–El que se equivoca eres tú. –Envolvió su vientre con sus manos–. Jamás le haría daño a mi hijo.
–Es un varón. –Su tono al decirlo fue perturbador.
Aurore tragó grueso.
–Sí...
Dio varias palmaditas en su muslo y segundos después cubrió su rostro con la misma mano.
–No pienso permitir que tengas un hijo de mi peor enemigo.
Frunció el ceño.
–¿Acaso vas a obligarme?
–Te desharás de él.
–No lo haré.
Su padre la vio de una manera que no supo interpretar, pero el sentimiento que le causó fue aún más terrorífico.
–¿Qué ha hecho para que se convierta en tu peor enemigo? –Preguntó Aurore.
–Seguiremos con esta conversación cuando lleguemos.
El camino fue tremendamente largo, era evidente que estaban yendo a otra ciudad. Aurore vio sus manos manchadas por la sangre de Ambar, de la misma forma estaba su vestido. Dentro suyo había algo que la trastornaba, su mente se encontraba enredada, pues sentía que absolutamente todo a su alrededor y lo que sucedía no era más que una repetición de algo que vivió, como si estuviera viendo el mismo CD una y otra vez o quizá eran los sentimientos quienes se repetían.
No lo entendía, nada estaba claro, sólo quería salir de ahí cuanto antes. Sabía que era culpa suya todo lo que ocurría, nunca debió apartarse del lado de Alessandro, pero por una parte su subconsciente le decía que tal vez si hubiera llegado un minuto tarde, Ámbar no tendría ni siquiera la posibilidad de seguir con vida, pensarlo le producía una infinita angustia, necesitaba saber cómo se encontraba, sino se volvería loca y terminaría cayendo en la desesperación. Había sentido la mirada de su padre durante todo el camino, pero no se atrevía a verlo.
Llegaron a una villa en las montañas, alejada de absolutamente todo. En cada rincón del lugar habían hombres armados, si pensó que aquellos tipos que aparecieron en el departamento tenían armas que impresionaban, estos parecían sacados de una película de mafia. A lo lejos observó desde la ventana, cómo le estaban cortando la barriga a un hombre y sus órganos caían uno tras otro, apartó la mirada lo más rápido que pudo, las ganas de vomitar aparecieron. ¿Dónde se estaba metiendo? Se sobresaltó al sentir la mano de Osvaldo, esta vez en su espalda.
–Vamos, mi flor. Te voy a enseñar la casa.
Asintió atemorizada.
Entraron dentro de la casa, era demasiado lujosa y enorme, ¿cuántas personas vivían ahí? La dirigió a lo que parecía ser un comedor, y se encontraban una mujer y a un hombre. Estos no tardaron en notar su presencia, y clavar su mirada en ella, haciéndola sentir como una intrusa.
–¿Quién es? –Preguntó la mujer.
–Les presento a mi hija, Aurore Barbieri. –Se sintió asqueada al oír el apellido que le designó–. Esta es Fausta, mi esposa. Y él es Jacob, tu hermano. –Explicó señalando a cada uno.
¿Hermano? ¿Qué locura era esa?
–¿Y viene en esas fechas? ¿A quién mató o qué? –Dijo la señora viéndola de arriba abajo.
–Un pequeño percance, pero ya quedó en el pasado.
–¿Desde cuándo tienes una hija? –La voz de la mujer era amenazante.
–¿Quién te dijo que podías hablar, Fausta? –Preguntó su padre en tono amenazante.
La respuesta de ella fue mirarla con desprecio.
–Quiero que la traten como a una reina en esta casa, ¿queda entendido? Ya que desde ahora, vivirá aquí temporalmente, hasta nuevo aviso.
El tipo, moreno y de ojos verdes, se levantó de la mesa.
–Será mejor que la lleves a quitarse esa porquería que lleva encima, huele mal. –La vio de reojo, con el mismo desprecio con el que lo hizo esa mujer. Se fue, desapareciendo por uno de los pasillos, percibió su enfado.
Al igual que también notó la quijada cargada de ira por parte de su padre, se sentía fuera de lugar, sólo quería irse de ahí.
–¿Puedo ir a una habitación, por favor?
–Claro que sí, tenemos todo listo para tu llegada.
La llevó personalmente a una amplia e impoluta habitación.
–Cuando termines de arreglarte, baja a comer conmigo.
Aurore asintió, sólo quería librarse de él. Al cerrar la puerta, asegurándose de poner el cerrojo, dejó caer su cabeza y espalda en ella. Caminó con paso lento hacia el cuarto de baño, y al mirarse al espejo no pudo retener más las lágrimas. Su cuello estaba salpicado por la sangre de ese tipo, se encontraba llena de ese color intenso y desagradable, el cual le producía náuseas. No aguantó más y expulsó en el inodoro ese malestar que llevaba acumulando horas, tiró de la cisterna, y bajó la tapa para sentarse en ella.copy right hot novel pub