Modo oscuro
Idioma arrow_icon

(COMPLETO) Las crónicas de Aralia (2): Reina

LVI

En mi opinión, los primeros cuatro días fueron los peores. Los alumnos y yo no estábamos acostumbrados al mundo exterior, a movernos con sigilo y a rehuir de cualquier signo de civilización. En ocasiones nos encontrábamos carreteras que cortaban nuestro camino y debíamos pasarlas con cuidado. La situación más difícil fue cuando nos vimos obligados a cruzar una autovía entera repleta de automóviles moviéndose a una velocidad vertiginosa. Recuerdo que Axel apretó los puños.

—A veces odio realmente estos tiempos modernos —gruñó antes de volverse hacia nosotros.

Nos ordenó permanecer allí mientras él se aventuraba al otro lado y, con gran ansiedad, fuimos espectadores de la hazaña mientras sorteaba coches que tocaban el claxon y vociferaban como locos. Cuando por fin hubo alcanzado su destino, desapareció y reapareció ante nuestros ojos un segundo después. Así, en grupos muy pequeños fuimos teletransportados. A menudo me preguntaba dónde estaríamos y en qué dirección se encontraría mi casa, la casa que Eiden y yo compartíamos, pero enseguida alejaba aquellos pensamientos de mi cabeza. No era una buena idea.

A cada paso que dábamos, mirábamos a diestro y siniestro, temiendo que en cualquier momento criaturas siniestras se abalanzaran sobre nosotros, pero nunca ocurría nada. Con el tiempo, comenzamos a relajarnos, a pensar que quizás no sería todo tan complicado como Axel había temido… Qué equivocados estábamos.

El décimo octavo día, trece de septiembre, Axel nos advirtió que nos acercábamos a un río bastante ancho que deberíamos cruzar a nado por falta de puentes en aquella zona. Cabía la posibilidad de desviarnos, pero el cazador no la tomó en consideración. De modo que, cansados y con las extremidades adormecidas, continuamos nuestro camino a la espera de encontrar el caudal de agua en breve.

Estábamos en un bosque bastante frondoso y verde para ser verano, aunque el otoño no tardaría en cernirse sobre nosotros. Los árboles nos cobijaban del sol abrasador y el poco viento que a veces soplaba nos refrescaba infinitamente. El río nos vendría realmente bien para combatir las altas temperaturas. Sin embargo, el ambiente estaba tenso. Era como si el bosque permaneciera en el más absoluto silencio. No había pájaros, ni ardillas, ni siquiera pequeños roedores que animaran el paisaje con sus pequeños ruidos. Nada.

Con una sensación de peligro inminente, me acerqué más a Alec y seguí caminando al ritmo de los demás. Pronto, los árboles comenzaron a separarse unos de otros y el murmullo del agua corriendo iba animando a los cazadores. El caudal estaba cerca.

Y, de pronto, un silbido cruzó el aire. Fue como una caricia, pero al mismo tiempo resonó en nuestros tímpanos con una fuerza asombrosa. Era una señal de alerta de los invisibles. Y en menos de dos pestañeos, todos habíamos adoptado una formación defensiva, con los alumnos y yo en el interior del círculo y los profesores en el exterior. Todos y cada uno de nosotros preparados para el combate, con las manos ya puestas sobre nuestras armas. Lo peor, sin duda, era esperar.

Jamás había participado en una batalla. Lo únicos blancos a los que me había enfrentado eran de papel y simplemente les había disparado desde la lejanía. Aquello era muy distinto. Estaba a punto de verme inmersa en un combate que podría costarme la vida.

Nerviosa e inquieta, dirigí una mirada de reojo a Alec y después a Chris. Los dos chicos se habían colocado a mi lado, el primero a mi derecha y el segundo a mi izquierda. Sus semblantes eran serios y sus mandíbulas estaban tensas, apretadas. No me parecían unos niños. Alec lucía una preciosa barba corta que le quedaba bastante bien, mientras que Chris optaba por afeitarse siempre que podía, aunque ya llevaba varios días sin hacerlo y el vello naranja asomaba por su barbilla. Habían crecido y madurado, convirtiéndose en hombres que defenderían todo aquello por lo que estaban dispuestos a luchar. Un escalofrío me recorrió al pensar que eso por lo que iban a combatir era yo.

