Eduardo subió con Lydia y le dijo a su abuelo que ya era hora de regresar.
Elena se apresuró a decir:
—Eduardo, ¿no quieres descansar un rato antes de irte? Acabo de preparar un té con flores y frutas, así que puedes beberlo para refrescarte antes de irte.
El abuelo sonrió ante esto y dijo:
—Ya que Elena ha preparado el té, no lo dejes caer. Podéis quedar a pasar la noche, que tenemos habitaciones de sobra y Lydia quería una obra mía, pues quedaros que así le hago el primer regalo.
A Ricardo le gustó la personalidad de esta nieta política, encontrándola vivaz y generosa, franca y nada pretenciosa. Al charlar, no rehuyó sus orígenes y contó muchos detalles de su vida con su abuela cuando era niña.
Esto hizo que incluso Ricardo recordara las penurias que había sufrido cuando era joven y a su propia abuela y se encariñó aún más con Lydia.
Eduardo miró a Lydia como para pedirle su opinión.
Lydia, por supuesto, no quería quedarse aquí, ya que todos los demás, excepto Ricardo, la incomodaban.
Pero como Ricardo lo había mencionado, no podía refutarlo. Así que sonrió y dijo que terminaría el té que su hermana había preparado antes de irse.
Cuando Elena la oyó llamar a hermana, tiró de la comisura de los labios con extrema dificultad y se giró para ir a la cocina a preparar el té de frutas.
Mientras preparaba el té, miró hacia la puerta de la casa. No sabía cuándo iba a volver Erick, pero el espectáculo no podía continuar sin él esta noche.
La puerta sonó y Lydia no pudo evitar mirar hacia ella.
Un joven entró, tambaleándose, aparentemente borracho.
Ricardo frunció el ceño y dijo:
—¿Cuántas veces te lo he dicho y sigues sin cambiar? Elena, tráele a ese cabrón una taza de té para despertarlo.
Elena aceptó desde la cocina.
Carmena dijo:
—¡Oh, Ricardo, no te enfades! Damos una vuelta para que no te enfades cuando vuelvas a ver a Erick.copy right hot novel pub