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(COMPLETO) Las Crónicas de Aralia (1): Gemelos de sangre

LXXVII

Decidí esperar a que llegaran mis amigas para así comer todas juntas. Aquella noche iba a ser muy difícil para las dos, sobre todo para Teresa. No habíamos vuelto a saber nada de Ángel y Lucian no había aparecido demasiado por el castillo, lo que no nos tranquilizaba demasiado. Al parecer, no era algo muy común que la Luna rechazara a un aspirante a alfa.

Comimos en silencio y después las dos se fueron a sus habitaciones sin mucho ánimo. Yo quise quedarme con Tabak, pero él tenía que hacer unas cosas antes de poder pasar un rato conmigo. Se despidió con una sonrisa triste y se fue, quedándome sola en el pasillo que había al salir del comedor. Mis pies comenzaron a moverse solos, llevándome a un lugar que conocía muy bien: la biblioteca. Ese sitio seguía siendo un gran refugio para mí.

Antes de entrar supuse que estaría sola, pero para mi sorpresa no fue así. Karintia estaba allí, de pie frente a una de las mesas. Sobre la misma se hallaba una extraña caja de cuero negro con unas letras grabadas sin ningún orden aparente. La híbrida la miraba como si quisiera traspasar sus paredes con los ojos.

—Hola, Lidia —me saludó sin mirarme.

—¿Qué es eso? —le pregunté mientras me acercaba con cautela.

—Es un objeto mágico que Jared utilizó para alimentarme —me explicó, centrando toda su atención en aquel utensilio—. Dentro hay un objeto que tengo que recuperar, pero antes debo desconectar la caja.

—¿Y cómo lo harás?

—Buscando un hechizo entre los libros de conjuros de Kirash —sonrió.

—¿Kirash?

En los ojos de Karintia relució un destello de tristeza que se desvaneció enseguida, pero yo ya lo había visto.

—Era una bruja muy especial que falleció hace un tiempo —me contó.

Y, por su tono de voz, deduje que para ella había sido una gran pérdida. Había sufrido más de lo que yo nunca podría llegar a imaginar. Y eso me entristecía.

Sin querer molestarla más, me dirigí hacia una de las estanterías para elegir una lectura mientras Karintia deshacía el hechizo de la caja. Me senté en la misma mesa en la que ella estaba, pero en la otra punta para que la híbrida tuviera suficiente espacio. No sabía qué necesitaría para el hechizo ni cuánto tiempo tardaría.

Me centré en leer el libro que tenía entre las manos y dejé a Karintia con sus quehaceres. Sin embargo, la idea de que aquella noche todo pudiera cambiar me mantenía inquieta. No soportaba esperar con los brazos cruzados, sin poder hacer nada. Teresa tenía que estar tirándose de los pelos en aquellos momentos. ¿Cómo se sentiría Kenzye? ¿Echaría tanto de menos a su familia que se iría con ellos? ¿La seguiría Mateo? ¿Podría el beta abandonar a su alfa para seguir a su compañera al mundo humano? Demasiadas preguntas que el tiempo se encargaría de responder.

Volví a meter la cabeza en el libro, pero de nuevo mi mente se alejaba de aquellas letras, imaginando la Luna de aquella noche. ¿Cómo sería que ella te rechazara? ¿Cómo se sabe a ciencia cierta que lo ha hecho? ¿La Luna les hablaba a los lobos? No, no lo creía, pero sin duda los rituales de la manada eran muy especiales y secretos, solo conocidos por ellos.

Dejé el libro a un lado, sabiendo que no lograría concentrarme en la historia que contaban sus páginas, y miré a Karintia. Tenía los ojos cerrados y las manos colocadas sobre la caja, pero sin llegar a tocarla. Sus labios se movían, pero no articulaban sonido alguno. Seguro que estaba realizando un hechizo. ¿Habría descubierto ya cómo abrirla?

El chasquido de la caja me hizo saber que sí. La híbrida abrió los ojos y levantó la tapa. Después alargó la mano hacia el interior y cuando la sacó sostenía dos objetos en su mano: un mechón de cabello rubio-castaño y un anillo. El mechón de cabello lo dejó sobre la mesa, pero el anillo se lo colocó en el dedo anular de la mano y suspiró, aliviada al parecer por haberlo recuperado. Luego cerró la caja.

—Será mejor que la ponga a buen recaudo —decidió.

—Karintia —la detuve.

Ella se giró, pero no soltó la caja que ya tenía entre sus manos. Ni siquiera estaba segura de querer preguntarle aquello, pero su nombre había salido sin querer de mis labios y ya no me quedaba más remedio que arriesgarme.

—El bebé...copy right hot novel pub

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