Mis dedos aferraron la ballesta con fuerza, tanto que pensé que podría partirla en dos. Mis ojos recorrían el paisaje en busca de cualquier cosa inusual. El suave viento movía las ramas de los árboles y el silencio era tan horripilante que mi corazón parecía estar apretado en un puño de la angustia.

Un grito de guerra se escuchó desde alguna parte del bosque, pero seguíamos sin ver nada. Después, una especie de siseo. Observé cómo la mandíbula de Alec se apretaba aún más. ¿A caso había descubierto algo o era que el sonido le había puesto el vello de punta? Volví a mirar a los árboles justo a tiempo para vislumbrar una sombra volar hacia nosotros a una velocidad apabullante. No me di cuenta hasta que chocó contra el suelo, a escasos metros de Axel, de que no había volado, sino que lo habían arrojado hasta allí. Se trataba de uno de los cazadores invisibles, los cazadores más letales que existían entre nuestras filas. Ver a uno de ellos ser lanzado como una simple piedra me hizo temblar. ¿Contra qué criaturas estábamos a punto de enfrentarnos?

El desconocido trató de levantarse con la ayuda de Axel, quien parecía bastante preocupado, cuando un nuevo siseo cruzó el aire. Provenía del bosque, justo frente a donde me encontraba. Estaba más cerca, de eso estaba segura. No quería hacer daño a nadie, pero tampoco permitiría que nadie dañara a las personas que me importaban. Y, de un momento a otro, no sé ni cómo ni por qué, me encontré fantaseando con la posibilidad de que alguna criatura le arrebatara la vida a Axel, resolviendo así todos nuestros problemas. Sacudí la cabeza. Tenía que centrarme y dejar de soñar barbaridades.

Tomando la ballesta con la mano izquierda, cogí un par de flechas y con mucho sigilo las coloqué en el arma, tensando la cuerda. Estaba lista para ser disparada en caso de necesidad. Mientras tanto, el cazador invisible se recuperó y sus ojos se dirigieron entonces hacia mí, helándome la sangre. Su cara estaba totalmente oculta por una especie de máscara negra, a excepción de sus ojos del mismo color. El cazador asintió y volvió a mirar hacia el bosque. ¿Qué me había querido decir con aquello? ¿Acaso solo estaba reconociendo a su próxima Reina? Eso preferí pensar, aunque no estaba del todo segura.

El invisible desenfundó una espada que guardaba en su cinturón y se puso en posición para defendernos. Unos sonidos de arrastre se escucharon desde el bosque, como si alguien estuviera moviendo algo por la maleza. Y, sin previo aviso, otro cuerpo apareció a gran velocidad, directo hacia nosotros. Los más adelantados se colocaron en posición defensiva, creando las burbujas protectoras que Joel me había enseñado. El cuerpo chocó con dos antes de caer al suelo. Después, los cazadores deshicieron sus escudos y algunos se acercaron al cuerpo inerte que yacía junto a ellos. Yo traté de ponerme de puntillas por si alcanzaba a ver algo, pero no lo conseguí. No obstante, Chris sí pareció observar algo, ya que se puso blanco como la nieve y se giró hacia nosotros con una expresión de miedo.

—Su rostro —nos dijo a Alec y a mí—. Está desfigurado y sus ojos son… blancos.

Con aquella descripción de lo que le había pasado al desafortunado cazador averiguamos que nos enfrentábamos a un enemigo formidable: nagas. Eran criaturas femeninas cuyas piernas eran una cola de serpiente gigante y su cuerpo el de una mujer. Poseían una magia capaz de seducir a cualquier hombre, mujer y niño, obligarlos a hacer cualquier cosa, y luego matarlos a través de horripilantes visiones que poco a poco acababan con sus vidas. Además, si no conseguían hipnotizarte, atacaban con sus poderosos colmillos infestados de un potente veneno que acababa con el animal más grande en cuestión de unos pocos minutos. Eran criaturas frías y maliciosas que habitaban en zonas oscuras y húmedas, por lo que aquel bosque no estaba dentro de sus hábitats. No habíamos invadido su territorio. Habían venido a atacarnos, a evitar que llegáramos al trono.

