a ti ―me señaló.

―Me llamo Hënë ―aclaré, el chico asintió―. ¿Podrías revisarlo? ―Le mostré el trapo en el que había envuelto mi rubí y él sonrió.

―Primero veamos de que se trata. ―Él tomó el trapo de mis manos con cuidado. La manera en la que lo tomó me hizo sentir mas tranquila, él no haría algo con mi roca que pudiera hacerle daño―. Adelante, pasen, vamos ―nos instó, Edrei y yo entramos al mismo tiempo a la cueva de la pequeña rata.

Quedé boquiabierta, tenía quizá unas cien clases de rocas, de diferentes tamaños y colores, rocas preciosas, muchas que hasta entonces no vi jamás.

Baldwin tenía un área cuidadosamente ordenada y limpia dónde disponía de ciertos aparatos electrónicos que debían costar una fortuna.

Lo único que lograba reconocer era el microscopio.

Edrei empezó a curiosear, e intentó tomar una de las rocas del estante.

Como si lo supiera, Baldwin dio media vuelta y señaló al chico negro con sentencia.

―Ni se te ocurra tocar nada; podrías romper algo que te cueste toda una vida de trabajo pagar ―advirtió, Edrei puso sus manos en alto, claramente advertido y no dispuesto a correr el riesgo.

―Creo que es un rubí ―mencioné, era lo mas parecido que pude encontrar en Internet.copy right hot novel pub

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