Edward ayudó a bajar a la chica que seguía inconsciente y ahora parecía estar ardiendo de fiebre y no era de extrañar con el chapuzón en un agua que está casi congelada y el frío posterior que había tenido que soportar en el camino, no era de extrañar que se enfermara, para Cipriano sería siempre un misterio el cómo el mayordomo ya había llamado a media docena de personas para que fuesen ayudar sin ni siquiera haber llamado a la puerta, antes de que él pudiese bajar del caballo ya había varios miembros de la servidumbre corriendo de un lado a otro para ayudar a cargar a la chica o para simplemente ver qué era lo que estaba ocurriendo.
-¿Qué hacemos ahora? -preguntó Edward confundido
-yo me encargo - después de todo Cipriano era el médico -lo primero que necesito una infusión de corteza de sauce para la fiebre -comenzó a ordenar a los criados -señora Beatriz necesito que le cambien la ropa mojada a la señorita -le dijo al ama de llave - y dejarla descansar en una habitación caliente.
-¿Y tú? -preguntó Edward señalando la ropa mojada -¿Quieres usar mi ropa?
Y así como así la media docena de criados corrían de un lado a otro, Cipriano pensó en ese momento que ser un conde tenía sus enormes ventajas aunque jamás cambiaría su vida por la de Edward y Edward debía pensar lo mismo que él pues no todo el mundo tiene las agallas para salvar vidas.
Cipriano aprovechó el momento en que le cambiaban la ropa mojada a la joven para hacer él lo mismo, era un milagro que él no se hubiese enfermado también, la ropa de Edward le quedaba algo ajustada, ya que él era un poco más corpulento que su amigo, pero por el momento tenía dejar de lado su incomodidad y utilizar una ropa seca y entrar en calor.
Las manos aún le temblaban cuando entró en la habitación que habían destinado para la joven, era una habitación sencilla de paredes color crema y muebles a juego, la chimenea estaba encendida e irradiaba un agradable calor que ayudaron a que sus manos dejaran de temblar, pegada a la pared más lejana de la puerta estaba la cama dosel con su paciente.
Era poco lo que Cipriano podía hacer la joven no parecía despertar aunque ya tuviese mejor semblante y la fiebre le había bajado con resignación se dijo a sí mismo que solo quedaba a esperar a que ella despertara, salió de la habitación con su destino fijado al despacho de su amigo que seguramente se encontraba al borde de un ataque de nervios.
Al entrar en el despacho Cipriano cerró la puerta, no quería que la servidumbre que ya de por sí se encontraba alarmada y con ansias de que estaba pasando, escuchara la conversación que tendría con su amigo, estaba casi seguro de que esta sería una discusión bastante acalorada y escandalosa, siendo lo más probable que si algún chismoso escucha lo que se tenía que decir el contenido de la conversación sería de dominio público en menos de una hora.
Su amigo se encontraba detrás de su escritorio caoba recostado en la silla mirando hacia nada en concreto, Cipriano noto que a él también le temblaban las manos aunque en este caso era por las inquietudes que parecían estar rondando por su cabeza y no por el frío como le pasaba a él, Edward ni siquiera había notado la presencia de Cipriano en la habitación, solo revivía una y otra vez el pasado, un pasado en el que no había pensado hacía muchísimo tiempo y que le había golpeado en la cabeza hace menos de una hora cuando vi a esa joven que había salido de la nada y le recordaban tiempos más felices:
-¿Quién es ella? - preguntó Cipriano sin querer esperar más, Edward lo miró estupefacto “¿en serio cree que yo tengo la respuesta?”
