Comió vorazmente los trozos de pizza, su hermana le dedico una sonrisa cálida que aunque ella no lo supiera la calmaba. Tenía ese don especial que solo una de sus sonrisas olvidada muchos de sus problemas y se sentía que estaba en casa o donde fuese que estuvieran. Saco un pequeño bolso verde de flores del closet mientras comenzaba a elegir ropa para ambas.
—Debes guardar ropa abrigadora, allá hace mucho frío.
—¡Ok!
Seguía metiendo ropa perfectamente doblada en silencio. Shery seguía comiendo un poco más lento mientras miraba por la ventana diciéndose que todo saldría bien.
(...)
—Pronto voy a tenerte en mi cama Shery Loon y voy a disfrutar el momento mi pequeña traviesa.
Terminando esta última palabra con una sonrisa maliciosa en los labios, Daren, saboreaba su casi victoria por tener a la mujer que quería bajo su poder y dominarla a su antojo.
Nada le daría más placer que hacerse con ellas, se encargara de que ninguna de las dos vuelva a ver la luz del día, permanecerían en su mansión todo el tiempo. Eran muy astutas, y más cuando Steven le comento que tenían dinero guardado.
Al parecer el padre no tenía idea de lo que hacían sus hijas fuera de casa, pero el sí que lo sabía, estaba enterado de casa paso de las jóvenes. Desde que Shery trabajaba en una inmunda cafetería hasta Eve con sus clases adelantadas del colegio. Se levantó del sillón del despacho y se dirigió a la puerta de la salida, era hora de terminar algunos asuntos pendientes en su casa.
Este vivía en una gran mansión, decorada en colores blanco y dorado. Con una enorme entrada de algunos kilómetros de distancia de la edificación. El coche lo dejo en toda la entrada y era recibido por la servidumbre a la hora que sea, la tormenta no cesaba.
Sera una noche interesante pensó. Después de despachar a su gente, bajo hasta el sótano de su casa, donde había mandado a construir unos calabozos subterráneos para algunas personas que se pasaran de la raya.
Muchos hombres custodiaban la entrada, al verlo se hicieron a un lado abriéndole la puerta de madera de roble. Allí abajo olía a hierro, humedad y moho. Pero que más daba, allí solo tenía a miserables que no durarían mucho tiempo vivo.
Se acercó a la segunda celda de las cinco que tenía, mirando a un joven que allí se encontraba. Todo golpeado y sin energía para moverse lo suficiente. Sus pies y manos estaban encadenados al suelo cubierto por la mugre y sangre vieja de otros presos. Tenía serias heridas graves, y algunas ya parecían haberse infectado.
—¡Hola Derek!
—¿Quién eres tú? ¿Y porque me trajeron aquí? Le decía el joven con la cabeza cabizbaja.
—Quien soy ya no importa ahora, no duraras mucho tiempo. Y porque estás aquí, es fácil, cometiste un grave error muchacho.copy right hot novel pub