Caminó por media hora dentro del palacio; aunque no tenía la menor idea de dónde estaba parado la mayoría del tiempo. Era un laberinto de nunca terminar para una persona que no conocía el camino. Sin embargo, no hizo nada más que seguir caminando, lidiando con su propia molestia. Intentando que su cerebro no explotara ante la sobre carga de información con la que se topó aquel día.
¿En qué momento dejó que todo eso sucediera?, se preguntaba una y otra vez en su mente. Paola, su hermana, ahora siendo una chica diferente, en un mundo completamente distinto.
¿No era suficiente el sufrimiento que había tenido antes? ¿Por qué el destino decidió confabulárselas contra ella añadiendo un mundo lleno de seres mágicos incontrolables?
Como si no fuera poco, ese mismo mundo que la recibió estaba muriendo lentamente, ejecutándose a sí mismo. Ahora ella estaba perdida en medio de todo eso, no tenía la menor idea de dónde encontrarla, no sabía cómo defenderse de lo que lo rodeaba, ni cuán grande era Nahgsón o los peligros a los que se enfrentaría si decidía emprender un nuevo viaje de búsqueda por su hermana.
¿Valdría la pena salir allí afuera? ¿Viviría lo suficiente como para saber de ella?
Parpadeó, se dio cuenta de que estaba pegado al suelo, no tenía la menor idea de en qué momento dejó de caminar.
Supo que era porque entendió que no duraría lo suficiente para verla; no obstante, algo en su interior le decía que no podía quedarse allí a esperar que el mundo se viniera bajo, ahora con ellos en su tripulación.
Pero, ¿Qué podría hacer un simple mortal?
Suspiró, no había nada claro para él ahora. Intentó dar un paso, seguir con su camino sin destino, antes de que pudiera hacerlo sucumbió de rodillas en suelo haciendo que todo se acalambrara dentro de él ante tal caída inesperada.
Vio sus pies quedando sin aire, algo fangoso, mojado y lleno de musgo estaba consumiendo desde sus plantas hasta sus tobillos. Una prueba más de que no estaría seguro ni dentro o fuera de ese lugar.
Escuchó unos pasos suaves acercándose a él, la manera en la que caminaba era cómo si no quisiera llamar la atención.
Christopher subió su cabeza, encontrando la figura de aquella mujer con sus ojos a unos dos metros de distancia de su cuerpo.
A penas supo que él la había visto la mujer llevó su dedo a los labios, advirtiéndole que hiciera silencio. La Dríada, la de piel cómo calcedonia azul y celeste que emanaba brillos, la que Tarsis llamó Bavai.
Ella miró a su alrededor, como si vigilara que nadie la estuviera mirando. De nuevo, volteó a verlo; con dedo índice, se tocó el pecho en dirección al corazón. Si es que las Dríadas tenían la misma biología humana, sabía a lo que se refería. Extrañamente entendió a la perfección: le pedía que confiara en ella. Más raro aun, Chris sentía que tenía que hacerlo.
De la misma manera, con señas, ella le pidió que se levantara y la siguiera. Él enseguida pretendió decirle que estaba atrapado; pero ella volvió a pedirle silencio, después de ello, señaló sus pies. Para cuando Chris miró pudo ver cómo el musgo se escurría de sus pies, liberándolos, desapareciendo en el mármol del piso cómo si no existiera.
Había sido ella, la Dríada lo ató al piso para poder interceptarlo. Se levantó y la siguió, no abrió su boca para formular ninguna pregunta o excusa. Desaparecieron del pasillo tomando una puerta oculta que se escondía en la pared.
Aunque estuvo oscuro durante el primer metro una luz mágica iluminó el pasillo de manera repentina. Chris vio la piel de la mujer brillar cómo si fuera una linterna de lava. Se sorprendió; pero no expresó su fascinación. Es más, se sorprendió de cuan callado podía permanecer hasta el punto de siquiera musitar entre respiraciones.
Conforme caminaba intentó trazar un mapa mental de los lugares que habían recorrido. Luego de luchar con sus pensamientos y corregir lo que creía haber visto entendió que era prácticamente imposible lograrlo con solo una visita. Le tomaría años no perderse en aquel lugar.
