Cipriano estaba armándose de valor para escribir la carta que no quería escribir, tomaba la pluma y la dejaba una y otra vez, escribir esa carta no solo era humillante, sino también era aceptar que su familia había ganado.
Miró su apartamento, él había hecho todo lo posible para ahorrar el poco dinero que tenía para pagar la mensualidad del arriendo, pero a pesar de todos sus sacrificios el dueño del edificio le pidió que dejara el departamento, ya que no quería verse envuelto en los escándalos que habían surgido en los últimos tiempos.
Él había ahorrado una cantidad de dinero y al final lo uso para la compra de unos libros de medicinas por lo que el dinero ahorrado lo había gastado justo antes del escándalo, si hubiese tenido la cantidad de dinero ahorrada que tenía antes nunca le habría tocado escribir la carta:
-¿Qué diablos estoy haciendo? -Dijo Cipriano en voz alta pensando en Amelia si tenía que casarse con alguien era con ella, no podía sacársela de sus pensamientos, ella tomando el sol, ella con esa expresión de placer cuando él exploraba con su lengua entre los pliegues de su sexo - No puedo hacer esto -dijo abandonando la pluma
Se levantó dispuesto a regresar a la mansión para pedirle matrimonio a esa desagradable mujer que le había robado el corazón, mientras contará con la ayuda de Edward todo estaría bien.
Cuando iba saliendo del edificio pasó lo impensable para él, una mujer que ya conocía lo abordó en la calle:
-Doctor -era una criada del vizconde de Navarra -los necesitamos con suma urgencia -la mujer le costaba respirar y él sin más salió corriendo hacia la dirección por donde ella había venido
Amelia se levantó con el llamado de la puerta principal, las personas en la mansión solo había tres personas, El mayordomo, una ayudante de cocina y ella por lo que el repentino llamado de la puerta a media noche parecía retumbar aún más los cimientos de la casa.
Amelia se apresuró a ponerse una bata en medio de la oscuridad y corrió para quien llamaba, el mayordomo ya había abierto la puerta cuando llegó a la escaleras, todo estaba oscuro y solo la lámpara que llevaba el mayordomo iluminaba un poco el primer piso. Al escuchar las noticias que traía la criada del vizconde Navarra salió corriendo y se puso la primera ropa que encontró, las manos le temblaban y sintió ganas de vomitar por los nervios.
El cochero no estaba en la mansión por lo que tuvo que ser el mayordomo que llevó a Amelia y a la criada hacia la mansión, esto hizo que Amelia pudiera descubrir más detalles, el vizconde aseguraba que no podía respirar y no había manera de parar su tos.
El vizconde sentía como si tuviese unas manos apretándole el cuello y esto le impidiera respirar, estaba consciente sin estarlo y veía como de su amigo Cipriano corría de un lado aplicando todos sus conocimientos médicos para salvarlo.
Alessandro siempre había estado consciente de su mortalidad, todos los días pensaba que moriría, incluso a veces se sentía atormentado por el sonido del reloj, siempre quiso arrojar el maldito reloj de campana que estaba en la sala de estar por una ventana, pero nunca tomó el valor para hacerlo y esta vez tenía certeza que no saldría con vida de esta para poder cumplir su cometido.
Amelia llegó como siempre como un huracán y sin saludar a Cipriano comenzó a hacerle preguntas mientras buscaba la manera de ayudarlo en lo que el doctor hacía, ambos corrían de un lado a otro haciendo distintas cosas y los parecían estar completamente sincronizados, ya que parecían saber donde estaban en todo momento el otro así que ni siquiera chocaban entre sí cuando corrían sin control
Amelia comenzó a cortar raíces de jengibre para hacer un brebaje y el vizconde quien no podía hablar porque al abrir la boca solo tosía daría cualquier cosa para hacerlos parar y decirles que era momento de aceptar que iba a morir, sin embargo, ambos corrían en diferentes direcciones, haciendo lo que podían, pero el vizconde seguía semi inconsciente
Cipriano quien se sentía muy impotente y sobrepasado por la situación, el vizconde se estaba ahogando con sus propios fluidos y ahora podía observar que el color de su piel estaba cambiando
-Se está poniendo amarillo -dijo ella con la voz apagada, su abuelo por parte de mamá había tenido cirrosis hepática por lo que sabía que el color amarillo en la piel era indicativo de un fallo en el hígado y no creía que en esta época fuese tratable sin los instrumentos y medicinas necesarios
-lo sé -dijo Cipriano chocando por primera vez con ella para volver tomarle el pulso Alessandro, Amelia por primera vez se fijó en los ojos casi comatosos de su amigo y entendió inmediatamente lo que él deseaba
-Cipriano, para ya -Dijo Amelia -No hay nada que hacer
-¿Qué dices? -Cipriano quería matar a Amelia en ese mismo momento ¿cómo se le ocurría decir eso enfrente de Alessandro? Pero los vio a ambos y supo que la muerte era inevitable.
