Amelia se sentía incómoda bajo la mirada vigilante de la anciana, ella nunca había pensado que la madre de su amiga fuese una mujer fuerte atrapada en un cuerpo debilitado por el Parkinson, sin embargo, allí estaban sentadas en la mesa de la cocina siendo examinada de arriba a abajo por una anciana que parecía tener una vista de halcón, al cabo de dos minutos de silencio la anciana frunció el ceño y dijo:
-y bien ¿quién eres? -La anciana exigía una respuesta más elaborada de lo que Edward le había dado
-Solo soy una joven -suspiró, había tenido un día de perros y ahora una anciana les exigía una respuesta que no podía darle
-Madre… -Interrumpió Oliver quien había entrado en la cocina con una expresión relajada se le endureció a ver a Amelia con su madre
-¿Qué te ocurre? -La señora Carlota que había visto la expresión de su hijo no perdió la oportunidad de preguntar qué estaba pasando -¿Es que acaso no te enseñe a cómo comportarte frente a una señorita?
-No, no es eso… -Se apresuró a defenderse Oliver quien se sonrojó como un tomate
-¿Entonces qué es?
-Es que pensé que la señorita Amelia ya se había retirado
-¿Por qué pensaste eso?-Preguntó Amelia confundía
-Vi a Edward salir muy enojado hace un momento
-¿Qué? -Corearon tanto la madre como Amelia
Amelia se levantó de un salto, mientras balbuceaba una disculpa y pensando “ese bastardo… más vale que no se haya atrevido a dejarme” para Amelia no tenía sentido que Edward se fuese sin decirle nada en menos de cinco minutos de que lo habían dejado solo con Olivia ¿Es que acaso estaba ocurriendo algo y ella no sabía? Oliver iba detrás de ella porque entendía que la situación era poco usual, la señora Carlota por su parte la enfermedad le impedía ir detrás de los jóvenes por lo que prefirió quedarse donde está y poner la suficiente fuerza en llevarse un vaso de agua a la boca sin derramarlo, luego se enteraría de que había ocurrido.
Amelia y Oliver entraron en el salón y se encontraron a Olivia oliendo un ramo de orquídeas y al vizconde que la observaba complacido por el ligero sonrojo de Olivia al recibir el ramo, no era la primera vez que esta recibía un ramo, el año en que había salido en sociedad había recibido unos cuantos, sin embargo, había pasado casi 8 años de eso y que el vizconde le trajera flores fue una sorpresa agradable, por lo que a pesar de que se sentía culpable de que el vizconde la cortejara a ella y no a su amiga no pudo evitar sonrojarse
Pero ambos se sintieron realmente culpables cuando Amelia entró en la habitación como una tormenta, solo parecía algo exaltada y la verdad sea dicha a Amelia le importaba muy poco el cortejo del vizconde hacia otra mujer, lo único que le importaba en ese momento era saber si Edward realmente la había dejado sola, recordaba perfectamente la caminata nocturna en medio de la nieve y no era algo que quisiera repetir:
-Buenas tardes, vizconde -Saludo Amelia rápidamente, todavía no se le olvidaban sus lecciones de etiqueta -¿Pensé que mi primo se encontraba acá?
-Acaba de salir -Olivia bajo la mirada
-Entiendo creo entonces que me retiraré -Amelia sabía que si Edward se había ido seguramente había sido por un ataque de celos y por todo lo que había estado aconteciendo en los últimos dos días no estaba dispuesta a involucrarse en sus cosas, pero y ¿el carruaje? Los Laurens no tenían carruaje y si Edward se lo había llevado ¿Qué haría para regresar? Pero, sin embargo, ella quería visitar a Samira que no vivía tan lejos, tal vez ella podría hacer que la llevaran o para cuando Edward llegue a la mansión se diera cuenta y enviará a buscarla -Quiero visitar a la señorita Cecil… -informo para que si ese fuese el caso los Laurens supiesen dónde enviar al cochero, “que difícil es el mundo sin un teléfono” pensó Amelia, Olivia se acercó y le susurro una pregunta “¿No estas molesta conmigo?”, Amelia la abrazo y en un susurro le respondió “jamás me molestaría contigo”, los hombres miraban en silencio el corto abrazo, ella se despidió
Mientras caminaba a la salida pensaba en que no tenía sentido que ella se molestara o pusiese celosa por Alessandro, ella había dejado claro que no quería nada con él y aun si no tuviera que regresar a su vida en el futuro ella no hubiese estado interesado en él “pero si fuese...” estaba pensando, pero se interrumpió y se regañó a sí misma, no podía pensar en él de esa manera:
-Señorita Amelia -Amelia se sorprendió al darse cuenta de que Oliver la había acompañado hasta la puerta, pero si este había dicho algo ella no había escuchado -¿Podría hacer llegar mis saludos a la señorita Cecil? -Amelia noto que el joven Oliver se había vuelto a poner tan rojo como un tomate ¿tenía Oliver algún sentimiento por Samira?
