Christopher cargaba una gran canasta de zanahorias en dirección a la casa. Estaba empapado en sudor, el sol de las once de la mañana estaba brillando en todo su esplendor, ya estaba empezando a sentirse una salchicha puesta a la parrilla en una fiesta de piscina, pero sin la piscina.
Jay se le unió en el camino, él llevaba una canasta con manzanas, ambos sonrieron y continuaron con su camino sin decir nada más. Con aquel calor y el peso, no había aliento para charlar mientras avanzaban.
― ¡Vamos mariquitas! ¡No lloren por un poco de fuerza! ―gritó Aitor quien pasó en su caballo, parecía que nunca se bajaba de él.
― ¡Lo dice el que no camina sin estar sobre su pura sangre! ―gritó Jay de regreso.
― ¡Excusas! ¡Excusas! ―gritó con más fuerza conforme se alejaba.
―Debería jalar los canastos de vez en cuando, no diría lo mismo. ―Alcanzó a decir Christopher. Jay solo sonrió y el silencio los volvió a inundar.
Cuando llegaron a la parte trasera de la casa Paola abrió el mosquitero dando espacio para que entraran con libertad sin tener que sostener la puerta. Ellos dejaron los canastos en una mesa específicamente para ello.
―Que montón de manzanas ―dijo Paola tomando una del canasto de Jay, la llevó hasta su nariz y la olfateó.
Seguro estaba deliciosa, la boca se le hacía agua.
―Son todas tuyas ―dijo Jay con una sonrisa, la acercó a él de la cintura y la besó sin llegar a pegarla mucho a su cuerpo ya que él estaba sudado y apestoso.
―Debo decir hermanita, que cuando me invitaste a vivir contigo y los reyes de un país muy lejano que aún no tengo ni puta idea de dónde queda, lo menos que pensé es que tendría que trabajar cómo un esclavo ―dijo Christopher, así interrumpiendo el beso de los tórtolos.
―Debo admitirte hermanito, que cuando te invité a vivir con nosotros, pensé que para este momento estaríamos muy lejos de aquí. Jamás imaginé que tuviéramos que esperar más, no es mi culpa ―dijo ella y se alejó con la manzana en su mano en dirección al lavaplatos.
― ¡Es culpa de él! ―acusó Chris señalando a Jay.
―En realidad, culpa a los condones defectuosos de Aitor ―dijo Jay.
Paola le dio una mordida a la manzana y miró su abultado abdomen. ¡Que ni Dios quisiera eso fuera culpa de Aitor!
―Soy Morfeo, no la cigüeña ―dijo Aitor arrebatando a Paola la manzana de la mano. Jay enseguida le dio un manotazo a Aitor por la cabeza, quien sólo lo retó con la mirada. ¡Era un boquifloja! ―A lo que me refiero con ser Morfeo es que todas las chicas me piden que duerma con ellas; pero lo que menos quieren es dormir.
―No me interesa ―comentó Paola, recuperando la manzana.
―Además, nadie los tiene robándose mis preservativos. Para evitar esto... ―señalando la barriga de seis meses de Paola―. Existen los anticonceptivos orales.
―Pero te cuesta admitir que tus condones se vencieron porque jamás los has usado, tanto alardeo para mí que eres virgen ―arremetió Christopher.
―Tú, le cambiarás los pañales a ese mocoso, no yo ―se defendió Aitor.
―Tuché ―dijo Paola a duras penas con su boca llena de manzana.
Jay solo se echó una carcajada por lo bajo, Aitor ya debía estar harto de tener a todo el mundo metido en su casa. Pero ellos no se irían al menos en un par de meses más, cuando Paola tuviera al bebé y saliera de la cuarentena.
Mientras Aitor y Christopher discutían sin parar y Paola se atiborraba la manzana de un bocado. Jay, no pudo evitar prestarle más atención a su esposa que al conflicto de sus dos mejores amigos. Estaba aún más enamorado de ella que de costumbre.
―Quiero abrazarte ―dijo Jay de la nada.
Aitor y Christopher pararon de discutir y lo miraron; ellos prácticamente se iban a agarrar de puños y a Jay solo le importaba abrazarla.
Paola lo miró y sonrió, ella estaba enamorada de él, tanto como de costumbre.
