El tiempo parecía detenerse en mi mente, con cada paso que ella daba; tenía miedo de decir la verdad, sabía que, si algo le pasaba a Alex, la única culpable sería yo y que podía enfrentar cargos ante la ley, que quizás no merecía del todo, pero que estaba segura que los señores Queen impondrían solo por venganza.
Al llegar, se cruzó de brazos y sus ojos denotaban una mirada inquisidora y recelosa. Mis nervios estaban alterados, y Mell me observaba en busca de alguna ayuda, pero ninguna de las dos nos atrevimos a mirarla fijamente.
—¿Quiénes son ustedes? —repitió la pelinegra, en tono desafiante.
Mi mente no paraba de maquinear, necesitaba encontrar una respuesta que no pusiera en riesgo mi seguridad; tenía que proteger a mi hijo. Respuestas esporádicas iban apareciendo y ninguna me convencía en su totalidad.
¿Y si decía que era la camarógrafa de algún programa de cámaras indiscretas? ¿Tal vez la presentadora? ¿O quizás la chica que vendía tamales? ¿La testigo de lo ocurrido? ¿O debía decirle que era la causante de que su hijo estuviera a punto de morir o ya muerto?
Mientras mi mente divagaba, mis manos temblaban y mi frente estaba empapada con gotitas de un frío sudor. La señora mantenía una ceja enarcada y esperaba una respuesta de nuestros labios. Tomé una gran bocanada de aire y tragué saliva con dificultad, debía decirle la verdad.
—Familiares de Alexander Queen —llamó una voz femenina y todos nos giramos de inmediato; palidecí y mis labios empezaron a temblar, estaba nerviosa y aterrada. Esas son las palabras que dicen los doctores en las películas cuando hay que reconocer el cadáver o cuando hay que despedirse porque la situación se complicó o se agravó.
¡Maté a Alex! ¡Maté a un chico lindo!
El remordimiento y la culpa me acecharon con fuerza; había matado a Alex.
La joven doctora buscaba con su mirada entre su bloque de notas, de pie en el marco de la puerta de la habitación donde habían conducido a Alex; me rehusaba a aceptar que hubiera muerto. No quería que todo acabara así, por mi culpa y gracias al maldito de James que utilizó la técnica de hacerse el inconsciente, para luego como un cobarde, pegarle por la espalda y con una piedra.
—Somos sus padres —dijo la señora pelinegra y contuvo un sollozo, dio un paso al frente y secó sus lágrimas con un pequeño pañuelo.
—¿Cómo está? —cuestioné sin siquiera pensarlo. Las palabras brotaron de mis labios como si fuesen manejadas por la naturaleza desenfrenada. Mis palpitaciones eran rápidas y crueles, pero esa formulación tan espontánea, había salido desde lo más profundo de mí. Rápidamente todas las miradas se posaron en mí y lo entendí todo, había metido la pata y ahora tenía que pagar las consecuencias.
—Señorita ¿usted es Bella? —preguntó la doctora examinando mi rostro y pasando de largo frente a los padres de Alex, hasta posicionarse frente a mí.
Los nervios estaban acabando conmigo, una punzada atravesó mi cabeza y entrecerré los ojos debido al dolor. Tragué saliva y no me atreví a contestar. ¿Era mi condena? ¿Ya estaba en el juicio? ¿Y si decía que sí y me llevaban presa por el resto de mi vida?
Mis labios temblaban del miedo que provocaba la mirada escrutadora de la doctora y sentir que era la atracción visual de todos en aquella sala, incluida mi mejor amiga, que no dejaba de apretar mi mano con fuerza hasta casi enterrar sus uñas en mi piel.
—Pero ¿qué clase de pregunta es esa? —inquirió una voz inconfundible. Dimos un saltito al escucharla y me tapé la boca con una mano.
¿Estábamos escuchando fantasmas acaso? ¿Voces del más allá? ¿Espíritus chocarreros?
—Megan, claro que ella es bella y la más hermosa —agregó la voz, resonando como un eco en las paredes de la habitación que estaba a la espalda de la doctora.
La doctora sonrió y me miró como si fuésemos cómplices de alguna travesura. Mi mirada confundida decía todo lo contrario, no entendía qué estaba pasando.
—Alex quiere verte —dijo, mirándome con fijeza—. Dice que necesita verte para terminar de recuperarse.
—Pero… ¿él no muri…?
Ella negó con la cabeza y miró hacia atrás, luego bajó mucho la voz y agregó:
—De amor por ti.
Me quedé en blanco y mis pupilas se dilataron.
¿Es que acaso no quería ver a sus padres? ¿Por qué a mí? ¿Iba a tirarme en cara que estaba así por mi culpa? ¿Qué era eso de que moría de amor por mí?
Miré de reojo a Mell en busca de ayuda, pero me sonreía con disimulo, intentando mantener una expresión neutra, pero llena de picardía que yo conocía muy bien.
—Pero... queremos verlo —clamó la mamá de Alex, molesta y ofendida—. ¡Es mi hijo! ¡Exijo verlo!
—Claro, cuando salga la señorita, pueden entrar todos, pero solo de dos en dos —contestó la doctora Megan deteniéndose un metro más adelante y casi sin prestar atención a la exigencia de la señora Queen—. Eso sí, ella debe entrar primero —advirtió con seriedad. Luego dio media vuelta y se alejó a paso rápido para perderse en otra habitación, nos dejó a todos en un silencio absoluto y miradas confusas, llenas de dudas y temores.
Un silbido desde adentro de la habitación nos sobresaltó y negué con la cabeza al escuchar la melodía, yo estuve a punto de colapsar, pensando que Alex estaba muerto o que estaba en una situación crítica, y el estaba tranquilo y silbando como si nada hubiese sucedido.
Inhalé aire de una forma agresiva y decidí entrar. La mirada intimidante de los señores Queen, me ponían aun más nerviosa, pero tomé toda la fuerza femenina que encontré dentro de mí y caminé con elegancia y seguridad frente a ellos, intentando no aparentar o demostrar que los miedos me comían por dentro.
Abrí la puerta poco a poco y entré, el espacio era bastante amplio y las paredes blancas y celeste claro, hacían un lindo contraste; en una cama, bajo la claridad de una ventana enorme, en la que se veía la intensidad del azul del cielo, en una cama, yacía Alex. Estaba acostado y miraba una increíble rosa turquesa, con sus bordes blancos y algo marchita, que tenía entre sus manos. Gemí cuando vi sus heridas, su rostro estaba amoreteado, llevaba una venda que rodeaba su cabeza y su puño estaba morado, pero a pesar de todo aquello y de su semblante cansado y algo adolorido, mantenía una sonrisa risueña en esos lindos y delgados labios. Apenas me vio entrar su sonrisa se ensanchó aun más y su mirada brillante se posó en mí.
¿Cómo podía sonreír? ¿Acaso le causaba gracia haber estado a punto de morir? ¿O le causaba gracia verme tan asustada?
—¿Có-cómo estás? —tartamudeé con timidez y traté de que mi voz solo la escuchara él, porque estaba segura de que afuera intentaban escuchar hasta el mínimo sonido
—Un poco adolorido. He tenido una hemorragia, pero Megan es una excelente doctora, la detuvo apenas llegué —explicó sin dejar de sonreír y con una mirada ensoñadora que seguía cada movimiento que hacía.
Me posicioné a un lado de su cama, pero guardando una distancia.copy right hot novel pub