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Tormenta de antaño

Capítulo 22 (Parte III): Despertar, pero sin sueños.

Continué corriendo, desesperada, aun sin sentido. Corría como si mi vida pudiera depender de algo, solo necesitaba desahogar la impresión, no es que fuera tan malo, solo necesitaba huir de lo que sabía y de todo lo que aun me faltaba por descubrir.

¿Era real?

Debo confesar, que, por algún tiempo, ante la negativa de mis padres de hablar de ello yo pensé que quizá, tal vez, fueron solo mis locuras. Pensé que en realidad pude haber sido aquella niña de la que todos hablaban, la nena loca y fastidiosa que nadie soportaba, esa que solo le gustaba jugarles bromas a la gente para desquitar su mala suerte con la vida.

Y que cuando tuvo suerte, se reformó.

Pero no, allí estaba yo con dos enormes cicatrices de las que salían alas de mi espalda cuando me lo disponía, con un novio inmortal que me ocultaba lo que era, un alma atorada en una biblioteca, dos identidades pasadas y una reencarnación. Podía simplemente haber conservado el titulo de guardiana de cementerios, al parecer nada era suficiente para Hënë Lissen. Así que simplemente continué corriendo, crucé el campus de un lado a otro, llegué hasta la residencia de las chicas y no me detuve si no hasta que me di un tropezón contra la división de la calzada y el pasto. Literalmente estrellé mi rostro contra el pasto, comí pasto como una vaca y mi nariz se llenó de barro, a pesar de que ya la nieve cubría mucho del suelo.

Estaba allí escupiendo porquería cuando una risa se escurrió entre mis resoplidos. Una risa cínica y presumida, hasta su risa sonaba pretenciosa y engreída.

Levanté mi rostro mirando en la dirección del sonido, lo miré con ojos entrecerrados y lo odié, lo odié mucho mas de lo que ya lo detestaba.

Su presumida majestad estaba ligeramente inclinado, y recostado, sobre un elegante auto deportivo que debía valer millones, muchos más que mi propio auto. Camisa remangada hasta los codos, botones superiores abiertos, corbata desanudada, la chaqueta yacía sobre el capó del auto, sus pantalones aun estaban impecables, pero no su cabello, que se hallaba ligeramente despeinado. Justo en ese momento de la historia de la humanidad, la perfección resultaba detestable.

Dejé el suelo, tirando cabellos fuera de mi rostro y quitándome la nieve de las partes descubiertas de mí, sin dejar de mirarlo como si pudiera asesinarlo con el simple hecho.

― ¿Que rayos haces tú aquí?

Él sonrió con satisfacción, sonrió de aquella manera en la que solían sonreír los galanes malvados de las telenovelas.

Yo quería darle de cachetadas.

―Tenía curiosidad ―respondió, metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón.

Arqueé una ceja, lo miré impasible señalando de manera indirecta que su respuesta no me satisfacía de manera alguna.

― “La gran estrella de Octubre”, ―hizo el ademán representativo de un gran rotulo―. El icono de Bestemming y de Stil, chica favorita de Alemania, tú. ―Ahora me señaló a mí, como si fuera imposible que yo fuera esa persona, con asco.

― ¿Y?

―No podía creer que esa cosa que me topé por la mañana fuera la chica estrella Alemania, vulgar, sin clase, grosera. Pero todo el mundo te reconoce como cual, así que decidí que necesitaba convencerme de ello, intentar encontrar en esa cosa, la razón. Pero vengo aquí y lo que veo es a una aun más vulgar camarera de un asqueroso bar de baja categoría. Justo cuando estoy por marcharme, apareces corriendo y das este confirmante espectáculo de la mentira que eres.

― ¿Y cual es tu problema con mí vida? ¿Tan aburrido son tus días? ¿Ninguna chica rica que follar?

―Tengo mis propios objetivos, pequeño y ridículo engaño ―sonrió él.

Sonaba como una amenaza.

Yo empezaba a bendecir mi carácter heredado de mamá.

Porque lo haría pedazos.copy right hot novel pub

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