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Besos de Medianoche 1: Designio

Capítulo 24:

El impacto fue brutal; sacudió el cuerpo de ambos jóvenes de forma atroz.

Sin embargo, los dos salieron ilesos del choque gracias al uso de cinturón de seguridad.

Una vez que la conmoción inicial comenzó a sesgar, lograron ver el objeto que había detenido su andar.

Un enorme árbol se erguía firme ante ellos, desde su ubicación, este parecía estar devorando la parte delantera del vehículo.

Con el cuerpo temblando a causa del miedo mezclado con la adrenalina,caminaron alrededor del destrozado impala y se alejaron unos pasos, para contemplarlo en su totalidad.

El hermoso, y una vez impecable vehículo, estaba destrozado, era un milagro que ninguno de los dos hubiera muerto o siquiera sufrido algún tipo de herida.

—Mierda, espero que el seguro lo cubra—dijo Dorian, con su rostro lívido de pánico.

Daphne lo observó durante unos largos segundos, antes de estallar en una carcajada hueca y estridente. Una risa nerviosa.

—¿De que te ríes?—volvió a decir él, los tintes de recelo y confusión salpicando su tono.

—Podríamos haber muerto, y lo primero que piensas es ¿El seguro lo cubrirá?—contestó ella entre risas histéricas.

Sin embargo, estas no tardaron en transformarse en lágrimas de terror.

Encontrando la mirada el uno del otro, Daphne comenzó a llorar de forma estridente al mismo tiempo que su cuerpo se sacudía con pequeños espasmos.

—Podrías haber muerto—susurró ella abrazándose a sí misma.

Aquello ablandó el corazón del millonario, quien acortó la distancia que los separaba y la atrapó entre sus fuertes brazos, en un intento por amortiguar aquellas pequeñas sacudidas acompañadas de lágrimas.

Trazando amplios círculos en su espalda al mismo tiempo que aspiraba su embriagador aroma, Dorian comprendió que ella estaba aterrada, pero no por ella, por él; aquello hizo temblar las piernas del hombre mientras su estómago se revolvía inquieto.

Jamás alguien se había preocupado por él.

—Tranquila, estoy bien si tú estás bien—susurró él en su oído.

Aquellas palabras tranquilizaron a la mujer, quien respiró profundamente una última vez antes de comenzar a calmarse, sin embargo ninguno se apartó del abrazo.

Ambos permanecieron unidos con fuerza, absorbiendo y maravilladose por el calor del otro.

Perdidos en el tiempo, no supieron que habían estado parados en medio de la ruta vacía por largos minutos, hasta que la voz algo ronca de Daphne resonó a través de sus cuerpos que comenzaban a enfriarse debido a la inminente puesta del sol.

—¿Qué hacemos ahora?—la voz de ella se escuchaba más tranquila y relajada que antes. Aún así, no se apartó del abrazo.

El millonario observó el lugar y un destello lo cegó momentáneamente, su corazón se aceleró mientras entendía lo que era aquello. Con desesperación, sus ojos color océano recorrieron el lugar, sin embargo la ruta estaba vacía a excepción de ellos dos, el auto estaba destrozado y no había forma de moverlo sin una grúa, por su parte, está tardaría horas en llegar y la noche comenzaba a aflorar con sus primeras estrellas salpicando el cielo.

—Cerca de aquí hay un pueblo, quizás tengan un hotel donde podamos pasar la noche, y mañana seguir nuestro viaje—propuso él, aferrándose al abrazo, incapaz de dejarla ir.

Más aún, si lo que creía haber visto era cierto.

—¿No puedes llamar una grúa?—preguntó ella, elevando su rostro hacia él en busca de respuestas.

—Si, pero tardarán horas hasta llegar y comienzo a tener frío—mintió él, suplicando que ella le creyera y aceptara seguirlo sin hacer ninguna pregunta.

Por algún milagro, ella le creyó y aceptó su proposición, alejándose de su agarre para buscar en el destrozado auto su pequeña mochila de viaje. Por su parte, Dorian no había llevado nada, después de todo estaba listo para el evento; limitándose a permanecer de pie vigilando su caminata, buscando en la lejanía algún indicio de la presencia de alguien más.