Ni idea - dijo finalmente, para Cipriano la voz de su amigo era completamente sincera aunque se notaba cierto tono de enfado
-Entiendo que no sepas quién es, pero tiene que ser algún familiar tuyo -Cipriano se sentó en la silla frente al escritorio
-¿Por qué crees eso? - Edward lo miró fijamente parecía entre confundido he irritado
-la chica es como ver a tu madre más joven o como verte a ti pero como mujer
Cipriano era el hijo de un segundo hijo de un noble barón por lo que ni su padre ni él eran poseedores de algún título, pero recordaba con mucho amor a su excelencia la condesa de Wilson, una mujer que sin dudar le había abierto las puertas de su casa e incluso lo había animado a seguir su sueño de salvar vidas, era una mujer encantadora de los pies a la cabeza y para Cipriano ella era como su propia madre, recordó con tristeza el día en que Edward le notificó del accidente en coche que se llevó la vida de sus padres y hacía que lord Edward de Wilson ahora el ilustrísimo conde de Wilson, aunque este nuevo título había surgido de la tragedia y hacían que Edward no pudiera ser el mismo otra vez.
Cipriano por mucho tiempo se sintió culpable por la noticia, solo le faltaba un año para terminar sus estudios y si tal vez él hubiese sido un doctor en ese entonces hubiese podido hacer algo, pero también en el fondo sabía que esto no era cierto, ellos habían muerto en el acto en una carretera muy lejana del médico más cercano, muy lejana de su hogar y muy lejanos de Edward y él, aun así lloró amargamente por la condesa que la consideraba como su propia madre:
-siendo sincero me fijé en eso - reconoció Edward -verla fue ver la imagen de mi madre, pero te juro que no tengo ni idea de quién es, tú sabes que no tengo familiares por parte de mi madre - Edward suspiro - incluso corrí hasta acá para ver si había pasado por alto alguna correspondencia de algún primo lejano que me encomendara buscarle marido a su hija, pero no hay nada, no sé quién es y no tengo ni idea de que hacía en la propiedad
-Entonces… tenemos a una desconocida que es idéntica a tu madre y no sabemos más nada -Concluyó Cipriano con un suspiro
así es - Edward parecía casi tan confundido como él -pero si hay algo más -Edward empujó por el escritorio una llave ornamentada y muy oxidada, Cipriano observó confundido la llave y luego a Edward sin comprender -Es la llave de la mansión -Sacó otra llave idéntica solo que esta relucía con una pintura dorada nueva -Esta mi llave -Dijo -y esa la tenía ella
Había pasado casi una semana desde que ocurrió el encuentro con la desconocida, pero ella seguía inconsciente con una fiebre que se negaba a bajar e incluso a veces daba la sensación que todo lo que intentaba para que su temperatura bajará causaba el efecto contrario, había días en que la temperatura parecía querer ceder y de un momento a otro subía tantísimo que Cipriano temía que la desconocida muriese sin ni siquiera poder conocer su nombre, se la imaginaba enterrándola en una tumba sin nombre y esto era algo que ninguna persona en el mundo se merecía.
Cipriano creó una rutina casi desde el primer momento, todas las mañanas después del desayuno iba temprano a la casa del conde, luego a su consultorio, luego a la casa del conde de nuevo donde aparte de revisar a la chica tomaba su almuerzo, luego visitaba a sus pacientes en cama que estaban tan indispuestos que no podían acudir a su consultorio y finalmente después de un largo día regresaba a su casa para descansar, aunque más de una noche había tenido que correr otra vez a la casa del conde para bajarle la fiebre.
Y mientras preparaba paños de agua fría y tónicos de distintas plantas medicinales para bajarle la temperatura a la joven no podía evitar pensar en la condesa y preguntarse quién era esa chica ¿Era normal que dos personas que dos personas que no eran parientes se parecieran tanto? Al quinto día de su encuentro la fiebre estaba tan alta que la joven tuvo una convulsión y aunque Cipriano de alguna manera había logrado controlar la situación y bajarle un poco la fiebre él se sorprendió a sí mismo creyendo “Si no salvé a la condesa ¿Podré salvarla?” y esto lo llevó a reconsiderar que se estaba obsesionando con quien era la joven que lo hacía dudar de sus capacidades médicas, cosa que nunca en su vida había hecho.
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