Colocó una cinta en su cabello, amarrándola en un lazo arriba de su cabeza; se miró dudosa en el espejo pues no era de su estilo; pero Carolyn le había regalado aquella cinta y quería usarla. Debía ir acostumbrándose a llevar cosas en la cabeza, no era de su gusto saber que sería una futura reina. Ella siempre quiso ser únicamente la princesa de sus padres y del hombre con el que compartiera su vida, no una reina de miles de personas; su carácter de gobernante era nulo y ausente, siempre se ocultó detrás de todos los arbustos de su escuela intentando pasar desapercibida siempre que fuera posible. Cuando Jay llegó a la isla pasó de esconderse detrás de los arbustos a esconderse detrás de él. No quería más amigos que los que ya había tenido toda su vida, siempre y cuando pudiera estar oculta de Kenia no le importaba que nadie supiera de su existencia.
Sacudió su abombada falda, la falda de su vestido, si, ese también había sido otro detalle de su suegra; la llenó de cosas luego de que se enteró de que Jay le dio la gran noticia, todo aquello para prepararla para su futuro entorno, la forma en la que tendría que lucir ante el pueblo y todo lo que debía llevar con ella. Se sentía como una pastorcita de cuentos, solo le faltaba un bonete y muchas ovejitas detrás de ella. Aunque no estaba mal, no estaba acostumbrada a vestirse de manera tan pomposa y extremadamente femenina y delicada.
¿En que se estaba metiendo?
Hizo gestos y muecas intentando acomodarse a su apariencia poco acostumbrada, infló sus mejillas, sacó sus dientes como un conejo, hizo visco, apretó sus labios y frunció su seño. Por más que intentara tomarlo de la mejor manera burlándose de ella misma no estaba preparada para esto.
Bufó riéndose ante sí misma y su ridículo traje; no era que no fuera hermoso; pero simplemente no era para ella. Tomó un paraguas y con ello en mano salió de su habitación temporal. Había quedado con Jay de tomarse toda la tarde para ellos; así caminó hasta la cocina dónde Carolyn se hallaba preparando una cesta de picnic. Era tan consentidora y hacendosa a pesar de quien era, una reina, su suegra era una reina en todo sentido de la palabra. A ella le tocó pasar por aquella situación cuando decidió casarse con Mark; tuvo que acostumbrarse a algo para lo que no estaba preparada, ser madre de una nación entera. La sola idea la aterraba; pero Carolyn era tan tranquila como si aquello fuera totalmente normal y no implicara absolutamente nada raro en la vida.
―Toma cariño, ya está listo ―dijo ella al mirarla de pie a lo lejos justo a la entrada de la cocina.
Paola caminó hasta ella, y tomó entre sus manos la cesta. No tuvo que hacer absolutamente nada, su suegra lo hizo todo por ella.
― ¿Cómo es que lo hace? ¿Ser tan amable y pacifica aun siendo quién es? ―preguntó Paola, apoyando la cesta en una silla mientras hablaba.
―Solo tienes que ser tú misma, no te preocupes por nada ―dijo ella con una sonrisa, tocando con cariño la barbilla de Paola.
Su suegra sonrió y la dejó sola en la cocina, tenía mucho más por hacer.
Paola se quedó quieta en aquel lugar, solitaria, pensando rápidamente en todo.
¿Qué haría? ¿Cómo se acostumbraría? ¿Qué pasaría si no podía con todo eso?
Además, le preocupaba otra cosa, quería poder marcharse junto a Christopher; al parecer, su reino era muy lejano y estaba convencida de que si se marchaba sin su hermano no lo volvería a ver nunca más.
Levantó la canasta con fuerza colocándolo en su brazo para luego caminar en dirección a las afueras de la casa. Jay estaba sentado justo en las escaleras que daban a la entrada del porche delantero esperando pacientemente por su hermosa doncella. La escuchó venir, reconocía su manera de caminar y la madera le daba el eco perfecto para oír de manera clara que estaba cerca de él. Levantó la mirada encontrándose con el rostro de su prometida y sonrió disponiéndose inmediatamente a ayudarla con la cesta.
―Échale un ojo, quizá necesitemos algo más, tu madre fue quien la preparó no sé si falte algo ―dijo Paola mientras él la tomaba de sus brazos.
―Confío en mi madre, sé que ella sabe justo lo que necesitamos ―aseguró él pasando por alto su sugerencia.
Extendió su mano derecha disponiéndola también para que Paola la tomara invitándola así a caminar juntos de la mano. Sin dudarlo, tomó su mano, la mano de un príncipe.
¿Cómo no lo había visto venir? ¿Ella una princesa? ¡Eso jamás!
Ese tipo de cosas no le pasaba a personas como ella, insignificantes, sin futuro alguno.
Jay la miró de soslayo; su novia estaba muy callada, mucho más que de costumbre. De hecho, desde que llegaron a Canadá ella se había soltado mucho, hablaba sin parar, así que ya no era normal verla tan callada. Pero la entendía, debía tener mucho en que pensar después de semejante noticia. Por otro lado, debía admitir que sentía temor de que ella quisiera echarse de lado ahora que los sabía, no la juzgaba si llegaba a pensarlo, no era algo fácil de asimilar y mucho menos de aceptar.copy right hot novel pub