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Ópalo

Capítulo 11: Inciso C

Se hallaba en la torre más alta del palacio, su habitación. Según creían sus abuelos, mientras más alejado estuviera él del suelo, sería más difícil que huyera.

Tenía ropa ligera, no cargaba con abrigos, armas o siquiera la corona que se suponía debía llevar en todo momento. Estaba atento mirando al fuego de la chimenea, analizando cuidadosamente cómo el fuego consumía poco a poco el carbón producido y los pedazos de leña. Su cabeza siempre producía una incontable cantidad de pensamientos de manera descontrolada. Era como si estuviera pensando por dos personas a la vez.

Todos y cada uno de los análisis en los que se enfocaba su mente todos los días tenía que ver con sus padres. Principalmente en su madre, ya que, en todo el transcurso de su vida, había formulado un odio, quizá infundado, por el hombre que le dio la mitad de su sangre. Lo culpaba de todo y no le daba el beneficio de la duda, ni hallaba razones aceptables por las cuales perdonarlo por haber llevado su propio reino a la ruina, por haberlo dejado, por haber hecho que su madre se volviera loca y sus abuelos la alejaran de él. Puede que no fuera justo, pero el sentido de justicia estaba totalmente perdido en la oscuridad de lo que ahora resultaba es un pueblo casi muerto.

Sus abuelos insistían en que él vivía, si era así, ¿cómo reaccionaría si algún día llegara a verlo?

Su pecho le ardió, frunció el ceño y gruñó ligeramente. Seguro que tendría que aguantar las ganas de clavar una espada en él. Podían ser malos deseos, pero eso lo hacía sentirse más cerca de su madre, eso le gustaba.

Giró su cuerpo ligeramente sin moverse de su lugar, mirando el cobertor, o abrigo, que usó el día anterior. Pensó en que había algo que aún no hizo: revisar aquella hoja escrita con sangre que sacó de debajo del esqueleto de la mujer en la cueva a la que entró con Togarmá.

Sin pensarlo más caminó hasta su cobertor y sacó del bolsillo la hoja. La frotó con el pulgar; estaba polvorosa, amarilla, se veía digna del transcurso del tiempo que permaneció debajo del cadáver, manchada con sangre y los fluidos de un cadáver en descomposición. Aunque solo la imagen pudiera resultarle repúgnate a cualquiera, para él solo era una cosa más de la vida a la que no le daría importancia.

Antes de ponerse a leerlo miró a su alrededor, visualizando su habitación casi cómo pretendiendo asegurarse de que nadie estaba fisgoneando por ahí. Eso incluía a la servidumbre que era bastante entrometida y habladora, si, chismosos descarados. Su habitación estaba tan oscura como si ya pasara más de la media noche. La única luz que alumbraba el lugar era la de la fogata, y una débil luz titilante de una lámpara de aceite que apenas y lograba cubrir una pequeña circunferencia del escritorio. Junto a ella, libros de magia, leyes, tradiciones, historia y ciencias políticas, estaba seguro que ese último lo habían alcanzado a traer de la tierra.

¿No podían hacer su propio libro de ciencias políticas?

En realidad, entendía por qué no había uno, la manera de gobernar de sus abuelos era lo que los estaba matando. Bien que no aprendieron nada bueno de los libros humanos sobre cómo gobernar. Puede que también estuviera equivocado, no sabía del todo los motivos por los que sus abuelos actuaban de manera tan desastrosa a sus ojos. No obstante, no los culpaba, sabía que algo había detrás de todo eso.

Luego de revisar tras las cortinas de color salmón que caían de las enormes ventanas estilo victoriano de su habitación (aunque realidad era su estilo, los victorianos existieron después) e incluso bajo su cama; dejó caer su trasero en la silla al lado del escritorio. Tiró los libros al suelo, haciéndose espacio para extender la hoja enrollada sobre la madera. Tomó un par de piedrillas de ópalo que tenía por allí para hacer peso a las esquinas de la hoja mientras buscaba algo en él un espacio de estantería no muy lejos de él. Tomando algo que los humanos llamaban: “lupa”; con eso vería mejor la letra corrida escrita en sangre que estaba pintada en la hoja mugrienta. Esperaba poder distinguir algo de lo que estaba escrito allí, de lo contrario se enojaría, no quería una historia partida a la mitad.

“Viendo venir el día de mi muerte, escribo con mi propia sangre ante la esperanza de que alguien lo encuentre y no lea antes de que sea demasiado tarde. No entraré en formalidades, solo diré lo que es necesario que sepan. Yo era una trabajadora al pie de los reyes en el palacio, era, porque para el momento en que alguien me lea estaré muerta. Trabajé al servicio de mis señores fielmente hasta que cierto día una malvada mujer me noqueo a la entrada del palacio, a mí y a mi compañero. Yo era su objetivo, cualquiera reconocería que trabajaba a los pies de los reyes y escuchaba todo lo que decidían, sus planes. Me negué rotundamente a hablar sobre lo que ella deseaba saber hasta el día en que clavó a mi acompañante contra el suelo, pensé que eso lo salvaría, fui ilusa, era obvio que ninguno de los dos saldría vivo, mucho menos tan pronto ella obtuviera lo que quería. En desesperación, confesé lo que tanto había insistido por oír: ella quería saber el paradero del príncipe heredero y su futura reina. Está completamente obsesionada con ella, no sé quién será o si alguna vez tuvo que ver con nuestro heredero. Morí ante mi error de haber traicionado a mis señores, a mi pueblo. No sé qué pretende ella con aquella información, pero sé que es fuerte, de cualidades extrañas y poderes sin precedentes, extraordinaria de mala manera. Una mujer que no sirve para nada. No se lamenten por mi muerte, es traición, le he dado al enemigo el poder justo para la ruina.copy right hot novel pub

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