Al mismo tiempo, en Londres, Inglaterra.
La reunión se suspendió por tercera vez, cuando el responsable de la otra parte se saliera de imprevisto.
Vicente susurró:
—Señor Santángel.
Édgar se reclinó en su asiento con una mano sobre el escritorio mientras golpeaba con sus dedos la mesa. Entonces, dijo con indiferencia:
—Están ganando tiempo.
—¿Ganar tiempo? Vicente se quedó un poco perplejo:
—Pero ya estamos aquí, ¿para qué hacen tiempo?.
Édgar entrecerró los ojos y miró el teléfono que estaba apagado:
—Sal ahora y llama a la gente de Ciudad N para ver si ha pasado algo.
Vicente asintió:
—De acuerdo.
Debido a la importancia de esta reunión, las personas de ambos bandos que asistían a ella debían apagar sus teléfonos.Además, en los alrededores, casi no había señal.
Poco después de que Vicente se marchara, el responsable de la otra parte regresó con una sonrisa, que era diferente a la seriedad y el rigor que mostraba anteriormente.
—Siento haber hecho esperar al señor Santángel durante este tiempo.
Édgar le miró con indiferencia y no pronunció palabra alguna.
Diego de la Cruz cogió un documento de su asistente y se lo acercó a Édgar:
—He hecho reimprimir el contrato. Échele un vistazo, señor Santángel. Si no hubiera nada malo, puede firmarlo.
Édgar le echó un vistazo y resopló con frialdad, luego, cerró el documento y lo tiró hacia atrás, y con tono indiferente dijo:
—¿Por qué no mejor me dice que le entregue directamente el Grupo Santángel?.
—Señor Santángel, ¿cómo puede decir eso? Ambos somos hombres de negocios, así que naturalmente estamos hablando de negocios, por no mencionar que si el Sr. Santángel me ofrecería el Grupo, tampoco podría pagarlo.
—Creo que al hacer estos términos, tú perdiste tu humanidad hace mucho tiempo.
Al oír esto, Diego no perdió la calma y se limitó a responder con una sonrisa:
—Señor Santángel, cuando hacemos negocios, además de tener en cuenta el beneficio final, también hay que ver cuántas fichas tenemos para cerrar la negociación, ¿no?
Édgar entrecerró los ojos y su voz salió con cierta frialdad:
—Cuántas fichas tiene usted.
Diego dijo despreocupadamente:
—Bueno...
En ese momento, se abrió la puerta de la sala de reuniones. Vicente entró apresuradamente y susurró al oído de Édgar.
Al instante, el rostro de Édgar se ensombreció. Sus rasgos faciales parecían estar cubiertos por una gran capa de escarcha y mostraba un profundo escalofrío.
Vicente se mantuvo en silencio detrás de él.
Solo entonces Diego continuó lo que no había terminado de decir:
—¿Cree el señor Santángel que las fichas de negociación que tengo en la mano son suficientes para que firme este contrato?.
Édgar le miró con indolencia:
—¿Cómo se atreve a amenazarme?
—Lo siento, señor Santángel. ¿Acaso no es siempre así cuando se hacen los negocios? Cuanto mayor es el peligro, mayor es el beneficio. Si uno no prueba su suerte, ¿quién sabe cuál sería el resultado?
Diego miró el documento que había arrojado Édgar y lo volvió a empujar mientras mantenía una sonrisa de haber ganado:
—Después de conocer al señor Santángel el día hoy, siento que usted es muy diferente de lo que había imaginado. Antes lo admiraba bastante y pensaba que era usted el tipo de persona decidida y sin piedad alguna. De lo contrario, cómo habría llegado a su posición actual a una edad tan joven.copy right hot novel pub