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Destino Inevitable

LVI. Lujuria.

Al salir de la mansión, después de despedirse de Olivia, con numerosos besos y abrazos, ya que le entristecía saber que el pequeño y ella iban tan lejos. De hecho la vió muy melancólica, quiso preguntar pero no quería ser indiscreta. En la salida se encontraron con un hombre joven de cabello rubio y barba clara, piel morena y unos ojos verdes realmente bonitos, se veía ejercitado, Aurore recordó que Alessandro le había dicho que su oficio era guardaespaldas por lo que supuso que su físico dependía también de su trabajo. Florentino lo saludó, parecían conocerse.

–¡Hola, Ornald! –El pequeño le dedicó una amplia sonrisa mientras agitaba su mano en el aire saludándolo.

–¡Hola! Hace mucho que no te veo, pequeñín. –Elevó la mano dándole las cinco–. Cada vez estás más grande.

Aurore sonrió al ver que Florentino se ponía de puntillas para ser más alto. El hombre vió a Aurore e inmediatamente se paró recto retomando la compostura.

–Buenos días, srta. –Saludó deslizando disimuladamente la mirada por ella de arriba abajo admirando su belleza, su rostro tan natural y angelical realmente le sorprendió, se veía demasiado joven para trabajar de niñera como se había informado. Esos ojos azules lo atraparon, parecía perderse en el mar, pero por alguna razón sentía calma y excesiva curiosidad. Traía un vestido blanco con lunares negros y mangas largas, de pecho fruncido, un poco por encima de las rodillas, aunque no era nada apretado a su cuerpo pudo apreciar una estrecha cintura.

–Buenos días. –Le devolvió el saludo con una sonrisa, por alguna razón lo notaba nervioso pero pensó que sería su imaginación.

–Sigan, por favor. –Se apartó del camino para que ella y Florentino pudieran llegar al auto.

El viaje no fue tan largo, al menos Aurore daba gracias al cielo por no vomitar como la anterior vez, aquellos horribles mareos aparecieron de nuevo pero pudo sobrellevarlo bien. El movimiento en el avión cesó, y Ornald apareció de entre los asientos para confirmarle que ya habían llegado. Recorrieron toda la ciudad de Roma, la luz del atardecer desaparecía con rapidez para dejar entrada a la noche, Aurore parecía otra niña al lado de Florentino, el paisaje que pasaba por su ventanilla era maravilloso, y se sintió acogedor y hasta familiar, tanto que por muy descabellada que pareciera la idea tenía la sensación de haber pasado ya por aquellas calles o parques. El auto se detuvo frente a un enorme hospital, parecía ser privado y costoso por los autos en el aparcamiento.

–Llegamos a nuestro destino–. Anunció Arnold bajando del auto para abrir la puerta.

–¿Por qué debemos estar aquí? Quiero decir, es de noche. –Comentó confusa, Aurore.

–Sólo cumplo órdenes, el señor Alessandro me ordenó traerlos.

Dispuesta a contestar una voz la interrumpió detrás suya, su piel se erizó y sintió su corazón latir más fuerte al escucharlo.

–Ornald, puedes retirarte. –Dijo Alessandro.

–Sí, jefe. –Contestó retirándose.

Aurore dió la vuelta y al unir sus ojos con aquella mirada tan penetrante e intensa un cierto hormigueo aprecía en su estómago. Florentino corrió hacia su tío para abrazarlo, Alessandro se apoyó sobre sus talones para recibirlo. Ella tenía ganas de hacer lo mismo e ir a besarlo como tantas noches soñaba hacer.

–¡Te extrañé mucho, tío! Deberías dejar de trabajar tanto. –Su tío sonrió al oír su tono, parecía regañarlo al hablar.

–¿Así que deje de trabajar, eh? –Revolvió su cabello despeinándolo–. ¿Entonces lo harás tú en mi lugar?

–Si quieres, sí. –Contestó sonriente.

–Antes tienes que crecer más. ¿De acuerdo?

El pequeño asintió dándole otro abrazo y Alessandro lo elevó sentándolo en uno de sus brazos mientras Florentino lo rodeaba por el cuello. Este vió en dirección a Aurore que los veía sonriendo y no dudo en hablar.

–Florentino, ¿sabes que ahora tengo una novia? –Admiró como el rubor se expandía por aquel bello rostro.

–¿Quién es? –Preguntó emocionado–. ¿Es Aurore?

Los dos sonrieron abriendo los ojos con sorpresa.

–¿Y eso, renacuajo? ¿Cómo sabes que es ella?

–¡Lo sabía! ¡Lo sabía! –Repitió varias veces canturreando–. La luz me lo dijo.

–¿La luz? –Preguntaron a la vez, cosa que hizo reír a Florentino.

–La luz de vuestros ojos, brilla mucho.

Alessandro y ella se miraron en silencio, las palabras sobraban, sus ojos dejaban claro absolutamente todo, los dos sentían unas insoportables ganas de tocarse y fundirse en un largo pero lento beso en el que todos aquellos sentimientos que habían crecido sin fin aquel mes florecieran saliendo a la luz. Florentino giró la cabeza sucesivamente de uno a otro sonriendo traviesamente.

–¿Ven? Otra vez...–Comentó riendo.

–Eres demasiado observador, campeón.copy right hot novel pub

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