Sin perder más tiempo, ambos comenzaron a caminar por la banquina de la ruta con pasos enérgicos mientras la noche comenzaba a cubrirlos con su frío manto.

Aquello era bueno, al menos el frio, era la excusa perfecta para el suave temblor de su cuerpo, ya que Dorian se negaba a decirle a Daphne lo que posiblemente había reventado el neumático y causado el accidente.

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La rabia revolvió las entrañas de Erick Sowler, quien observaba, escondido detrás de un árbol a la distancia, a la pareja alejarse del lugar del accidente.

—¿Por qué no murió?—gruñó el hombre colérico.

Había planeado causar el accidente donde moriría el millonario, para así aprovechar la situación y secuestrar a una malherida e inconsciente Daphne.

Pero su plan había fracasado, el detective privado no había tenido en cuenta que el millonario utilizaba el cinturón de seguridad, el cual le había logrado salvar la vida.

Hirviendo de rabia y furia, el hombre había tenido que observar a Dorian abrazar y consolar a Daphne, algo que por derecho se había ganado él.

Sin embargo, mientras los observaba alejarse cada vez más, perdiéndose en la lejanía de la ruta desierta, comenzó a planear otra alternativa.

Había cometido un error, si quería apoderarse de Daphne, debía hacerlo cuando ella estuviera sola. De esa forma no habría nadie que impidiera o arruinara su plan.

—Pronto mi amor, pronto serás mía—volvió a decir él, observando la silueta borrosa de la mujer en la lejanía, al tiempo que deslizaba una lengua babosa por sus labios secos.

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Veinte minutos, les había dicho Google maps que duraba el recorrido hasta el hotel más cercano.

Sin embargo, el trayecto completo había durado una hora y quince minutos.

Para el momento que ambos llegaron al destartalado lugar, estaban cansados, sudorosos, hambrientos y olían a desagüe.

Esto último debido a que, en su largo camino, habían tenido la mala suerte de toparse con un perro salvaje que aparentaba tener rabia.

En su intento por escapar de su feroz mordida, ambos habían corrido hacia lo que parecía ser un campo, y en su afán por observar la distancia que los separaba del animal mientras se movían lo más rápido que sus piernas les permitían, habían caído por una pequeña pendiente, amortiguando su caída con lo que creyeron en un principio, era barro.

Más temprano que tarde, se dieron cuenta que aquello era excremento de los animales, mezclado con agua podrida por la lluvia y el paso del tiempo.

Con pasos cansados y desanimados, ambos ingresaron al lugar, el cual se encontraba milagrosamente en peores condiciones que ellos.

Al final de lo que parecía ser un mal intento de una sala de recepciones extraída de una película de terror, se encontraba una mujer mayor de anteojos y cara de bulldog enojado, la cual los seguía en cada paso que daban, a la espera de que hicieran un movimiento sospechoso para dispararles con el arma que, de seguro, escondía bajo el mostrador.

—¿Qué quieren?—gruñó la mujer, con cara de pocos amigos.

—Dos entradas para el cine ¿Puede ser? Y con un balde grande de pochoclos—contestó Daphne con sarcasmo.

La mujer no movió un solo músculo, por el contrario, y si aquello era posible, sus ojos parecieron brillar con mayor desprecio.

—Dos habitaciones con duchas por favor—intervino Dorian, aterrado de que la anciana comenzara a dispararles.

La mujer lo miró de arriba a abajo, el intentó sonreírle de forma coqueta, como lo hubiera hecho Luca para intentar ablandar el corazón de la mujer. Sin embargo, su aspecto cubierto de excremento, era todo menos atractivo, por lo que la mujer se limitó a gruñirle en respuesta.

—Huelen a mierda, les dejaré utilizar solo una habitación, no quiero que llenen de mierda todo. Pero les cobraré el doble—contestó ella, culminando sus palabras, escupiendo flemas en un tarro ubicado a varios metros de ellos, junto a la pared.copy right hot novel pub

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