La mañana del 24 de diciembre de 1800 Edward obligó a Amelia a ir a una misa en la iglesia de las piedras, era una mañana fría no obstante Amelia sentía que estaba a punto de desmayarse del calor debido a todas las personas reunidas dentro de la iglesia, ellos no habían podido llegar a tiempo para tomar los muy escasos asientos y de todas formas al conde ni a su prima le tocaban un asiento debido a que estos asientos eran reservados para los ancianos niños y mujeres embarazadas.
Amelia nunca había asistido a una misa los domingos y mucho menos había asistido a una misa navideña, estas cosas las dejaba reservadas solo para funerales y bautizos, sin embargo, Edward que había llegado la noche anterior la despertó muy temprano en la mañana para decirle que debía asistir con él, mientras ambos se encontraban parados uno al lado del otra Amelia le susurro a Edward:
-No sabía que asistían a misas -Claro ella no podía presumir de conocer a Edward a fondo debido a que solo se llevaban conociendo alrededor de dos meses, y eso era muy poco tiempo para conocer estas cosas de una persona
-No lo hago -admitió él, pero antes de que ella protestará se apresuró a decir -pero necesito hablar con alguien y se vería muy mal que mi amada y devota prima no asista con… -Amelia estaba de acuerdo con lo que él decía, sin embargo, se paró en seco en medio de una palabra, frunció el ceño y parecía estar temblando de rabia, ella lo miró con curiosidad por su repentino cambio
-¿Pasó algo?
-El papá de Cipriano -gruño Edward señalando con los ojos, Amelia lo miró fijamente era un hombre de no más de sesenta y cinco años que llevaba consigo un bastón y estaba acompañado de un joven de la edad de Edward -ese viejo bastardo… -Edward busco con la mirada a su amigo, Cipriano tampoco era alguien muy devoto, pero trataba de asistir a este tipo de misas y eventos para demostrar agradecimiento al señor por ayudarlo a salvar la vida de sus pacientes y al mismo tiempo para pedir perdón por no haber sido capaz de salvar la vida de tantos otros, así que Cipriano estaría en algún lado, sin embargo, sin buscarlo y no sabiendo que Edward lo buscaba Amelia lo localizó al lado de un hermoso vitral.
Amelia pasó toda la mitad de la misa tratando de descubrir algún parecido entre el padre de doctor y su hijo, sin embargo, el señor se encontraba dándole la espalda y no había forma de que está pudiese ver algo más que comparar que una espalda “Estoy completamente aburrida” se dijo a sí misma, pensando que nunca se había encontrado tan deseosa de comparar a dos personas, de repente sintió ganas de reírse recordando como su papá le pasaba su teléfono en medio de algún bautizo para que él pudiese jugar mientras la misa terminaba, a los niños se le perdonaban ese tipo de cosas aunque de adulta se sentía culpable por no haber respetado al señor en esos momentos, pero a pesar de eso en estos momentos se sentía que la situación le daba gracia en medio de ese aburrimiento que sentía.
El resto de la misa trato de concentrarse lo mejor posible en lo que se estaba diciendo, sin embargo, terminó localizando y reconociendo a varias personas que había conocido en el baile, como era la señora y señorita Baudin que iba acompañada de un niño que debía ser el tan ansiado barón, al vizconde Navarra, los gemelos Laurens y otras más.
Cuando la misa acabó y tal como pasaba en el futuro, los asistentes se estaban reuniendo en grupos para conversar y dar sus opiniones de que les había parecido el servicio:
-debo buscar a Cipriano -Edward dijo con total determinación, pero antes de que Amelia pudiera responder alguien lo hizo por ella
-Si quieres evitar que mi hijo y yo nos veamos, debo informarte que ya hablamos -El padre de Cipriano había caminado hacia ellos sin que se dieran cuenta, Edward endureció aún más su cara y Amelia pensó que esta se iba a quebrar en cualquier momento -y fue una conversación bastante… civilizada -El hombre posó los ojos en Amelia
-Buenos días, señor -ella saludó con una leve reverencia
-¿Esa es la tan mencionada prima? -El hombre la ignoró por completo dirigiendo su pregunta a Edward
-Si -Edward era la viva imagen de sí las miradas mataran y Amelia pensó “otra persona que me odia sin conocerme”
-Es indudable el parecido con la condesa -El hombre la examinó con la mirada -Sin embargo, debo mencionarle que me sorprendió mucho saber de su existencia, recuerdo que la condesa había mencionado una vez que no tenía más familiares -Amelia y Edward palidecieron al pensar que habían sido atrapados.
Cipriano había visto a su padre llegar a la iglesia y aunque se preguntaba qué hacía en la iglesia no le sorprendía, el hombre era un grosero y un maltratador, pero eso si un devoto apasionado, Cipriano no tenía ningún recuerdo en su memoria de su padre faltando a una misa de domingo, no era una novedad encontrarlo en una iglesia en un día tan especial como era el nacimiento del señor, sin embargo, había otra iglesia en la ciudad y pensaba que su padre se había regresado a la ciudad vecina donde tenía viviendo desde hace como seis años.
Cipriano se ubicó lo más lejos posible de su padre y su primo, cerca de una ventana, desde allí podía observar a su padre y de esta manera mantenerse lo suficientemente alejado para no tener que hablar con él, pero a mitad de la misa solo por curiosidad había mirado a su alrededor y encontró a Edward y Amelia, esto sí representaba una sorpresa, Edward era alguien que evitaba las misas, las consideraba innecesariamente largas y aburridas, por otra parte, no creía que la señorita fuese una mujer muy religiosa.
Edward miraba con odio al padre de Cipriano, no era algo tampoco de considerar extraño, debido a su amistad de años Edward conocía perfectamente los métodos de crianza del padre de su amigo, él mismo había sido testigo de una que otro castigo o de alguno que otro cardenal que le había proporcionado el hombre a Cipriano cuando eran apenas un niño, estos castigos habían aterrado tanto a Edward que vivía con miedo de que sus padres implementaran el mismo castigo en él, sin embargos sus padres no eran partidarios de los castigos físicos aunque en un par de ocasiones Edward había recibido un par de nalgadas bien merecidas como la vez que rompió un juego completo de porcelana, pero aun así sus padres nunca le habían puesto una mano encima con la crueldad con que el padre de Cipriano lo hacía con su hijo.
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