-Claro -dijo y se despidió, Al salir vio el carruaje estacionado aun afuera el conductor estaba cepillando al caballo -Señor Thomas ¿y mi primo?
-Salió un momento, dijo que caminaría hasta la casa del doctor Deluca y que podía llevarla a donde desease
-Voy a casa de la señorita Cecil, no es tan lejos de acá -dijo Amelia mientras pensaba -No creo que sea necesario que me lleve
-Tonterías, móntese
Amelia hizo lo que el cochero le indico y antes de que se pudiese poner cómoda en el asiento ya estaban frente de la casa de la familia Cecil.
Samira no la esperaba, sin embargo, parecía contenta y le pidió que la acompañara a dar un paseo por el centro de la ciudad:
-No creo que esté algo abierto, pero debo comprar unas telas para la boda -Dijo con cierta tristeza
-Pues si no hay nada abierto disfrutaremos de una hermosa caminata -Amelia miro por la ventana, no había nevado desde la noche anterior por lo que dar un paseo por el centro no parecía una mala idea y tal vez mientras caminaban podía encontrarse con Edward en el camino, la ciudad no era tan grande, de hecho a penas podía llamarse ciudad, era casi como un pueblo por lo que lo más probable era que se encontraran con él, aunque Amelia no planeaba pasar cerca del departamento del doctorcito.
Mientras Amelia y Samira caminaban por el centro de la ciudad, está trataba de entender por qué su corazón se sentía acelerado cada vez que pensaba en desviarse al departamento de Cipriano, entendía los prejuicios de él, pero no sabía si molestaría la acusación de la mañana.
Había pasado tal vez una hora desde que Samira y ella habían comenzado el paseo cuando ambas chicas se percataron de un círculo de personas que parecían estar viendo entre entretenidos y horrorizados algo, a Samira le dio una curiosidad enorme ver que estaba ocurriendo, pero Amelia tenía un mal presentimiento por lo que no quería acercarse al círculo de personas, sin embargo, Samira casi la llevo a rastras, al principio por la cantidad de personas que formaban un muro no podían ver que estaba ocurriendo, no obstante luego de un momento pudieron ver perfectamente que estaba ocurriendo y ambas chicas abrieron la boca casi de forma caricaturesca, por un segundo pensaban que las mandíbulas les caería al piso y lo atravesaron.
En el medio del círculo de personas se encontraban Edward y Cipriano peleando a golpes, por lo que se veía Cipriano le había dado un buen derechazo a Edward y le había roto el labio por lo que se encontraba sangrando, aunque Edward tampoco se dejaba y le había dado un golpe muy fuerte en el ojo izquierdo a Cipriano dejándole un moretón, ambas heridas eran muy escandalosas, ya que la sangre no dejaba de brotar y había manchado tanto la camisa de Edward como el piso y el moretón del ojo estaba tan hinchado que no podía abrir el ojo y al ser de piel blanca el color del golpe parecía casi negro en vez de morado.
Amelia miró que nadie parecía querer detener a los dos hombres que seguían golpeándose el uno al otro, incluso ella pudo visualizar a la policía de la ciudad viendo el espectáculo y se preguntó qué habría pasado, sin embargo, y con un suspiro atravesó las murallas de personas y quedándose en una posición lo suficientemente lejos para no recibir un golpe por accidente, tomó aire y gritó:
-¿Se han vuelto locos? -El grito tomó tanto a los combatientes como a los espectadores desprevenidos por lo que ambos se detuvieron en seco y vieron horrorizados la cara de molestia de Amelia, Edward sintió que su madre había resucitado para darle unos azotes -¿Qué está pasando? -Preguntó Amelia mostrando verdadera irritación, ambos se vieron como niños recién atrapados haciendo algo que no debían y dijeron:
-Él comenzó -cada uno señalo al otra Amelia volvió a gritar un poco histérica por la situación
-¡A la mierda quien comenzó! -El grito lo compararía en la noche y en los días posteriores como una escena sacada del libro “El amor en tiempos de cólera” de Gabriel García Márquez -Pregunte ¿por qué están peleando? -Ambos se miraron pálidos como el papel y Amelia entendió que ni siquiera ellos sabían por qué estaban peleando
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