Estaba inmovilizada, no sabía si estaba alucinando por todo lo que había sucedido en tan poco tiempo. No encontraba otra explicación para lo que sus oídos escuchaban, no quería voltearse, tenía mucho miedo. Su mente repetía una y otra vez que no podía ser cierto lo que pensaba. ¿Era él?
Oyó las voces nerviosas de esos tipos explicando lo ocurrido, por supuesto, entre mentiras llevados por un miedo totalmente distinto al suyo. No tuvieron la oportunidad de terminar por justificarse cuando se dieron cuatro disparos más, pero esta vez el sonido que emitieron fue diferente, como si los hubieran realizado con otra arma. Sus cuerpos cayeron al suelo, paralizándola más, no se atrevía a mover un sólo músculo.
–Mi flor... –Lo que dijo la hizo abrir los ojos, por su voz sabía que se estaba acercando, inhaló todo el aire que pudo al sentir que se quedaba sin oxígeno. No podía ser posible–. Soy yo, papá.
Tragó saliva, su cuerpo temblaba sin parar, apretó los puños girando lentamente sobre sus talones. Se volteó y lo vio, dejándola en un completo trance, no era capaz de gesticular una palabra. Era él, no había duda alguna. Pero estaba mucho más mayor y demacrado, sin embargo seguía igual de robusto y fuerte, igual que en sus recuerdos. Aunque tenía algo que la impresionó demasiado, una enorme cicatriz yacía en su mejilla derecha, pasando por uno de sus ojos, el cual estaba cubierto por un parche negro, y terminaba por encima de la ceja. Prácticamente ocupando la mitad de su rostro. Seguía en aquel shock, sin percatarse del momento en el que se acercó para abrazarla, aquel olor que conocía inundó sus fosas nasales. ¿Qué le pasaba? Había anhelado cada segundo de todos aquellos años de su ausencia poder volver a abrazarlo, antes hubiera dado la vida para siquiera tenerlo junto a ella un par de minutos. Pero ahora no quería nada de eso, ya absolutamente nada era igual.
–Mi hermosa niña... –Se apartó para verla a los ojos, una sonrisa se hospedó en sus arrugados labios–. Ya papá está aquí, no hace falta llorar.
Tuvo la intención de limpiar sus lágrimas, pero Aurore se apartó, caminando hacia atrás. Pudo ver la sorpresa en él, juraría que no se esperaba esa reacción.
–¿Qué sucede? ¿Por qué te alejas?
Aurore vio los cadáveres por el suelo, observó a los numerosos hombres detrás de su padre, armados hasta los dientes, cargando con armas, de las cuales no podría imaginar el nombre.
–M-mataste a esos hombres... –Pudo hablar por fin, pero el timbre de su voz era débil por causa de aquella opresión en el pecho.
Al oírla volvió a sonreír, esta vez ampliamente. Trastornándola en extremo.
–Fue para salvarte. Haría cualquier cosa por tenerte conmigo.
Dio la orden de que se los llevaran, y los cuerpos fueron desapareciendo uno a uno. Uno de aquellos hombre se acercó a Ámbar, y Aurore se puso delante como una fiera, saliendo de su trance.
–¡No la toques!
–¿Qué hago, patrón? –Le preguntó a Osvaldo.
–Ella está muerta.
La manera tan fría en que pronunció esas palabras, sólo le confirmaron algo; había sido él quien mandó hacerle esa atrocidad a Ámbar.
–¿Fuiste tú, verdad? –Su tono seguía siendo flojo, pero lleno de rabia–. ¡Tú mandaste a que le hicieran eso, para matarla! ¿No es así?
–Te equivocas, hija. Nunca sería capaz de hacer una barbaridad como esa.
–¡Acabas de matar a seis hombres delante mía! ¿Y me dices que no eres capaz de hacerlo?
–Mi flor, te veo muy alterada. Entiendo que estés emocionada por verme otra vez, y no sepas cómo actuar.
–¿No sé cómo actuar? –Lo vio confundida.
–Han pasado muchos años, es normal que te encuentres en este estado. Pero ya estoy aquí, y eso es lo que cuenta.
Buscó por todos lados su teléfono, sintiéndose perdida, lo encontró en el suelo y recordó que se había caído. Lo tomó y por suerte seguía funcionando. Antes de que pudiera ejecutar cualquier cosa, le fue arrebatado de las manos. Miró incrédula a su padre.
–Dame mi teléfono.
–Veo que los años te han hecho más rebelde, pero me llena de orgullo saber que ya no eres esa niña, la cual tenía miedo de todo. Yo te terminaré de convertir en toda una mujer, capaz de terminar con el mundo si te apetece.
Aurore frunció el ceño, por lo extraño que se oyó esa frase.
–¿De qué hablas?
–Te demostraré que a partir de ahora nadie podrá tocarte ni humillarte, tu misma serás tu propia arma. Hija mía... –Sonrió–.copy right hot novel pub