Erick Collins.
— Familiares de la señorita... —un doctor sale a la sala de espera, leyendo un nombre en una carpeta en sus manos—. Raquel Martínez.
Estoy sentado en la sala de espera del hospital desde hace media hora y en cuanto escucho que dijo su nombre me levanto rápido del asiento y con grandes zancadas voy hasta el doctor.
— Yo, soy su... Su novio —miento.
Si le digo quien soy y por qué ella está conmigo me meteré en problemas, puesto a que no todos los días escuchas algo como... "Ella está conmigo, su padre me la vendió para salvar su empresa de la quiebra"
Poniéndolo así, es algo que suena horrible.
— ¿Ella está bien? —pregunto preocupado.
— Si —dice, y siento cómo si me quitarán un peso de encima. El alivio cruzó mi pecho—. Afortunadamente sus cortadas no fueron profundas, por lo que no afectó a ninguna de sus venas y no está en peligro —explica con calma—. Pero a consecuencia de la perdida de sangre se encuentra muy débil.
— ¿Puedo pasar a verla? —pregungo sin pensarlo dos veces.
— Claro, ella está en el segundo piso, habitación 223.
— Mucha gracias —digo sinceramente.
Sin esperar respuesta de su parte subo en el ascensor hasta el segundo piso del hospital, en cuanto se abre a los segundos voy directo a la habitación donde está la castaña.
Al entrar lo primero que ven mis ojos son sus antebrazos ahora envueltos en vendas y el sólo hecho de imaginar que le hubiera pasado algo me llena de rabia por alguna razón. Esta dormida, me doy cuenta cuando veo sus ojos cerrados y su pecho bajar y subir con tanta normalidad.
No puedo pasar por alto el que me guste verla así, dormida, me llena de paz.
Un suspiro se escapa de mis labios mientras me siento en el pequeño sofá beige frente a ella sin quitarle la mirada de encima a esperar a que despierte.
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— Erick —después de tres largas horas, escucho como dice mi nombre en un tono bajo mientras abre sus ojos poco a poco, acostumbrándose a la luz de la habitación.
De manera rápida guardo el celular en el bolsillo de mi pantalón a la vez que me levanto del sofá y me acerco a ella.
— Aquí estoy pequeña —susurro, acariciando su cabello.
— ¿Dónde estoy?
— Estás en el hospital.
— ¿En el hospital? —repitió, frunciendo su entrecejo.
— Si, después que Sandra me avisó lo que habías hecho te traje.
— No debiste hacerlo...
— Por supuesto que debí hacerlo —la interrumpo—. Raquel mientras estés conmigo no voy a permitir que te pase nada si en mis manos está poder evitarlo.
Apartó la mirada de mis ojos y clavo los suyos en un punto invisible en la pared, suspiró ruidosamente.
— ¿Hace cuánto estoy aquí?
— Contando el tiempo que pasaste en observación y durmiendo... —murmuro, mirando el reloj que llevo en mi muñeca derecha—. Unas cuatro horas y media, más o menos.
— No quiero seguir en este lugar, no me gustan los hospitales. Sácame de aquí y vámonos a tu casa, por favor —intenta levantarse de la cama, pero pongo mis manos en sus hombros impidiéndole el acto.
— Calma, no puedes irte todavía, aún no te dan de alta.
— ¿Falta mucho para eso?
— No lo sé, creo que no.
— Bueno —resopló.
Un gran silencio invadió la habitación en cuestión de segundos, ninguno de los dos dice nada, cosa que me resulta un tanto incómodo, por lo que decido romper dicho silencio poco después.
— ¿Ya me dirás por qué lo hiciste? —inquiero con una expresión seria plasmada en mi rostro.
— Erick no... —su voz es apenas un susurro, pero no dejo que continúe.
— Entiendo que la muerte de tus padres te duela, que estés deprimida por ello, creo que es algo normal, pero no puedes llegar al punto de hacerte daño a...
— No quiero hablar del tema, Erick —me interrumpe—. Entiéndelo, por favor.
— ¡No! Entiende tú qué no puedes ir por la vida haciéndote daño por mucho que te duelan las cosas. Tienes que ser fuerte, por ellos, por ti —hago una pausa—. Raquel aunque no lo parezca me preocupo por ti, quiero que estés bien y si me...
— ¡Cállate! —eleva la voz—. No quiero escucharte. Vete y déjame sola.
— Pero...
— ¡Qué te vayas! —me grita esta vez mirándome con sus ojos cristalizados por las lágrimas que esta reteniendo.
Suspiro, resignado.
No quisiera dejarla sola en este estado, pero tampoco discutiré con ella ya que no está en su mejor momento, por lo que sin refutar me salgo de su habitación.
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Raquel Martínez.
Siento como después de unos cortos minutos abren la puerta de la habitación en la que estoy y la cierran, no apartó la mirada de la pared a mí izquierda aún cuando escucho pasos acercarse a mí.
— Te he dicho que quiero estar sola Erick.
— Lamento defraudarla, pero sé equivocó de persona.
Al momento de escuchar al hombre hablar giro mi cabeza hacia él, un doctor. Lo sé por la bata blanca que lleva puesta.
— Soy Joseph Torres, el doctor que la está atendiendo.
— Discúlpeme, no sabía que era usted —musito, apenada.
— No se preocupe —me sonríe—. Solo vine a ver cómo se siente, su novio me avisó que había despertado.
— ¿Mi novio? —levanto un ceja, confundida.
— Si, el joven de ojos verdes —y con eso sé de quien habla—. Él dijo que era su novio.
¿Erick diciendo que soy su novia? Pffs, es completamente absurdo.
— ¿Cómo se siente?
— Aún me duelen los antebrazos.
— Eso es normal, pero es solo cuestión de días para que el dolor disminuya con los medicamentos que te recetare.
— Bien.copy right hot novel pub