Esa mañana despertó temprano en preparación a la siguiente fase de su vida. Estaba sumamente preocupado, nervioso, lo que haría ya no se trataba de él ni una pieza faltante en su alma; se trataba de su vida y la de miles de personas que vivían en dos dimensiones diferentes.
Sentía que su pecho era apretado, le costaba respirar, por eso inhalaba y exhalaba de manera profunda casi como lo hacía sólo una mujer dando a luz.
¿A si se sentía estar aterrorizado?
No era de ese tipo de hombre relativo que le tenía miedo a algo, jamás le tuvo miedo a nada. Al menos no a algo que recordara.
Tenía la corona de su abuelo sobre la cabeza, ya no vestía cómo príncipe, sino cómo rey. Aún era muy joven para ser rey.
¿Enserio fue una buena decisión de parte de sus abuelos dejarlo todo en sus manos?
Él mismo pensaba que era un fatídico error en aquel momento. Quizá por el repentino horror que se apoderó de sus huesos, era natural tener pánico ante su semejante nueva responsabilidad.
Giró en su habitación de un lado al otro, yendo y viniendo, inclinándose, irguiéndose. Sentía una de sus alas quebradas; pero no era más que una ilusión que lo tenía al puto de la locura, pero sólo era que estaba paranoico. Inclusive transpiraba más de lo normal, aunque su abuelo le dio un amuleto con medicinas especiales para evitar que oliera de manera tan repugnante, en su caso, sólo alcanzó ayudarle un poco. Al parecer sus glándulas estaban en el peor de los momentos de su desarrollo; por supuesto, aquel nerviosismo no ayudaba para nada. Por otra parte, no podía esconder sus colmillos, era un efecto colateral del tratamiento entre tanta tensión. Así que se hallaba algo incómodo, muchísimo más de lo normal.
De pronto, pensó en Sinhué y en el tiempo que pasó desde que cruzó el portal de regreso a Kaleptahad.
¿Qué habría pasado con ella? ¿Qué habría pasado con Jackue, Ópalo y Besodeya?
Con esas preguntas no se refería a cómo estaban físicamente, más bien pensaba en lo que pasó antes de marcharse: si Sinhué se dio cuenta de que él no era el que besó a Besodeya, si Besodeya se lo dijo, si Ópalo se vio involucrada luego de que lo engañó con la excusa de conocer el pueblo y así dejar que Jackue le suplantara. Por otra parte, no sabía cuánto tiempo había pasado en Nahgsón. Quizá, Sinhué se rindió a los encantos del príncipe, tal vez ya la había perdido.
Suspiró, ansiaba verla de nuevo. De ahí salía otra pregunta: ¿Qué pasaría cuando se vieran de nuevo?
Ya no se verían cómo un par de chicos huérfanos y servidores de una princesa opresora, se verían frente a frente cómo lo que en realidad eran: un rey y una futura princesa.
Tomó un almohadón de su cama y se golpeó con él el rostro una y otra vez, sentía que estaba a punto de explotar.
―Cariño. ¿Estás bien? ―preguntó su madre al entrar a la habitación y mirarlo repetir la acción una y otra vez.
―No mamá… ¡Estoy muriendo! ―dijo, dejándose caer dramáticamente sobre su cama, cayendo de espaldas, quedando acostado.
Aleeah rió, él había crecido, era todo un hombre, pero aun reaccionaba igual a la presión. Pasó lo mismo para su primer día de clases, y para los días en que sus poderes se manifestaron por primera vez. Si el pánico lo matara, ya habría muerto varias veces. Aunque él no lo recordara.
Aleeah se acercó a la cama, acarició el rostro de su pequeño hijo; aunque él no tenía nada de pequeño para ese momento. Sus ojos violetas se miraron, los de ambos eran idénticos, así como el color de su cabello y piel. Adkins era la versión masculina de su madre y abuela, las cuales parecían gemelas gracias a su eterna juventud; la cual acabaría en el momento que la energía mágica se apagara. No quería ver cómo las mujeres más hermosas e importantes de su vida envejecían y morían; saber que todo eso estaba en sus manos apestosas y sudorientas.
―Nos mataré mamá, a dos dimensiones, no lograré hacer nada, lo sé…
―No seas pesimista, te lo prohíbo. La cobardía y la negativa no va con esta familia. El desconocimiento sí, pero el resto no, ―le interrumpió ella―. Lo harás bien, confío en ti ―finalizó, besando tiernamente la frente de su hijo.
Debía admitir que la idea de que su hijo regresara a Nahgsón con no más que una compañera era algo que le preocupaba. No era propio de un rey andar por un país peligroso, dónde no pertenecía sin una escolta o al menos medio ejercito rondando por su protección. Por el momento, optaron por mantener un perfil bajo y enfrentar cara a cara a los reyes de Nahgsón, dependía de aquella reunión si era necesario proseguir por la fuerza. El reino caía a pedazos con lentitud, eran débiles, estaban separados en colonias y nadie realmente gobernaba o controlaba al pueblo. De manera estratégica, era un pez gordo rindiéndose a sus pies. No tenían el poder suficiente para enfrentar el ejército de otro reino, aunque este fuera inferior. Sin embargo, contaban con una ligera ventaja. Aunque no en la batalla, ni en poderes, sino en lo mismo que Aleeah dijo, el desconocimiento: Nahgsón tenía un sinnúmero de criaturas extrañas y poderosas que para Kaleptahad eran básicamente inimaginables. Por lo tanto, habría mucho a lo que enfrentarse y no sabrían vencer, debido a que no conocían el más mínimo detalle sobre la especie local de criaturas mágicas o legendarias súper desarrolladas con las que el reino contaba. Por lo general todo lo que salía de Nahgsón era porque alguna vez entró, ello desde la creación de Kaleptahad cómo su puente terrícola. Por eso, era imposible saber lo que pasaba allí adentro a menos que alguien trajera la información. El que Adkins se aventurara allí fue de mucho beneficio para ese día. Ahora entendía por qué Hebe le apoyó cuando decidió marcharse, era una descarada oráculo, sabía que lo necesitarían.
―Disculpe, su Alteza, no quiero interrumpirlos, pero deberíamos marcharnos ya ―dijo Anteia asomando su cabeza por la puerta, dejándose entrar a la habitación de Adkins sin pedir permiso.
―Su Alteza, te duele llamarme así ―dijo Adkins levantando la mitad de su cuerpo a la vez que levantaba una de las cejas, mirando a la sirena.copy right hot novel pub