Mi domingo parecía ser interminable, estaba oscureciendo para cuando me encontré a medio camino de Dusseldorf y Essen; exhalé intentando escapar del frío una vez que estuve fuera de mi auto.
Me hallaba perdida, no sabía a quien ir o qué era lo que debía hacer ahora. No quería comentarles a mis padres lo que sucedía, no quería hacerlos pasar por esto de nuevo, no mas segundas veces.
Hice una mueca de inseguridad.
No hablé con él de esto nunca; pero ahora yo necesitaba una cabeza adulta que me conectara, no era la mejor opción, mucho menos alguien en que yo confiara ciegamente; sin embargo, él era la única persona de mi familia que sabía lo que yo fui, o podía aun ser, alguna vez. Me vi obligada a hacérselo saber, él jamás me vio igual después de eso e intento mantener la mayor distancia posible entre nosotros.
No lo culpé. Luego de lo que le hice, hasta yo estando en su lugar huiría de mí.
Trey había sido mi primer experimento de regresar un muerto a la vida. Estaba en coma luego se sufrir un espantoso accidente de tránsito, tenía respiración artificial, según los médicos, él estaba muerto.
Yo los escuchaba hablar de ponerle fin, le desconectarían el respirador y lo dejarían morir; solo faltaba el consentimiento de su familia. Ya todo estaba listo, la abuela Mona y el abuelo Gil estaban allí, escuchando a los médicos decir que no había salvación para él.
Todos se despidieron, incluso los que parecían odiarlo, lo que incluía mamá, quien parecía querer hacer los honores y sacar el tubo de la garganta de Trey aun sin el permiso de los médicos. Ella era muy mala en aquel tiempo, antes de que la maldición la liberara por completo.
Cuando menos lo supe, estaba yo allí, sola, con el tío moribundo que apenas llegué a ver un par de veces antes de ello. Ni siquiera me agradaba, él solía ser un idiota, un cretino, un imbécil. Todo señalaba a que merecía morir.
Pero era parte de mi nueva familia, mis nuevos abuelos estaban destrozados, Bram estaba muriendo de a poco, papá también, aunque se hallaba muy enojado también. Josh y Chiara eran mis mejores amigos, él era su padre, Anabelle lo amaba y esperaba un hijo suyo.
Yo no podía dejar que sucediera, así que lo hice.
Me subí a la camilla y, aun siendo una niña de siete años, saqué el tubo de su garganta, de inmediato empezó a asfixiarse.
Miré mis manos y me convencí a mi misma de poder lograr algo que ni siquiera sabía si funcionaría o no.
No perdería nada intentándolo, él de todos modos moriría; así que me quité los guantes y tomé su brazo.
Todo lo que la guardiana tocara moría.
Yo era la guardiana y todo lo que yo tocaba moría.
Eso fue justo lo que pasó, mandé a Trey directamente a la muerte sin pasar por la agonía.
Los monitores de signos explotaron, la luz del hospital se cortó, las bombillas explotaron.
Todo hizo… ¡bum!
No quité mis manos de Trey y me concentré, lo di todo. Él se retorció, se quejó, gritó y se dobló en ángulos anormales. Siguió así hasta que sus ojos se abrieron y arrancó su brazo de mis manos.
Me miró con esa expresión digna de trauma, me odió, me juzgó, e incluso quiso asesinarme como la bruja que parecía ser.
Le tomó mucho tiempo aceptar que yo lo traje de regreso a la vida y que salvé su existencia. Me aceptó, pero jamás llegó quererme.
Yo era una marca traumática en su vida. Lo entendía, yo no lo juzgaba.
Por eso ir allí ahora mismo podía ser un error; pero yo lo necesitaba, sea como sea, él me debía un enorme favor.
Yo solo necesitaba hablar.
― ¡No me importa lo que digas! ―gritó una adolescente eufórica desde adentro de la casa, dos segundos mas tarde, salió al porche, deteniendo el pomo de la puerta un minuto para inclinarse dentro y seguir gritando― ¡Yo tendré sexo te guste o no! ―Y lanzó la puerta como solo una chica puberta sabía hacerlo.
Caminó con decisión por la calzada frente a la casa, mascando chicle con vulgaridad, como todo lo que solía hacer.
Chiara tenía ya catorce años, era una chica hermosa, pero con un muy mal comportamiento; llevaba su cabello en dreads, curiosas dreads pelirrojas, pecosa, labios sonrosados y mejillas de la misma forma.
Aun con el enfermo frío que empezaba a hacer, llevaba menos ropa en su cuerpo de lo que una chica en bikini llevaría. Quizá no tanto, no usaba ropa intima, ni sostenes, ni tangas, se notaba en su ropa descarada; aquella noche vestía una camisa que apenas cubría sus pequeños senos, y un pantaloncillo de mezclilla que hacían notar la parte baja de sus nalgas.
Encendió un porro de mariguana mientras caminaba hacia mí, e hizo esa seña que indicaba que guardara el secreto.
Yo puse mis ojos en blanco, no podía ser peor.
― ¡Aki! ―gritó, me lanzó una nube de humo antes de abrazarme, o ahorcarme, no se cual de las dos era su intención.
―Chía ―correspondí.
―Oye, ¿tienes condones que me prestes? ―preguntó de inmediato y sin vergüenza alguna.
―Te fallo.
―Demonios ―se quejó, chupando su porro luego―. En este maldito pueblo aun no le venden condones a una chica de catorce, malditos adultos.
― ¿Estás viviendo aquí? ―pregunté extrañada, hasta dónde yo sabía, ellos seguían viviendo con su madre.
―Si, porque, supuestamente, soy un peligro para la relación de mi madre con Taze―bufó.
Yo sonreí de medio lado, ya lo entendía.
―Déjame adivinar, ¿intentaste seducir a tu padrastro? ―concluí.
―No. ―Puso sus ojos en blanco y gruñó―.copy right hot novel pub