Un par de minotauros furiosos los interceptaron cuando huían de un lobisón hambriento. Los seres mitad toros, mitad hombres llevaban armas y protección, un uniforme militar. No eran minotauros cualesquiera, eran guardas que patrullaban la zona intermedia del bosque dónde se cruzaba el campo de fuerza y el bosque del palacio real. Ahora sabían de él porque Andy chocó fuertemente contra él, estuvo tirado en el suelo hasta que se recuperó del golpe o, más bien, hasta que tuvo que correr por su vida y huir de los lobos sobrenaturales que los querían para la cena como el platillo principal. Habían huido de toda clase de seres indescriptibles desde que pisaron Nahgsón; estaba empezando a pensar que fue una muy mala decisión haber cruzado ese portal. Serían una brocheta en la mesa de algún ser abominable antes de que saliera el sol de su primer día en aquella tierra.
Estaba exhausto; pero no importa cuán adolorido se sintiera, tenía que seguir corriendo.
¿Qué era peor? ¿Huir de lobisones hambrientos o de unos guardas furiosos?
Sea lo que fuera, era mejor que huir de una esfinge o un piuchén hasta vomitar sus intestinos. ¡Esos monstruos si eran algo serio!
Escuchó un grito y sin dejar de correr miró hacia atrás. Un minotauro alcanzó a Andy; vio como lo levantó del suelo tal cual muñeco.
¿Valdría de algo si se detenía a ayudar?
Negó con la cabeza para sí mismo. No, sabía que no tenía oportunidad alguna contra esos enormes seres. Siguió corriendo porque su vida parecía depender de ello. No obstante, luego de unos cien metros más su estómago impactó con una fuerza asombrosa contra un objeto que no previó; de hecho, lo había bateado haciéndolo volar en el aire, retrocediéndolo todo el camino que ganó de distancia contra los minotauros.
Mientras esperaba su caída tuvo el suficiente tiempo para pensar en qué diablos lo había golpeado. Pudo ver cómo una especie de vara larga de oro se devolvía hacía dentro del campo de fuerza. Se sintió confundido. Ellos no podían cruzar el campo, pero la vara pasó por ella como si fuera simple neblina.
Se quejó cuando impactó contra la tierra, sintió sus codos raspando las hojas grises que se arrastraban con él conforme iba deslizándose por el impacto. Gritó cuando se sintió apuñalado por la espalda.
Chocó contra una raíz, eso lo detuvo. Tembló por el ardor en su espalda miró un poco sobre su torso, encontrándose con una vara enterrada en su carne, entre sus costillas.
Sintió pánico por el dolor profundo que empezaba a atorarse en su pecho, supo que estaba profundamente encajada. Tenía suerte si no le había perforado un pulmón.
Quiso vomitar cuando sintió que era jalado del suelo; no tardó en mirar sus pies colgar a al menos medio metro del suelo para luego sentir la respiración de un toro mojar su cara.
Empalideció inmediatamente, miró a los ojos que aquella cosa, eran enormes, sus pupilas eran cafés. Si alguna vez volvía a pisar la tierra, tendría pánico de cualquier animal con ojos similares a los de esa cosa.
Tembló aún más cuando la nariz de ese ser tocaron su cuello, olfateándolo. Volvió a mirarlo a los ojos cuando terminó, notó cómo fruncía el ceño, si es que era posible; al menos había notado el gesto de disgusto, quizá indignación.
Gruñó, entonces Chris dejó de respirar por un momento. Solo sentía que en algún momento engulliría su cabeza y moriría.
―Otro humano ―gruñó el minotauro.
Christopher se tragó su lengua al escuchar su voz gruesa, pero humana, hablaba cómo un hombre.
― ¿Qué… va… a… pasarme? ―preguntó entre tartamudeos e incluso se sorprendió de haberse escuchado, siquiera lo pensó, tan solo lo dejó salir.
―Nada aun ―respondió el sujeto.
Tuvo que cerrar los ojos al sentir el aliento de aquella cosa sobre su cara, apestaba, cómo la boca de cualquier animal.
Y en medio de todas las preocupaciones, tuvo un único pensamiento:
¡Amaba la tierra! ¡Amaba que no hubiera seres mágicos compartiéndola con los humanos!
Abrió los ojos cuando sintió los pasos del minotauro rebotar contra el suelo, estaba caminando, lo llevaba en su hombro cómo si fuera un bolso de mano. Poco a poco vio cómo se acercaban a otros, el minotauro que lo cargaba avanzó hasta delante, entonces pudo ver a otro minotauro cargando a Andy detrás suyo.