Cuando el camino se alargó por media hora pensó en pedir explicaciones sobre lo que pasaba con ella o lo que quería de él. Pero no se atrevió, simplemente algo lo mantenía callado, algo importante estaba al final del túnel o de lo que fuera por dónde caminaban.
La mujer dio un repentino giro haciéndolo sentir aún más desubicado.
¿Cómo diablos sabría salir de ahí si llegara a necesitarlo?
Avanzaba a ciegas dejando toda su confianza en una extraña especie de mujer mágica, en la cual no tenía idea si podía confiar. Ahora era demasiado tarde para pensarlo mejor.
De pronto, el brillo de su piel se apagó. Dejándolo hundido en un mar negro de inexplicable oscuridad.
Afinó su oído esperando saber qué era lo que sucedía a su alrededor. La escuchó sacar algo, oyó ese algo introducirse en otra cosa más y luego girar. Un par de “traks” más le siguieron, finalizando con un chillido doloroso de bisagras viejas y herrumbradas. Era de esperarse de una puerta oculta debajo de metros de polvo y paredes con moho en lo más profundo de un lugar inexplicable.
Aunque la escuchó caminar adentrándose en la habitación detrás de la puerta. No se movió un paso más, ni adelante o atrás. Esperó allí hasta tener una señal de que sería seguro.
Fuego se encendió, haciéndolo saltar de la impresión. Apenas veía el rostro de la mujer sobre la llama, poco a poco, ella fue encendiendo una serie de lámparas de aceite. Al fin mostrando lo que había allí dentro.
Se atrevió a entrar, la puerta se cerró mágicamente detrás de él. Giró sobre su espacio, mirando su entorno. Aquello era lo más parecido a un laboratorio, claro, al estilo medieval.
―Todos los palacios tienen uno cómo estos ―dijo ella.
Christopher volvió a sacudirse de la sorpresa.
¡Ella había hablado!
No era que hubiera nada raro en su voz, simplemente era una voz normal, quizá esperaba algo más raro o misterioso. Lo único particular era su acento eslovaco, cosa que luego de pensar un poco, lo sorprendió más.
―Muy pocos saben que existe ―prosiguió la mujer.
― ¿Qué hago yo aquí? ―se atrevió a preguntar por fin.
―Solo las personas de buen corazón pueden cruzar esa puerta. ―Señaló ella, fijando su dedo en el aire justo en dirección a la entrada―. Me hiciste dudar de tus intenciones cuando te quedaste ahí afuera, por un momento pensé en que me había equivocado de chico.
― ¿Estabas esperándome? ―preguntó confundido.
―No podría saberlo ―respondió ella.
¿Qué diablos significaba eso?
―No entiendo nada ―expresó algo ofuscado, dejándose caer en un banco tosco de madera junto a una de las mesas.
―Pensé que querrías ver esto ―dijo la Dríada acercándose a él con una bola de cristal en sus manos.
Dudó en tomarla, aun no confiaba del todo en esta mujer, o lo que sea que fuera. A fin de cuentas, la agarró.
¿Qué tenía que ver esto con él?
Era solo una bola sin sentido alguno.
La mujer se sentó a una distancia razonable; pero seguía sin quitarle los ojos de encima. Era como si ella esperaba que algo grande sucediera entre él y esa enorme bola de bolos color transparente.
Suspiró, no sabía cómo funcionaba eso, ni esperaba que pasara nada especial. La miró fijamente a contra luz de una de las candelas, sin esperar nada, solo mirándola. No obstante, cuando ya empezaba a hartarse de aquel juego, unas sombras corrieron por el cristal; formando poco a poco figuras humanas, un segundo más tarde, la reconoció.
Se puso de pie del banco de pronto, de un salto, justo cuando su corazón chocó contra su pecho.
Era ella, era su Paola.
Sus rulos estaban más largos de nunca, su cabello se apretaba a su cabeza con una corona que la rodeaba cruzando su frente, llena de jancitos, topacios y zafiros. Sus pestañas largas realzaban en color de sus ojos. Vestía exactamente igual a una princesa, algo más práctica.
Caminaba por el oscuro bosque seguida de una pequeña figura de cabello blanco.copy right hot novel pub