― ¡Es patético! ¿Se van a abrazar o no? ―dijo Aitor, ya que después de un minuto ellos seguían parados a una distancia de unos dos metros entre ambos; mirándose cómo si fuera un amor prohibido e imposible de concebir.
Algo que era irónico, ya que estaba mucho más que concebido, y tenía seis meses.
―No me importa si estás sucio y sudado, eres más sexy así ―dijo Paola.
― ¡Oh por Dios! Esa cursilería me dejó sordo ―se quejó Christopher tapándose los oídos.
―Si me disculpan, saldré a vomitar ―le apoyó Aitor.
Jay y Paola rieron al mirarlos salir de la cocina, uno al lado contrario del otro. Peleaban por todo, pero a final de cuentas resultaban ser tan parecidos cómo iguales.
―Par de pervertidos solterones sin una vida ―dijo Paola haciendo reír a Jay.
Ella se acercó a él y lo abrazó, perdiéndose entre sus brazos. Este envolvió todo su cuerpo con sus brazos y la besó en la frente. Paola suspiró, se sentía tan bien estar en sus brazos. Se sentía cómo estar en casa, cómo si el mundo le perteneciera y fuera invencible.
―No puedo creer que ya haya pasado tanto tiempo desde que huimos ―recordó Jay.
Ni que decir que había saltado de felicidad cuando se enteró de que ella estaba embarazada y debían esperar un poco más para regresar a su reino. Era peligroso que ella pasara así hasta su mundo.
―Y yo no puedo creer que esto enserio haya pasado. ―Apartándose un poco y dejando sus manos en su barriga―. Estaba convencida de que no sucedería al menos en unos cinco años más. Pero no, ¡pum!, toma niña, la diversión tiene sus desventajas.
―Para mí es perfecto ―se inclinó, besando la cima de su pancita.
―Ahora no solo tengo que acostumbrarme a ser esposa y reina, ahora tengo que ser madre, esposa y reina. ¿Qué sigue? ¿Un perrito? A no, ese ya lo tengo. ¿Has visto a Hipo?
―Está con mamá ―respondió Jay con una sonrisa de medio lado.
Ella había cambiado en tantas facetas. Ya no era más una niña tímida, apartada y callada; tampoco tenía miedo o se retraía de hacer las cosas que le gustaban o pedir lo que quería. Era independiente ahora de la misma manera en la que aprendía a formar parte de una familia. Tenía poder y decisión.
―Bésame ―dijo ella mirándolo a los ojos, era casi cómo un mandato.
Jay suponía que las hormonas del embarazo la hacían ser mucho más impulsiva de lo acostumbrado. Desde entones hacía las cosas más por impulsos internos que por pensamientos.
A él no le molestaba.
―Está bien ―obedeció Jay, inclinándose un poco para alcanzarla.
Cuando se enteraron de que estaba, cómo vulgarmente lo decía Aitor, “preñada”, empezaron los miles de supersticiones de los hombres solteros ante ese estado de la mujer. Cómo que la pasión moría a partir de aquel momento. En aquellos seis meses Jay tuvo el material suficiente como para desmentir aquella teoría, a él incluso le resultaba más sexy, no de manera morbosa, si no que había algo que la hacía verse mucho más hermosa, él por su parte culpaba a las feromonas.
Tarta de manzana, si, con una copa de helado encima, de vainilla, bañada con caramelo. ¡Ah! Y una taza de cocoa caliente con canela. Si, se endulzaría cómo para no probar el azúcar por el resto de su vida.
¡Pero que antojada estaba!
Aun con una bolsa de gomitas ácidas en la mano no podía parar de pensar en aquel capricho de tarta. Estaba completamente segura de que Carolyn la haría para ella con todo el gusto del mundo, solo necesitaba los ingredientes, por eso había arrastrado a Chris al pueblo.
Él cargaba las compras mientras ella iba y venía en el dispensario de dulces, mirando que más comprar. Su hermano, como de costumbre, se hallaba junto a la caja registradora, coqueteando a la chica detrás del mostrador. Había sido la misma historia desde que su ansiedad por el dulce nació, casi seis meses de coquetear y aun no la invitaba a salir.
Paola compró rosas de chocolates, un corazón con una declaración de amor para Jay, más paquetes de gomitas asidas.
Chris se irguió cuando Paola llegó a pagar, simulando que no estaba haciendo lo que ya ella sabía a la perfección.copy right hot novel pub