En posición de ataque, todos esperábamos verlas salir de su escondrijo, pero las nagas eran muy pacientes y podrían quedarse ahí hasta que vieran un punto débil en nosotros. Nos llevaría tiempo que atacaran, si es que lo hacían, de modo que a todos se nos pasaba por la cabeza la misma idea: dar nosotros el primer golpe y acabar con aquello cuanto antes.

Axel miró hacia atrás, buscando algo, y lo encontró. Sus ojos se clavaron en los míos durante un instante que me pareció eterno, y yo no podía despegar los míos de los suyos. Parecía nervioso y a la vez preocupado. ¿Por mí? Eso habría resultado gracioso, ya que planeaba traicionarnos a todos.

Apretando la mandíbula, rompió la conexión de nuestras miradas y prestó atención al bosque.

—Joel, Kayla, conmigo —ordenó.

Los nombrados se posicionaron uno a cada lado del cazador, con las armas preparadas para actuar. Y, sin mirar atrás, el trío se internó en el bosque, desapareciendo poco a poco de nuestra vista. Estábamos inquietos. No soportábamos permanecer allí más tiempo, con los músculos en tensión y las mentes hiperactivas. Necesitábamos acción.

No se escuchaba nada, lo que contribuía a nuestro nerviosismo. El que más me preocupaba era Joel. No quería que le ocurriera nada malo, por no hablar de que, si él moría, yo me quedaría sola en mi lucha. Al menos hasta que me reencontrara con mi querido Kendall. Pero, más allá de esto, Joel se había convertido en una persona importante para mí. Me había cuidado, me había enseñado y había estado a mi lado en todo momento. Incluso se había quedado en aquella mansión de cazadores para ayudarme. No tenía por qué, pero lo hizo. En cierto sentido, él me recordaba un poco a mi padre, al que echaba de menos.

El grito de Kayla me hizo salir de mi ensimismamiento para fijar de nuevo toda mi atención en aquel bosque. El cazador invisible aferró aún más su espada y salió corriendo hacia el peligro, quizás temiendo que los tres cazadores necesitasen ayuda. Mi corazón latía fuerte en mi pecho y temía volverme loca de un momento a otro, de modo que cerré los ojos un instante para calmarme. Esa fue nuestra salvación.

Mis sentidos se agudizaron y mi oído pudo distinguir un sonido muy bajo: el de las escamas deslizándose por la tierra. Las nagas estaban allí, de eso no cabía ninguna duda. ¿Pero dónde? Sin darme cuenta, empecé a girar sobre mí misma, buscando el sonido que me había alertado. Un siseo muy bajo me hizo abrir los ojos, no muy segura de lo que había descubierto, pero sí lo suficiente como para advertir al grupo.

—¡Por detrás! —grité, dándome la vuelta para mirar en la dirección correcta.

A mi indicación, todos los cazadores se volvieron a tiempo para ver una naga emergiendo desde los árboles con un agresivo siseo. Sus cabellos negros estaban recogidos en muchas trenzas finas y sus ojos, de un color morado reluciente, se fijaron en uno de los cazadores mientras atacaba a los demás con su potente cola.

—¡No las miréis a los ojos! —les recordó Alec a mi lado.

Pero ya era demasiado tarde. Uno de los cazadores se volvió hacia nosotros, hipnotizado, y comenzó a luchar contra sus propios compañeros. En ese mismo instante, Axel apareció luchando con otra naga por el lado contrario, pero no había ni rastro de Joel y Kayla. Más nagas comenzaron a aparecer, rodeándonos por todos lados. Ballesta en mano, comencé a ayudar a los míos, pero apenas parecían notar mis flechas. Las nagas eran seres formidables con escasas debilidades. A menos que destruyéramos los dos corazones que poseían, no morirían. Era una misión difícil para ser la primera a la que yo me enfrentaba.

Chris y Alec no se movían de mi lado y me protegían como buenamente podían, ya que enseguida nos percatamos de que su objetivo no era matar a los cazadores, que también, sino llegar hasta mí para terminar con mi vida.

—Nicole, ¿recuerdas dónde se encontraban los corazones de las nagas? —me preguntó Alec.copy right hot novel pub

Comentar / Informar problema del sitio