Se asomó por los bordes de la puerta mirando hacia los lados en busca de una presencia cercana. La casa estaba llena de gente, todos vinieron a su boda, la fiesta estaba en su ajetreo; pero el mismo no estaba dispuesto a bajar para disfrutarla con los invitados.
Cerró la puerta de aquella habitación y cambió su ropa, dejando el esmoquin y los zapatos elegantes por una chamarra con capucha y zapatillas deportivas. Aun siendo pasadas las nueve de la noche, ocultó sus ojos con gafas de sol y salió a hurtadillas por la parte trasera de la casa evadiendo el gentío y escapando de su propia fiesta de matrimonio.
Se metió a la casa de huéspedes, yendo hasta la cochera, hurtó las llaves de la vieja motocicleta de Christopher, la abordó y se puso en marcha, huyendo hacía un rumbo digno de su instinto.
Sus pies cayeron con firmeza en la cubierta del barco, Paola debía estar allí con Jay; no obstante, la soledad calaba profundamente dentro de aquel medio de transporte acuático. Forzó la entrada, buscó señales de dónde ellos podrían estar. Cualquier cosa que le diera una mínima idea; por otra parte, Andy quería buscar pruebas de que Jay no era un chico confiable, impedir que se llevara a Paola con él. Jamás supo de dónde venía el chico, no había señales de sus padres, su procedencia o de la manera en la que se mantenía.
Un espacio en aquella marina no era barato y vivía sin trabajar. ¿Quién diablos era y cómo le era posible vivir de aquella manera?
Revolvió los cajones, esculcó hasta el último espacio posible del bote sin encontrar nada, ni bueno o malo. Era como si el mismísimo Jay jamás existiera en aquel mundo.
Tropezó al salir de la habitación en el barco y cayó al suelo, algo debajo de la alfombra le echó a perder el equilibrio y besar el piso.
Dio media vuelta, metió sus manos debajo del cobertor del piso, sacando una piedra, brillaba en la oscuridad y parecía verse una puesta de sol en su interior. Sus ojos nunca vieron algo como aquello, era como un cielo completo dentro de una pequeña piedra.
Un ruido hizo su corazón detenerse, escuchó claramente unos pasos ingresando al bote, cuando empezaron a conversar supo que no eran ellos. Eran otras personas distintas a lo que él esperaba.
¿Se metió al bote correcto?
Se arrastró hasta meterse debajo de la cama, era algo ventajoso ser flaco en aquella ocasión. Los pasos se acercaron hasta él haciendo correr su corazón unas cien veces más rápido de lo común.
― ¿Ves algo? ―preguntó uno de ellos a lo lejos.
―Creo que se equivocaron, no hay nadie aquí; debieron imaginar al chico de la capucha―respondió el que estaba cerca de él.
― ¿Seguro? La entrada parece haber sido forzada.
―Iré por las herramientas y cerraré por cualquier cosa. No quiero preocupar a Jay, su boda es mañana.
―Lo sé, se casará con la chica de los Kóma; escuché que los vieron en el hotel de la costa.
― ¿No te parece raro que ella tenga que huir mientras su familia le hace una boda a la hija de los Cárdenas?
―No lo sé, yo solo me intereso por el señor Jay. Espero que esa familia no intente impedir que se la lleve, ya suficientes alborotos han hecho protegiendo a los imperialistas americanos.
―Vamos, tenemos mucho que hacer. ―Finalizó la conversación.
Andy esperó paciente porque los pasos se extinguieran y, de inmediato, echó a correr, no tomó la motocicleta, no quería hacer estruendo al arrancarla y levantar sospechas. Se cubrió y caminó hasta el hotel de la costa, intentando ocultarse de la vista del pueblo, todos lo reconocerían; él era el hijo de esos “imperialistas americanos” que tanto odiaban muchos del pueblo. Pensaba en qué se referían con que los Kóma estaban “protegiendo a su familia”, él no sabía nada. Sin embargo, estaba convencido que su compromiso con Kenia tenía algo que ver con todo aquello.
Al llegar al hotel de la costa se escondió detrás de unos matorrales justo en la entrada, sus ojos encontraron lo que su alma tanto buscaba:
Paola.
Jay estaba con ella, ambos se besaban plácidamente a la luz de la luna mientras Hipo los rodeaba amarrándolos con su correa. Creo que aquel perro jamás fue santo de su devoción. Ellos se echaron a reír por haber visto lo que Hipo hizo; su corazón se estrujó, ella no debía ser feliz con aquel sujeto. No se la merecía, era una clase de marciano salido de la nada, un espía. Había algo extraño en Jay y no dejaría que se llevara a Paola con él jamás.copy right hot novel pub