Amelia se acostó en el lado vacío de la cama y Cipriano se sentó en una de las sillas que estaban dispuestas cerca de la cama, ambos sabían que lo único que podían hacer en ese momento era estar allí para el moribundo.
Amelia comenzó a hablar sobre los juegos de ajedrez y olvidando que no era de esa época le contó al vizconde historias de su juego con sus hermanos y su abuelo, le contó sobre su verdadera vida y sus planes.
Alessandro no sabía si Amelia le contaba esas cosas del futuro porque fueran verdad o solo una historia para distraerlo de su inevitable muerte, Amelia lo abrazaba y él seguía sintiendo que las manos invisibles apretaban más y más su cuello.
Después de aproximadamente una hora después de que dejaran de atenderlo, el vizconde sintió como las manos invisibles dejaban de asfixiarlo, sin embargo, supo que era momentáneo:
-Amelia, Cipriano ¿No me olvidarán cierto? -pregunto con temor
-Jamás -dijo Amelia reteniendo las lágrimas en sus ojos
-Uno no olvida a sus amigos -respondió Cipriano tomándolo de la mano
-Bien, Amelia ¿Puedo pedirte una última cosa?
-lo que sea
-Un beso -Amelia se sorprendió por la petición y automáticamente observó a Cipriano -después debes besarlo a él si quieres -bromeo Alessandro mientras comenzaba a sentir otra vez las manos invisibles
Amelia acercó su rostro a el del vizconde y le dio un dulce beso en los labios, pero cuando separó sus labios de los de él se dio cuenta de que Alessandro ya estaba muerto, ella nunca sabría si él pudo sentir su último beso.
Cipriano y Amelia se levantaron de sus respectivos asientos y se abrazaron mientras lloraban amargamente, ambos tenían eran amigos de Alessandro de Navarra y en los últimos meses habían compartido muchos momentos agradables juntos, su pérdida era algo que los marcaba profundamente en el alma.
Lo que Amelia y Cipriano desconocían era que Alessandro se había ido feliz, nunca antes había podido pasar momentos agradables con otras personas como lo había hecho con ellos, recordó el día del tiro al blanco en la nieve y esperaba que en su próxima vida no tener más tos, no más fatiga, no más dolor y una vida de más plenitud.
Alessandro de Navarra se fue de este mundo esperanzado, esperando una vida mejor.
Samira agradeció a dios cuando vio que Edward y Olivia llegaban a la mansión, fue ella quien los recibió en la entrada de la mansión:
-¿Señora Samira qué hace acá? -Preguntó Edward al ver a la embarazada en la puerta de su hogar
-Estoy muy preocupada por Amelia -respondió ella -desde que se supo de la muerte del vizconde corrí hacia acá, ya que sabía de la amistad de Amelia con él y no me equivoqué en venir inmediatamente, está inconsolable -Explico ella, aparentemente desde la muerte del vizconde Amelia no había hecho otra cosa que llorar y llorar, no comía, tampoco dormía ni siquiera se había cambiado de ropa solo lloraba
Edward y Olivia se apresuraron a subir las escaleras y se sorprendieron al darse cuenta de que Amelia no estaba sola, en una de las sillas cercanas a la ventana y cubriéndose la cara, pero se le escapaba uno que otro sollozo se les escapaba, Amelia estaba tirada en el piso llorando y sollozando abiertamente
Edward se arrodilló al lado de Amelia y la tomó por el hombro, ella levantó su vista hacia él, tenía los ojos enrojecidos:
-¿Qué haces aquí?-preguntó ella entre sollozos
-Alessandro también era nuestro amigo -dijo Olivia con un nudo en la garganta
-¿Pueden dejar de llorar un momento?-Preguntó con voz suave Edward tanto a Cipriano como Amelia
Cipriano se quitó las manos de la cara, tenía ojeras enormes y los ojos tan rojos como Amelia, suspiro para sus adentros, él era un hombre “Los hombres no lloran” recordó a su padre diciéndole esas palabras, aunque él siempre pensaba que si lo hacen solo que preferían hacerlo en privado, Amelia los veía a todo aun con lágrimas corriendo por las mejillas, pero no volvió a emitir ningún sonido:
-¿Tal vez quieran un té para tranquilizarse?
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