Unos minutos pasaron para que el ambiente empezara a cambiar, dejando atrás el bosque, avanzando entre unas pocas casas que empezaban a hacerse abundantes conforme los pasos de los minotauros avanzaban.
No tardaron en llegar al centro del pueblo, dónde no había casas sino tiendas. Sus oídos empezaron a llenarse de los sonidos de la gente cuchicheando. Pero no era gente normal, eran seres mágicos de todos colores, formas, tamaños y rarezas. Había tantos, eran abundantes.
Christopher se tomó la molestia de mirar el cielo; estaba tan oscuro, parecía más de media noche.
¿Por qué había tanta gente fuera de sus hogares a altas horas de la noche?
Jóvenes, niños, ancianos.
¿No deberían estar durmiendo ya?
Todos los miraban a él y Andy cómo anormalidades. Entonces supo que eso era para ellos. En aquella tierra, ellos eran los raros, los habitantes eran normales.
Unas gruesas puertas de madera bloquearon su mirada del pueblo. Habían ingresado a un territorio poco concurrido.
Aun con el terrible dolor de la vara incrustada en su espalda se torció un poco para mirar mejor. Su mirada subió con asombro a ver todos los pisos del palacio extenderse hacia el cielo gris. Un enorme castillo.
―Ella quiere verlos en el salón de audiencias ―dijo un hombre, él parecía un hombre normal.
Era lo más cerca a la normalidad que vio desde que llegó a esa tierra.
Los pasos de los minotauros avanzaron hacía dentro de aquella institución. El ambiente cambió en su totalidad, el aroma era fresco, todo estaba reluciente, allí dentro todo parecía ser perfecto.
Unos metros más, tras otra puerta, su cuerpo chocó contra el suelo. Escuchó a Andy caer cómo un saco de patatas lleno a su lado.
Ambos se miraron mientras estaban aún plasmados en el suelo, dándose una mirada de temerosa confusión con respecto a lo que les esperaba. ¿Qué era lo que los hizo llegar hasta allí?
―Deben inclinarse para estar en la presencia de la princesa ―dijo uno de los minotauros. Este mismo golpeó la espalda de Andy haciéndolo quejarse. Ninguno de los dos se movió de su ya pegado espacio de mejilla contra el suelo. Andy estaba adolorido y algo perturbado aun por su choque con el campo de fuerza. Él no tenía fuerzas, y el dolor de la vara encarnada en su carne no lo dejaba pensar en nada más que en lo mucho que deseaba quedarse pasmado en el suelo.
―Colaboren, o serán obligados ―dijo otro de ellos, pateó el hombro de Chris, la corriente de dolor se extendió por todo su cuerpo haciéndolo retorcerse, cada segundo que pasaba se sentía peor.
De pronto escuchó el ruido de una soga cortar el aire, seguido por los gritos de Andy.
“Serán obligados”, repitió Christopher en su mente. Esa era la manera, a latigazos.
Previno que el siguiente sería para él, así que empezó a moverse en un intento de ponerse sobre sus rodillas. Aun así, sintió el golpe de la cuerda contra su espalda, haciéndolo desplomarse del todo en el suelo, desgalillando un desgarrador grito de dolor intenso.
― ¡Detente! ―gritó una chica, no la vio, pero escuchó su voz― ¿Qué cree usted que está haciendo? ―reclamó ella.
Lo siguiente en escuchar fue cómo los tres minotauros en la habitación se desplomaron intencionalmente en el suelo, haciendo una reverencia ante ella.
―No queríamos que la recibieran de esa forma ―dijo uno de ellos con su frente pegada en el suelo.
― ¿De qué forma? ¿Vivos? ―preguntó ella, no cómo indagación, sino cómo un llamado a la lógica.
Ella cayó a su lado, pudo sentirla tocar el suelo justo frente a él. La chica lo tocó del hombro, él la miró un poco, ella lo ayudó levantando su rostro dejando los dedos de su mano derecha debajo de su barbilla.
Nuevamente dejó de respirar, pero esta vez era diferente; no era un gesto de horror, era de asombro. Sus ojos verdes, su cabello claro de puntas de color similar a sus ojos, su piel blanca.
La chica, ella era simplemente….
―Asombrosa ―dijo en voz alta, sin dejar de mirarla a los ojos.copy right hot novel pub