Lilibeth veía con detenimiento la carretera, el viaje desde su país de origen hasta él la ciudad donde se encontraba Margarita Deluca y luego de allí hasta donde se encontraba su hijo Cipriano había sido muy largo y no exento de complicaciones, primero el clima en la mar no se había prestado para el viaje, había llovido prácticamente desde que abordó hasta que descendió del barco algo que no le facilitó las náuseas del embarazo y mucho menos su temor al mar.
“Pero todo ese sufrimiento fue por ti” pensó mientras acariciaba su vientre que comenzaba a hincharse, su futuro hijo necesitaba de protección, su exesposo la había acusado de haberse embarazado de otro hombre, lo cierto era que Lilibeth no le había sido fiel como él no le había sido fiel a ella, pero estaba casi segura que su hijo si le pertenecía a su marido, sin embargo, temió del escrutinio público.
Ella no era tan querida entre los círculos sociales, anteriormente se habían destapado miles de rumores sobre algunas cosas francamente ridículas donde la acusaban de hacer brujería y otras que eran completamente ciertas como su encuentro sexual con cierto marqués aunque estas con el tiempo fueron desmentidas o desaparecen por sí mismas, el hecho era que si se sabía que su hijo no era su hijo no sabía que podría pasarle, el divorcio seguramente sería la opción más probable para cualquiera en esa situación, pero eso lo dejaría repudiada por su familia y si un centavo aparte nadie conocía a su marido mejor que ella, lo más probable es que no viviera lo suficiente para pedir la separación
Podía imaginarse a todos esos imbéciles nobles riéndose de su desgracia, pero no dejaría que eso pasara, una noche de esas poco comunes en su relación con su esposo, se sentó a su lado y le ofreció una taza de té para poder hablar de su situación y el conde aceptó, estaba de muy buen humor “seguro había tenido una buena revolcada con su amante” recodo lo que había pensado esa noche, él tomó su té de cicuta y fue el fin de su esposo.
Solo tuvo que sobornar a una criada para que dijera que el hombre había pasado la noche muy enfermo con fiebre y vómitos, que su fiel esposa lo había acompañado toda la noche, sin embargo, el hombre insistió que no era absolutamente nada y en algún punto en que su mujer se quedó dormido el hombre falleció, por lo cual nadie sospechó de ella o por lo menos nadie de la ciudad, la familia del conde incluso sus propios padre dudaron de ella y el hermano menor del conde le aseguro que se cuidara las espaldas porque iba a matarla a ella y si resultaba que su bebe no era hijo de su hermano también mataría a su “bastardo”
Muy pronto ella se dio cuenta de que realmente no era una amenaza hecha al aire y que si se descuidaba realmente moriría, había pasado los últimos meses durmiendo con una daga debajo de la almohada y no podía comer nada que ella misma no hubiese preparado o haciéndole comer a los sirvientes un bocado de todo lo que había en su plato antes.
Ella no guardo ningún luto por su esposo por lo que muchos de sus amantes comenzaron a pasearse por su mansión sin ningún tipo de pudor y obviamente esto enfureció más a los familiares, pero ella sentía que era la única manera en la que podía dormir tranquila por las noches, sin embargo, solo fue cuestión de semanas en que entendió que si quería una paz más estable tendría que encontrar otro marido rápido dentro de sus amantes no podría encontrar uno, la mayoría eran hombres casados y la otra minoría pertenece a los esclavos por lo que necesitaba a un hombre que no fuese influenciado por su familia política, lo que solo le dejaba opciones en el extranjero por lo que recordó esa antigua deuda.
Cipriano le pareció un hombre más que adecuado, guapo, inteligente y sobre todo con conocimientos en medicina, un hombre así cerca de una situación crítica era la diferencia entre la vida y la muerte:
-¿Por qué ese rostro tan serio? -preguntó Margarita
-Estoy pensando en mi boda con su hijo -sonrió Lilibeth con cierta malicia entre sus labios, no creía que el joven fuese suficiente para cubrir a sus amantes, pero sin duda el sexo era un requisito del matrimonio y con ese rostro no le molestaba la idea de serle fiel por un tiempo
Las semanas habían pasado y al contrario de lo que Cipriano esperaba los rumores no hicieron más que empeorar, el hecho de que sea Edward el que se estuviera casando con Olivia y no él era algo que la gente había aprovechado para hacerle quedar como poco hombre y demás.
Actualmente, el único paciente que se trataba con él era el vizconde de Navarra por lo que sus ahorros se habían visto muy afectados, y Edward lo sabía por lo que se había preocupado por ayudar a su amigo con sus gastos diarios, pero más allá de asistir a los almuerzos o cenas (nunca a ambas comidas en un mismo día) Cipriano se negaba a dejarse ayudar con sus gastos, pero si las cosas seguían de esa manera pronto tendría que aceptar la ayuda o pedir limosna en frente de su consultorio, aunque todos los rumores dudaba que alguien estuviese dispuesto a darle limosna
Edward entendía que el orgullo de Cipriano no lo dejara aceptar dinero, pero sabía que su amigo estaba en una mala situación, aunque los rumores también perjudicaban directamente a Olivia y se decían cosas muy feas que de vez en cuando la hacían llorar, pero los ingresos de su familia no dependían del todo de la ciudad sino más bien del campo por lo que aunque ya ellos estaban en una mala situación financiera dudaba que los afectará por lo menos por un tiempo.
Suspiro recordando que Oliver se había presentado el día anterior para hablar de sus preocupaciones por la dote, le contó sobre sus problemas financieros y casi le rogó para que no cancelara la boda debido a esto, pero Edward le dijo lo que quería que todo el mundo supiera, él no se casaba por ella por lástima ni por dinero, él se casaba por ella porque de adolescente se había enamorado de ella y después de tanto tiempo el sentimiento seguía allí, se casaba por amor.
Amelia por su parte había decidido no intentar irse aun cuando ya no usa el cabestrillo, no podía irse antes de asegurarse que la boda de Olivia y Edward se hiciera y saliera bien, tampoco quería irse sin ayudar de alguna manera a Samira.
Ella trató de hablar con el padre de la joven, pero, sin embargo, el conde Cecil le reveló que aunque él nunca quiso que su hija se casara con ese hombre, pero él debía mucho dinero y no tuvo otra opción, pero se torturaba a diario por lo ocurrido con su hija, incluso había llorado frente de Amelia, ya que a pesar de que su hija quería hacerle ver que todo se encontraba bien, él sabía que en realidad estaba viviendo un infierno, pero tampoco sabía que hacer pensó que podría rogarle a la iglesia por una anulación, pero su hija había resultado estar embarazada lo que complicaba enormemente el proceso.
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