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(Recomendado) ATRACCIÓN ORIENTAL

CAPÍTULO 33

El acuerdo con Italia se había cerrado. Zabdiel, Zahir y Nael, viajaron a Roma para cerrar personalmente las negociaciones. Aquello había servido para que Nael cambiara de aires y dejara de sentirse asfixiado en su propia casa.

-Aunque asumes con valentía tus decisiones, me duele tanto ver esa infinita tristeza en tus ojos.- le había dicho Zabdiel, durante el viaje.

-La extraño demasiado- suspiró - a veces quisiera saber qué hace, si me piensa. Sé que sufre padre, y saber que soy el motivo me desgarra el alma. Sé que hago lo mejor para el pueblo, aunque mi corazón este deshecho.

-¿Crees que con los años puedas llegar a amar a tu futura esposa?- lo miró directamente a los ojos.

-¡Jamás!- respondió sin siquiera dudarlo- nunca podré amarle, nunca abra espacio en mi corazón para ella... nunca.

Los días pasaban con rapidez y Haleine, estaba ansiosa por la boda. Solía pasear por el hermoso jardín durante las tardes, se sentaba junto al rosal y admiraba las rosas rojas que con tanto esmero cultivaba La Reina.

Se sentía sola. Aquello estaba resultando duro, extrañaba su amada Francia, a sus amigas, las salida a los centros comerciales. Extrañaba sus peleas con Didier, quien ahora solo se dedicaba a seguirla en el más absoluto silencio, cumpliendo cabalmente con su papel de guardaespaldas. Era evidente que se traía algo con Zahiry, y aquello le disgustaba un poco.

Zahiry, esa endemoniada rubia no dejaba de insultarla, reprocharle y molestarla cada vez que podía. Era obvio que ella tampoco se quedaba con las ofensas. Las devolvía, de la misma manera hiriente que la recibía.

Extrañaba a sus padres, quienes volverían solo para la boda. Si observaba en retrospectiva, había tenido una vida con todos los lujos posibles, pero tan vacía emocionalmente.

Los LeBlanc, eran gente acomodada, al igual que los Charpentier, de alguna manera había nacido entre sedas y algodones. Por problemas durante el parto; su madre se vio imposibilitada de volver a concebir, siempre había deseado un hermano o hermana, alguien con quien compartir.

Sus padres vivian en constantes actividades sociales, mientras ella se quedaba en casa al cuidado de su niñera. Solía llorar a mares porque quería compartir más con sus padres, se sentía una niña abandonada. Ante sus lágrimas por querer algo de compañía, un hermano. Sus primos estaban demasiado lejos como para verlos constantemente, sus padres comenzaron a complacerla con todo. Siempre había sido la luz de los ojos de su padre y cuando piso la adolescencia se volvió rebelde, grosera, altanera y déspota. Por evitar sus berrinches Antoine LeBlanc, descubrió que era más fácil complacerla que contrariarla, de esa manera creció; sintiéndose merecedora de todo lo que deseaba y nunca recibiendo un no como respuesta.

Cuando su padre se convirtió en Presidente, los caprichos fueron mayores. Solía salir de fiesta, no volver en todo el fin de semana. Total, sus padres estaban muy ocupados para reñirla.

Acostumbrada a jugar con los hombres, se dedicó a romper corazones en una serie de relaciones infructuosas. Cuando conoció a Didier al principio fue sólo un capricho más, el parecía tan distante, tan cortante que lograr tenerlo se había convertido en un reto. Pronto sus sentimientos por él comenzaron a cambiar y aquello la alarmó. No quería ser como muchas chicas rebeldes que sentaban cabeza y se dejaban dominar. Didier tenía un carácter fuerte, la conocía bien y siempre la hacía ceder, aunque luego lo odiara por ello.

Ahora, a punto de casarse podía decir que ansiaba con desespero ganarse el corazón del Príncipe. A diario intentaba llenarlo de detalles, mostrarse atenta con la finalidad de que lograra olvidar a aquella inglesa de la cual se había enamorado, pero él parecía frío, lejano, distante, evidentemente le daba exactamente igual lo que ella hiciera y con su actitud dejaba bastante claro odiaba estar en aquella situación. Aquello despertaba la vena rebelde en ella llevándola a querer verlo amándola, adorándola como se creía merecer.

Estaba segura de que podía ganarse su amor. Ella podía conseguir el corazón del Príncipe.

-Didier...- el hermoso hombre la miró indiferente- ¿Piensas que él llegará a amarme?- preguntó acariciando el pétalo de una delicada rosa.

-No me pagan por pensar- respondió seriamente- mi sueldo lo gano asegurando su seguridad, señorita LeBlanc.

-Nunca me perdonarás. ¿Cierto?- él la miró fijamente. Con el rostro endurecido.- ¿De qué te quejas?- lo miró altivamente. Odiaba que la tratara así- te revuelcas con la bruja rubia. Deberías agradecerme- Didier, contrajo la mandíbula y sus fosas nasales se dilataron. Pero no dijo nada- yo...-suspiro- quisiera que Nael pudiese quererme, es tan duro vivir así, nadar contra corriente. ¿Tú me querías?- le preguntó mirándolo con un extraño brillo en los ojos.

-Poco importa eso ahora- dijo cortante.copy right hot novel pub

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