―Haré una barrera de protección ―dijo Anteia tan pronto aterrizaron en medio del bosque. Caminó alrededor del joven príncipe, mirándolo con el ceño fruncido.
Ya suficiente tenía con tener que soportar a Adkins y Kytzia juntos, soportándolos actuar cómo niños, ahora tenía que ser niñera de un niño. A este se le erizaron todos los cabellos de la nuca al ver cómo aquella chica lo miraba, por lo que vio en su actuación al salir de palacio, especialmente en ella, la chica no era nada inofensiva.
Carraspeó un poco y se irguió intentando no parecer nervioso, no tenía que demostrar debilidad.
Cuando ella se marchó, al fin pudo respirar; tomó una bocanada de aire mientras la miraba alejarse, eso definitivamente puso sus nervios de punta. No era un cobarde, no entendía por qué la mirada de aquella señorita lo puso tan nervioso. No se sintió aterrorizado por la criatura de cabeza de león, cuarto alas y cientos de ojos.
¿Por qué ella si lograba intimidarlo?
Quizá porque estaba en medio del bosque, mucho más allá de los límites del palacio, con tres sujetos desconocidos de otro reino, no sabía si tenían intensiones legitimas de salvar a sus reinos o solo invadir su trono.
―No tienes que temer de Anteia, seguro te fastidiará o será cruel contigo de vez en cuando; pero no te hará daño, no está en su naturaleza de sirena ―dijo Adkins, conociendo a la perfección los pensamientos del príncipe.
― ¿Una sirena? Son seres terrícolas del mar, aquí no las hay ―dijo Askenaz, nunca antes vio una sirena más que en los libros: con una gran cola en lugar de piernas, ella no llevaba una cola, parecía humana.
―Lo sé ―dijo Adkins sonriendo de medio lado, él estaba seguro de que era el único ser mágico que ellos tenían y que Nahgsón no poseía. Aunque ellos le llevaban bastante la ventaja en seres mágicos que no compartían su naturaleza.
― ¿Tu qué eres niño? ―preguntó Kytzia.
―No soy un niño, tengo catorce, ―reclamó él, casi cómo cualquier adolescente, creía que tenía el derecho de ser tratado como un adulto, aunque no era ni un adulto, ni un niño.
―Responde ―dijo Adkins colocando un de sus manos en el hombro de Askenaz, este sintió su columna hacerse gelatina.
Él era grande, fuerte y seguramente muy poderoso, sintiendo la fuerza en sus dedos presentía que podía hacerlo añicos con solo una mano y él no llevaba armas para protegerse, ni espadas ni flechas; era prácticamente inútil sin ellas.
―Soy Askenaz, soy un caballero verde―dijo.
Sin embargo, para Adkins era obvio que él no se había manifestado, no tenía poderes aún. En aquel momento era tan humano cómo Ópalo.
― ¿Un caballero verde? ¿Qué eso? ―preguntó Anteia inmediatamente al llegar a su lado. Jamás lo había escuchado.
―Es la raza real aquí ―respondió Adkins.
―Él es cómo tú ―dijo Kytzia, era una pequeña similitud.
Los poderes de los caballeros y damas verdes eran exactamente los mismos que los de una Hada real de Kaleptahad, con la diferencia de que eran seres de tierra, no de aire. Tenían poderes sanadores, cosa con la que las hadas reales de Kaleptahad no contaban.
Otra diferencia injusta.
― ¿También eres un caballero verde? ―preguntó Askenaz mirando los ojos violetas de Adkins, esas corneas eran diferentes a las que había visto jamás, en su dimensión, los ojos resultaban ser un tanto comunes, casi cómo en la tierra humana, limitados a café, verde, celeste y algunos que otros derivados. Pero no había ojos violetas, ni rojos, como los de la dragona.
―No, yo soy un vampiro mitad hada. ―respondió Adkins.
―No olvides ligeramente humano, ―agregó Anteia.
―Esa es una combinación extraña. ―dijo el chico pasando una mirada entre los tres.
A sus ojos, ellos resultaban ser completamente diferentes a lo que tenía conocimiento, eran cómo personajes salidos de un libro de ciencias biológicas.
― ¿No nos ibas a dar algo? ―preguntó Anteia con una mirada fuerte e intimidante.
Ella no había olvidado la razón por la que él terminó con ellos en la mitad del bosque. Si iba a cuidar niños al menos tendría que valer el precio.
― ¿Me llevarán con mi madre? ―preguntó él, tampoco estaba dispuesto a trabajar para ellos sin cobrar su sueldo.
―Cuando sea indicado ―aseguró Adkins.
―Necesito más que eso ―objetó él.
Anteia gruñó, casi como si fuera más dragón que sirena. Era solo un ratoncito en medio de leones creyéndose poderoso.
―Es más de lo que te puedo dar. ―dijo Adkins, dejando ver que solo tenía su palabra, él tenía la confianza; Adkins ya le había dado su palabra, ahora estaba en sí mismo darle su confianza.
―Tendrá que bastar ―resignándose.
De su bolsillo, retiró aquella hoja ensangrentada, la que sacó de la cueva cuando estaba con Togarmá.
Estiró su brazo y se la dio a Adkins, quien la tomó con el ceño fruncido y miles de preguntas. ¿De qué se trataba eso?
― ¿Puedes hacer algo con esto? ―preguntó Adkins pasando la hoja a manos de Anteia, sabía el tipo de cosas que ella hacía y sus viejos trucos bajo la manga. Alguna vez fueron solo juegos para ellos, ahora era lo que los hacía ser lo que eran.copy right hot novel pub