Esa mañana despertó con una sonrisa en su rostro, no era alegría, tampoco felicidad, era un brote de maldad pura tras otro oscuro amanecer en aquella isla. No pensaba en nada, su mente continuaba vacía completamente, sin pensamientos, recuerdos, planes. ¿Qué era lo que la hacía sonreír?
Una sensación inundaba sus huesos, sería otro día para las maléficas tinieblas de su corazón. Aun no conseguía lo que quería, no estaba ni cerca de lograr lo que su instinto le dictaba, aun así, jugar con un par de cachorritos inocentes era motivo de alegría para ella. Hoy acabaría junto con Jackue el gran amor de Kenia por Adkins, el olor a traición se impregnaba en el clima, lloverían corazones partidos y lagrimas amargas.
Se vistió de manera colorida, arreglada, acicalada, incluso mucho más de lo que acostumbraba; ese mismo día saldría a caminar por el pequeño pueblo que se refugiaba a las faldas del castillo de Jackue, desde que el reino se dividió solo quedaban aldeas y algunas pequeñas ciudades situadas alrededor de los poderosos, buscando mantenerse a salvo de los cazadores, ladrones y enemigos. Así era como se formaban pequeños reinos y ese era el que estaba dentro de la protección de Jackue; él les ofrecía su ejército y nombre a cambio de lealtad y devoción; así como cualquier nación ante sus pobladores.
Esa sería su manera de sacar a Adkins del castillo, alejándolo de Kenia y de cualquier interrupción que pudiera ocasionar ante el plan de Jackue de suplantarlo. No podría intervenir y evitarlo si no estaba allí.
Por otra parte, nunca tuvo contacto directo con las personas y súbditos del reino de sus padres, ella era la princesa desconocida, la hija ignorada, no se le permitió dar la cara jamás, al menos no en lo que tenía de memoria; en cierto momento, cuando fue difícil mantenerla dentro del castillo, sus padres optaron por encerrarla en un reformatorio lejano; terminando así por exiliarla del mundo. Así era, aún no había llegado a conocer su propio pueblo.
¿Cómo sería verse rodeada de todas esas personas? ¿La reconocerían? ¿Sabrían de ella? ¿Qué era lo que tanto intentaban sus padres ocultar de ella? Inclusive: ¿Por qué la ocultaban a ella del mundo?
Muy dentro de sí misma, aunque no tuviera memoria, sabía que su realidad no había sido diferente en los años anteriores a perder su memoria y pensamientos.
Caminó con paso firme y decidido en dirección al comedor; pudiera que en aquel mundo el horario no existiera, pero todos sabían exactamente el momento correcto en el que debían acudir a desayunar si no querían perderse esa comida.
Ópalo se topó con Jackue en el camino, quien se dirigía a la misma dirección que ella, ambos rieron de soslayo y con maldad mirándose el uno al otro, no necesitaban palabras para entender lo que sus corazones guardaban ese día.
A la entrada del comedor, casi coordinadamente, Adkins, Besodeya y Kenia aparecieron del otro pasillo, todos estaban dispuestos a comer su primer alimento del día en aquel momento. Algo que no resultaba de mucho agrado para varios de ellos. Al estar frente a frente, la tensión podía llegar a cortarse. Tanto entre Kenia y Ópalo como entre Adkins y Jackue.
―Muy buenos días, sus majestades ―dijo Besodeya haciendo una reverencia, intentando terminar con aquel tenso momento.
Adkins y Kenia también los reverenciaron, esa era la costumbre.
―Buenos días para ustedes también ―dijo Jackue con educación y etiqueta, respetuosamente como debía ser.
Adkins tosió con molestia un momento, su garganta molestaba. Eso era extraño, jamás se había enfermado.
―Que hermosa rosa escogió para su traje ―dijo Besodeya mirando el bolsillo de Jackue. Entonces fue obvio para Adkins, abrió sus ojos al notar el príncipe negro, los vampiros eran alérgicos a las rosas, los enfermaban y repelían, eso también le explicaba el por qué no podía leer la mente de Jackue ni de nadie a su alrededor.
―Creo que no te gustan las rosas. ¿Verdad Adkins? ―dijo Jackue mirándolo fijamente, él lo sabía; estaba consiente que aquel chico no era un ingenético cualquiera, era un vampiro. Cualquiera con un olfato acostumbrado y refinado podía llegar a notarlo, aún más él que había vivido siempre entre seres mágicos.
―No niego que son hermosas; lamentablemente soy alérgico al polen de las flores―dijo él, intentando desviar la atención a las rosas en específico.
―Creo que deberíamos pasar, se enfría nuestra comida ―intervino Kenia, ya que ella estaba consciente de la naturaleza de Adkins y sabía lo que dañaba a los vampiros no resultaba difícil para ella distinguir lo que sucedía allí.
―Acompáñame ―dijo Jackue extendiendo su mano en dirección a Kenia, ella la miró con duda, no era necesariamente la mano que deseaba tomar; miró a Adkins, casi como en una señal o petición de que él hiciera algo para impedir que eso sucediera; pero tampoco estaba en condiciones de atreverse a impedirlo.copy right hot novel pub