Eran aproximadamente las tres de la madrugada cuando encontró a lo lejos el portal que lo llevaría de regreso a su amado hogar. Entendía que debía regresar pronto a Nahgsón, lo que no entendía era lo difícil que le resultaba cobrar el suficiente valor para despegar sus pies de aquella dimensión. Para cuando volviera miles de cosas podían haber sucedido; pues el tiempo no pasaba al mismo ritmo en aquella tierra. Lo que para Kaleptahad eran días, para Nahgsón eran años completos. Eso mismo lo hacía entender que su tiempo en Kaleptahad debía ser mínimo, ya que necesitaba volver a aquella dimensión con una solución lo más rápido posible.
Por otro lado, esperaba que en Kaleptahad fuera de noche, de lo contrario tendría que soportar un excesivo choque de luz que no sería necesariamente inocente para su naturaleza de vampiro. Había pasado tanto tiempo bajo el cielo nublado de desgracias de aquel reino, que seguro el sol lo segaría sin control por varios días, esos los cuales no tenía para desperdiciar.
Antes de cruzar el portal se preparó para aquella posibilidad. Tomó su mochila y la vació en el suelo, que, aunque oscuro, era claro para su vista nocturna. Hacía bastante tiempo que estaban guardadas esas cosas allí, se habían visto exiliadas debajo de su cama en el reformatorio. Incluso sacó de dentro de ella la caja que llevaba lo más valioso de todo, su señal de identidad como un superior: la corona que le dio su abuelo Iram. La colocó sobre su cabeza para luego ocultarla debajo de una gorra, si, una gorra: vaya que era algo desconocido en aquella tierra; así igual mente como su chamarra de capucha y los lentes de sol. Necesitaba ocultarse todo lo posible en prevención de encontrarse con un repentino día al otro lado del portal.
Antes de cruzarlo, miró atrás sobre su hombro.
¿Extrañaría estar allí?
Quizá no era lo que extrañaría, sino, acompañarse de su Banshee.
Suspiró y cerró los ojos para luego aguantar la respiración sin propósito alguno y lanzarse al otro lado del portal. No se preocupó por el lugar dónde caería, había miles de posibilidades: mar, río, bosque, el lado oscuro dónde estaban los exiliados y prisioneros; las opciones eran infinitas; pero simplemente te dejó caer. Esperando tocar el suelo, aunque fuera precipitado e incluso doloroso.
De pronto, su sensación de caída fue interrumpida por un brusco jalón, sintió sus enormes garras rosar su espalda cuando lo tomó de la chamarra y lo haló con él. Adkins abrió los ojos al fin y miró hacia arriba encontrándose con un rostro conocido o, mejor dicho, un enorme dragón bastante familiar.
―Kytzia ―dijo Adkins con una sonrisa en el rostro.
―Sabía que eras tú ―comentó ella al escucharlo―. ¿Alguna vez pensaste en usar tus alas?
―Sabes lo que pienso de ello ―respondió Adkins.
Kytzia, ella era la hija dragón de su tío Georg y su tía Nonke, una de las quintillizas dragonas. Su nombre significaba: “Lucero de la mañana”, eso le dio a Adkins la señal de la hora en la que Kaleptahad se adentraba, las cinco, además de hacerle honor a su nombre, Kytzia tenía la costumbre de salir a correr y volar por las mañanas, era bastante amante de su cuerpo, la más coqueta y seductora de las dragonas, la que más se parecía a la madre: la cual por cierto era considerada una de las mujeres más hermosas de su reino.
―Es bueno tenerte de regreso ―comentó ella mientras surcaba el aire, llevándolo entre sus garras.
Se acercaron con prontitud al palacio dónde la dragona bajó lo más razonable hasta dejarlo lo más cerca posible del suelo haciéndolo saltar un par de metros antes de tocar tierra. Después de dejarlo, ella misma se convirtió en su ser de apariencia humana para tocar el suelo al lado de su primo. Adkins sonrió al verla convertida en esa misma hermosa chica que recordaba, se acercaron el uno al otro con emoción para luego abrazarse.
― ¡Meleá! ¡Meleá! ¡Adkins está en el patio! ―gritó una chica a lo lejos, al parecer desde una ventana de un piso superior.
Adkins la miró, era una de las dragonas idénticas: Merit, un momento pasó antes de que su gemela se asomara por la misma ventana, siempre vestidas de la misma manera, siendo completamente iguales en todo.
― ¡Iremos por Aleeah y Aisha! ―gritaron las dos a coro al mismo tiempo.
Aunque para muchos podía resultar fastidioso, eran aquellas típicas hermanas idénticas que hablaban, pensaban y se movían de la misma manera como si fueran su propio reflejo en un espejo.copy right hot novel pub