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(COMPLETO) Las crónicas de Aralia (2): Reina

LXV

—¿Quién?

Pero el cazador no me respondió, sino que se marchó a toda prisa. Todos a nuestro alrededor actuaban de la misma manera mientras yo observaba la estructura que nos protegía. Se escuchaban ruidos fuertes, como si alguien estuviera tratando de derrumbar las paredes desde fuera, pero la estructura resistía los embistes.

—¿Podemos aguantar? —le pregunté a Joel.

—Eso depende —respondió con gesto serio y sin mirarme.

—¿De qué?

—De las criaturas que estén tratando de entrar.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo justo antes de ver a Víktor corriendo hacia nosotros.

—Mi señora —me dijo al llegar—. Mi señora, debéis poneros a salvo.

—¿Dónde? Si la estructura cae…

—En la sala del trono, mi Reina —respondió él—. Si la estructura cayese, sería el último lugar que quedaría en pie. Podríamos tratar de defenderos si eso ocurriese.

—No, no es una buena idea, Víktor. Quiero ayudaros.

—Los cazadores van a salir, mi señora. Quedaos aquí.

—¿A salir? —fruncí el ceño—. ¿Cuándo?

A modo de respuesta, un grupo de cazadores se alineó frente a la grieta que aún permanecía cerrada pero que tardaría muy poco en abrirse. Eran hombres bien armados y protegidos, pero no pude ver algún tipo de utensilio característico para dañar a alguna criatura. Mi primera petición había sido no matar a ninguno de aquellos seres, ¿pero cómo íbamos a llevarlo a cabo de aquella forma?

En aquel momento, mis latidos ensordecieron mis oídos hasta ser lo único que llegaba a escuchar. Los movimientos de los demás se ralentizaron. Joel trataba de hablarme, de contarme algo, pero su voz no llegaba a mí. La grieta comenzó a abrirse muy lentamente, aunque quizás no fuera tan lento. Divisé a unos veinte metros mi cinturón y las dos armas que acostumbraba a llevar. Volví a mirar la grieta, por la que ya salían los cazadores, y no lo pensé más.

Eché a correr con todas mis fuerzas al tiempo que todo volvía a moverse con su normal rapidez. Los gritos de Joel y Víktor sí llegaban a mis oídos, pero no les prestaba atención. Escuché varias veces mi nombre seguido de negaciones mientras cogía mis cosas y me dirigía hacia la grieta que se cerraba. Uno de aquellos cazadores trató de detenerme, aunque no lo consiguió. Pasé por la grieta justo cuando esta se cerraba, aislándome a mí, y al grupo de cazadores, de la estructura.

En un primer momento, la luz natural del sol me cegó y me obligó a entrecerrar los ojos. Todo el paisaje era de luz, estaba hecho de pura luz, hasta que mis ojos se acostumbraron a ella. Lo que vi entonces me heló la sangre en las venas.

Frente a mí, los cazadores que habían salido se enfrentaban a unas criaturas femeninas con cuerpo humano de piel blanca como la nieve, al igual que sus cabellos; sus manos tenían uñas picudas y largas; y vestían ropajes de plumas. Eran gélicas: criaturas de las montañas, de las zonas más frías del mundo, cuyo único poder era convertirlo todo en hielo. Había, sin embargo, una característica que a mí me había llamado aún más la atención que su aspecto físico cuando había leído sobre ellas: hablaban en su propio idioma. La mayoría de las criaturas hablaban el idioma del país en el que habitaban para así poder pasar desapercibidos, si es que podían, con los habitantes del lugar. No obstante, las gélicas habían conservado un idioma antiquísimo con el que solo entre ellas podían comunicarse. Los cazadores, por ejemplo, sabían numerosos idiomas, ya que se iban moviendo por múltiples países.

No había leído demasiado sobre ellas, pero sabía que eran criaturas formidables cuya única debilidad residía en el fuego. Realmente, era un milagro que estuviesen sobreviviendo lejos de su frío hogar.

Me recompuse y, para cuando quise darme cuenta, dos de nuestros compañeros habían sido convertidos en estatuas de hielo. Los demás luchaban con valor, pero debido a la magia de las criaturas no podían acercarse lo suficiente para dañarlas. Los únicos proyectiles que conseguían lanzar eran derribados en el aire. Si continuaban así, sería una masacre.

Percatándose de mi presencia, los cazadores que quedaba en pie se agruparon a mi alrededor, queriendo protegerme, a pesar de que eso era lo que menos deseaba yo.

—¡No deberíais estar aquí, mi Reina! —exclamó uno de ellos.

Me ahorré decirle que se equivocaba y que allí era precisamente donde debía estar. Agarré mis armas con la intención de utilizarlas solo si era completamente necesario, para defenderme. No quería seguir matando criaturas. ¿Habría algún modo de detener aquella locura?

Una de aquellas criaturas trató de alcanzarme con su fría magia, pero esquivé hábilmente el ataque. En ese momento, llegué a ver cómo uno de mis cazadores se colocaba en posición defensiva, desplegando el escudo de nuestro traje. La gélica que se encontraba frente a él congeló aquella protección, impidiendo que el cazador pudiera salir de esa burbuja impenetrable. La criatura sonrió y se fue acercando mientras soltaba más hielo sobre el escudo. Si la criatura lograba romperlo, el hombre quedaría desnudo, vulnerable. Moriría. Más muerte. Más sangre derramada.

Cuando me quise dar cuenta, estaba corriendo hacia el atrapado cazador y la gélica, dispuesta a acabar con aquello, costara lo que costase. No quería perder otra vida. De modo que, sorteando proyectiles amigos y enemigos, conseguí llegar hasta el cazador antes que la criatura, quien se disponía a golpear la superficie del escudo para derribarlo.

—¡Detente! —grité, mientras me interponía entre ellos.copy right hot novel pub

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