― ¿Muerte? ―preguntó él de la nada, haciéndome saltar por lo imprevisto de sus palabras sobre mi hombro.
― ¡Maldita sea! Josh, casi me matas del susto ―dije, tomando la hoja de papel en la que había escrito “T O D”.
―Tienes la muerte muy presente dentro de esa cabeza casi hueca tuya ―dijo con una mirada pretenciosa y sonrisa maliciosa saliendo de la comisura de sus labios.
―No es muerte, es Tod, en español. Solo Tod…
― ¡Dejen de hablar de muerte bajo mi techo! ―gritó papá desde su estudio.
―Está bien papá ―grité de regreso, arrugué la pequeña hoja de papel en mi mano y caminé hasta el basurero de orgánicos fuera de la puerta de la cocina, arrojándolo desde el umbral y haciendo un excelente tiro al aro.
Grité, vitoreándome por el gran hoyo en uno.
¿Estaba hablando de baloncesto o golf?
―Que tus padres se conocieran en España no quiere decir que sea necesario que tengas una obsesión compulsiva con el idioma natal ―se quejó Josh.
Nuestro idioma materno era el alemán, después de todo, vivíamos en Dusseldorf, Alemania.
Tanto sus padres como los míos eran alemanes, aunque yo si tenía un especial cariño por el idioma; además del albanés, el idioma de mis padres adoptivos.
―Es solo un nombre ―insistí.
En alemán, TOD significaba muerte.
En español, Tod, simplemente era Tod.
―Cómo digas ―bufó Josh―. ¿Por qué me obligaste a venir aquí?
―Quieres aprender a manejar, ¿no? ―respondí, al mismo tiempo en el que le lanzaba las llaves de mi Bugatti.
Él las atrapó en el aire, justo para luego gritar:
― ¿Enserio? ¡Me dejarás conducir tu último modelo! ―gritó a todo pulmón.
―Solo si dejas de gritar y mueves tu apestoso y gordo trasero hacia el auto ―grité de regreso, haciéndole señas para que me siguiera, el auto estaba aparcado frente a la casa y Josh no tardó en sobrepasarme corriendo e ingresar dándole un portazo a mi bebé ante la plena emoción.
Le cortaría los huevos si se atrevía a hacerlo de nuevo.
Caí en el asiento del copiloto y me coloqué de inmediato el cinturón de seguridad, mientras Josh no paraba de dar brinquitos de excitación tomado del volante.
―Cuando me amenazaste para venir no pensé que fuera para esto ―dijo al mismo tiempo en que se colocaba el cinturón y, posteriormente, colocaba la llave en el encendido.
Aun no cantes victoria querido Josh, Hënë Lissen tiene un A bajo la manga para usar contigo.
―Bueno, sacarás tu licencia, necesitas practicar ―le dije, Joshua Keuler tenía quince años ahora, casi dieciséis, pronto conseguiría un permiso de estudiante.
Yo tenía diecinueve ahora, como buena amiga debía ayudarlo.
Pero yo no era de ese tipo de amigas.
Josh puso en marcha el auto, y recorrió el primer kilómetro de salida de nuestro pequeño y respingado barrio a duras penas tocando los veinticinco kilómetros por hora.
Una tortuga iría las rápido, caminando llegaría mucho mas rápido.
― ¿Ahora dónde? ―preguntó pronto a llegar a cruce.
―Andhakära ―dije y el chico dio un frenazo estrepitoso; si tan solo hubiera acelerado un poco los últimos cien metros, mi cabeza estaría enterrada en el parabrisas.
― ¿Qué? ―expresó sorprendido, tenía esa cara de, ¡joder!, ella me está jugando una broma cruel y despiadada― ¿No estarás hablando enserio?
―Sabía que no tendrías el valor ―Soltándome el cinturón y soltando el de él―. Córrete, conduciré yo.
Pasé sobre él, jalándolo de la camisa para tirarlo al lado del copiloto y regresar a mi lugar original.
―Debí saber que era demasiado bueno para ser verdad ―refunfuñó, cayendo como hormigón en el asiento de copiloto.
―Necesitaba un segundo al mando, sabes que la carretera es peligrosa ―dije tomando el mando de mi auto inmediatamente y poniéndolo en marcha.
―Claro que lo recuerdo, mi padre y mi madrastra casi murieron allí; por cierto, mientras huían de tu madre loca. Anabelle casi pierde a Percy en el accidente ―protestó él.
―Mamá no está loca ―bueno, quizá solo un poco, en aquel entonces, era mas una perra malvada; y era mi culpa―. No se hubiera perdido mucho con la existencia de Percy.
―No seas una zorra harpía Hënë.
―Ni tu un nene maricón ―rematé―; irás conmigo y callarás tu bocota, no le dirás a mamá y mucho menos a papá. Por supuesto, eso incluye no decirle a los tuyos tampoco. Ni a tu hermana, ni a Percy. Ni a los mellizos, a nadie.
― ¿O que? ―desafió.
―Le diré a tu padre que me tocaste los pechos; y que no solo los tocaste, sino que metiste las manos en mi blusa y pellizcaste mis pezones.copy right hot novel pub