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Ópalo

Capítulo 13: Inciso E

Se despertó con un punzante dolor de cabeza penetrándole el cráneo. No tuvo que siquiera pensarlo para entender que conseguir una aspirina en una dimensión mágica y medieval sería imposible.

Bavai, la Dríada, le explicó cómo se sentiría de ahora en adelante. No era inmortal, pero tampoco era humano, no ahora. Las primeras horas fueron fatales, demasiado poder corriendo por su cuerpo le resultó algo traumático e incluso abrumador.

También trazaron un plan sobre lo que tenía que hacer una vez volviera a estar en condiciones de actuar. Esa hora parecía haber llegado mucho más rápido de lo que esperaba, pues pensó que tardaría un poco más en recuperarse tanto física como mentalmente del hecho que ya no era una persona normal y no lo sería nunca más.

Se sentó en la cama mirando su entorno. No recordaba haber llegado ahí; sin embargo, no lo extrañó, la Dríada se lo dijo.

Parecía ser una habitación poco concurrida y bastante abandonada. El colchón no tenía cobijas, los muebles estaban polvorosos, nada parecía haberse movido de allí en un buen tiempo.

Observó más detenidamente su entorno mientras saltaba de la cama; había algo en esa habitación que le punzaba la columna. Caminó por el lugar, observando cuidadosamente cada cosa, cada mueble, cada grieta en la pared.

Había visto la manera en la que tenían arregladas las otras habitaciones del palacio, aunque vacías y desoladas, brillaban de limpias; pero esta estaba completamente abandonada, sin siquiera la mano de la servidumbre desde hacía mucho, quizá, demasiado tiempo.

Avanzó hasta el armario, abrió la puerta y se internó en él. Su instinto no le había fallado, el armario estaba lleno de trajes de hombre, algunos elegantes, otros más prácticos, pijamas, joyería, zapatos hechos a la medida. Investigó un poco más en las gavetas del oscuro lugar hasta que encontró algo que llamó su atención mucho más que todo lo demás:

Una corona, era cómo la que Paola llevaba en la visión de la bola de cristal, adornada con pequeñas piedras de zafiro, calcedonia, amatista y topacio en todo su derredor.

¿Quién podría haber olvidado todo eso allí?

Aun con la corona en mano siguió caminando por el armario, tocando las prendas, sorprendiéndose de la delicadeza de las telas y la manera en la que estaban elaborados. Movió algunas para mirarlas mejor, fue ese acto lo que lo llevó a descubrir un retrato pintado en el piso detrás de unas prendas largas apiñadas.

Con una mano lo sacó de allí, limpió el polvo de la superficie del retrato con una prenda que estaba en el suelo. Quien sea que fuera el dueño no creía que le importara que arruinara una sola de sus numerosas prendas finas.

Sus ojos se abrieron en grande al ver en la claridad de la pintura el rostro de su mejor amigo, no Andy, sino Jay.

Cayó de rodillas sosteniendo el cuadro, analizando cada cosa en esa pintura. Su corazón se estrujó, pasó tanto tiempo ya, aún más en Nahgsón. Su hijo tenía ahora catorce años y Paola había sido llevada al borde de la locura y el desconocimiento; sabía que Jay nunca hubiera permitido que le hicieran algo cómo eso a la mujer que amaba con toda su alma. Comparó la corona en sus manos con la que Jay tenía en la cabeza, era exactamente la misma.

Entendió que la habitación abandonada era de él, la corona y toda aquella ropa había sido abandonada cuando él desapareció del mapa.

¿En qué momento cambió todo? ¿Cómo pasaron de ser una familia feliz en una granja a ser desconocidos esparcidos y abandonados por dos dimensiones diferentes?

Jay, Paola, o Askenaz, ninguno se merecía una historia cómo esa.

Ahí mismo Chris juró internamente que él iba a terminar con todo eso, traería a Paola de vuelta a la normalidad, traería a Jay de entre los muertos si era necesario. Askenaz recuperaría a sus padres y la vida que siempre debió de haber tenido. No le importaba sobre cuantos tenía que pasar para lograrlo ni cuantos mundos se acabarían durante el proceso.

También sintió su sangre hervir por dentro al pensar en Andy. Él, desde el principio había sido él. Si, él fue el que lo echó todo a perder. Desde el mismísimo momento en que eligió a Kenia sobre Paola.

Habían vuelto a ser amigos por un interés en común: encontrar a Paola. Sin embargo, no lo quería cerca de ella, no quería que volviera a enamorarla una tercera vez. No quería tener nada que ver con él.

Sin embargo, para su infortunio, ahora necesitaba mantenerlo con la boca cerrada con respecto al ópalo que perdieron en el bosque y, nuevamente, estaban en esto juntos: tenían que sobrevivir al ambiente salvaje de los seres mágicos de Nahgsón y era mejor dos que uno. Aunque no estaba tan seguro de cuan útil podía ser Andy; en caso de que metiera la pata, no estaba convencido de si iba regresar para salvarlo.

Un segundo después se sintió mal por tener ese pensamiento.

Suspiró, irguiéndose del lugar dónde estaba inclinado. Aun su cabeza retumbaba, pero el tiempo de reflexión había terminado.

Era hora de poner las cosas en marcha.

Sonrió con algo de malicia, tal vez, con una pizca de emoción. Giró sobre el mismo lugar, agarrando una idea en el aire.

Jay no se molestaría si tomaba prestadas algunas de sus cosas, ¿o si?

Sea como fuera, no estaba ahí para impedirlo. Ni él ni nadie más que lo objetara.

Tomó unos pantalones de campo color verdes como la hierba, una camisa crema de manga larga, muy similar a la que Tarsis le brindó luego de curarlo milagrosamente. Un chaleco al cuerpo sin mangas de botones al frente de color café.copy right hot novel pub

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